PRIMERO, SER JUSTOS
II. La justicia social transciende lo estrictamente estipulado.
III. La economía, que tiene sus propias leyes, ha de ordenarse al bien total
de las personas.
“En aquel tiempo, habló
Jesús diciendo: -«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis
el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la
ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar,
aunque sin descuidar aquello.
¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os
tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de
robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así
quedará limpia también por fuera» (Mateo 23,23-26).
I. Jesucristo rechaza la
posición de los fariseos que se preocupaban por el pago del diezmo: décima
parte del producto de los frutos del campo, para el sostenimiento del Templo.
Incluso lo hacían de las plantas aromáticas que cultivaban en sus jardines, pero
a la vez dejaban de cumplir otros graves mandamientos en relación al prójimo:
la justicia, la misericordia y la fidelidad. (Mateo 23, 23)
Los
cristianos no debemos caer jamás en estas hipocresías. La virtud de la justicia
se fundamenta en la intocable dignidad de la persona humana, creada a imagen y
semejanza de Dios y destinada a una felicidad eterna. Consiste en dar a cada
uno lo suyo y se enriquece y se perfecciona con la misericordia y la caridad.
II. Vivir la justicia con
el prójimo es mucho más que no causarle daño, y no basta con lamentarse ante
situaciones de injusticia; quejas y lamentaciones que serán estériles si no se
traducen en más oración y obras para remediar esta situación.
Vivir
la justicia con los que nos relacionamos significa, entre otros deberes,
respetar su derecho a la fama, a la intimidad, a una retribución económica
suficiente. También implica el derecho a la vida, a la fidelidad, a la verdad,
la responsabilidad y la buena preparación, la laboriosidad y la honestidad, el
estudio a conciencia, y el cuidado de los instrumentos de trabajo.
Debemos
vivir los deberes de justicia con aquellos que el Señor nos ha encomendado,
dedicándoles tiempo, colaborando en su formación, y tratando con más esmero a
aquel que, por su enfermedad, edad o por sus condiciones particulares, más lo
necesita.
Además
debemos recordar que la calumnia, maledicencia y la murmuración es una gran
injusticia, pues “entre los bienes temporales la buena reputación parece ser lo
más valioso, y por su pérdida el hombre queda privado de hacer mucho bien.
(SANTO TOMÁS, Suma Teológica).
III.
La economía tiene sus propias leyes y mecanismos, pero estas leyes no son
suficientes ni supremas, ni esos mecanismos son inamovibles. El orden económico
debe estar sometido a los principios superiores de la justicia social y tener
en cuenta la dignidad de la persona (PÍO XI, Cuadragésimo anno).
La
justicia social también exige que al trabajador no se le deje a merced de las
leyes de la competencia, como si su trabajo fuera sólo una mercancía (JUAN
PABLO II, Sollicitudo rei socialis), y una de las preocupaciones del Estado y
de los empresarios “debe ser ésta: dar trabajo a todos” (JUAN PABLO II, En el
estadio de Morumbi)
Pidamos
a la Santísima Virgen esa rectitud de conciencia, para contribuir a hacer la
sociedad en que vivimos un ámbito de convivencia digno de hijos de Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org