MEDITACIÓN DIARIA: LUNES DE LA SEMANA 22 DEL TIEMPO ORDINARIO

OBRAS DE MISERICORDIA

Dominio público
I.
Jesús misericordioso. Imitarle.

II. Preocuparnos por la situación espiritual de quienes nos rodean.

III. Otras manifestaciones de la misericordia.

“En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» 

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -«¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: -«Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo Y'; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: -«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba” (Lucas 4,16-30).

I. El amor de Cristo se expresa particularmente en el encuentro con el sufrimiento, en todo aquello en que se manifiesta la fragilidad humana, tanto física como moral. De esta manera revela la actitud continua de Dios Padre hacia nosotros, que es amor (1 Juan 4, 16) y rico en misericordia (Efesios 2, 4) La misericordia es el núcleo fundamental de su predicación y la razón principal de sus milagros.

También la Iglesia “abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador, pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo” (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium) ¿Y qué otra cosa haremos nosotros si queremos imitar al Maestro y ser buenos hijos de la Iglesia? Cada día se nos presentan incontables ocasiones de poner en práctica la enseñanza de Jesús ante el dolor y la necesidad, con un corazón lleno de misericordia.

II. Si la mayor desgracia, el peor de los desastres, es alejarse de Dios, nuestra mayor obra de misericordia será en muchas ocasiones acercar a los sacramentos, fuentes de Vida, y especialmente a la Confesión, a nuestros familiares y amigos.

Toda miseria moral, cualquiera que sea, reclama nuestra compasión, y la verdadera compasión comienza por la situación espiritual del alma de los que nos rodean, que hemos de procurar remediar con la ayuda de la gracia. Ahora que el número de analfabetas ha decrecido en tantos países, ha aumentado la ignorancia religiosa con el total desconocimiento de las más elementales nociones de la Fe y la Moral y de los rudimentos mínimos de la piedad.

Por esta razón, la catequesis ha pasado a ser una obra de misericordia de primera importancia (J. ORLANDIS, Bienaventuranzas)

III. Imitar a Jesús misericordioso nos llevará a dar consuelo y compañía a quienes se encuentran solos, a los enfermos, a los ancianos, a quienes sufren una pobreza vergonzante o descarada. Haremos nuestro su dolor y les ayudaremos a santificarlo mientras que procuramos remediar ese estado en el modo que nos sea posible.

La misericordia nos lleva a perdonar con prontitud y de corazón, aunque quien ofende no manifieste arrepentimiento por su falta o rechace la reconciliación. El cristiano no guarda rencores en su alma, no se siente enemigo de nadie, ni juzga severamente a nadie.

Si somos misericordiosos, obtendremos del Señor la misericordia que tanto necesitamos, particularmente para esas flaquezas, errores y fragilidades que Él bien conoce. María, Madre de la misericordia, nos dará un corazón capaz de compadecerse de quienes sufren a nuestro lado.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org