OBRAS DE MISERICORDIA
II. Preocuparnos por la situación espiritual de quienes nos rodean.
III. Otras manifestaciones de la misericordia.
“En aquel tiempo, fue
Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su
costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el
libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba
escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos
la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para
anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al
que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se
puso a decirles: -«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le
expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de
sus labios. Y decían: -«¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: -«Sin
duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo Y'; haz
también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y
añadió: -«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os
garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo
cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el
país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de
Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en
tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que
Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y,
levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en
donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió
paso entre ellos y se alejaba” (Lucas 4,16-30).
I. El amor de Cristo se
expresa particularmente en el encuentro con el sufrimiento, en todo aquello en
que se manifiesta la fragilidad humana, tanto física como moral. De esta manera
revela la actitud continua de Dios Padre hacia nosotros, que es amor (1 Juan 4,
16) y rico en misericordia (Efesios 2, 4) La misericordia es el núcleo
fundamental de su predicación y la razón principal de sus milagros.
También
la Iglesia “abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana;
más aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador,
pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en
ellos a Cristo” (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium) ¿Y qué otra cosa haremos
nosotros si queremos imitar al Maestro y ser buenos hijos de la Iglesia? Cada
día se nos presentan incontables ocasiones de poner en práctica la enseñanza de
Jesús ante el dolor y la necesidad, con un corazón lleno de misericordia.
II. Si la mayor desgracia,
el peor de los desastres, es alejarse de Dios, nuestra mayor obra de
misericordia será en muchas ocasiones acercar a los sacramentos, fuentes de
Vida, y especialmente a la Confesión, a nuestros familiares y amigos.
Toda
miseria moral, cualquiera que sea, reclama nuestra compasión, y la verdadera
compasión comienza por la situación espiritual del alma de los que nos rodean,
que hemos de procurar remediar con la ayuda de la gracia. Ahora que el número
de analfabetas ha decrecido en tantos países, ha aumentado la ignorancia
religiosa con el total desconocimiento de las más elementales nociones de la Fe
y la Moral y de los rudimentos mínimos de la piedad.
Por
esta razón, la catequesis ha pasado a ser una obra de misericordia de primera
importancia (J. ORLANDIS, Bienaventuranzas)
III. Imitar a Jesús
misericordioso nos llevará a dar consuelo y compañía a quienes se encuentran
solos, a los enfermos, a los ancianos, a quienes sufren una pobreza vergonzante
o descarada. Haremos nuestro su dolor y les ayudaremos a santificarlo mientras
que procuramos remediar ese estado en el modo que nos sea posible.
La
misericordia nos lleva a perdonar con prontitud y de corazón, aunque quien
ofende no manifieste arrepentimiento por su falta o rechace la reconciliación.
El cristiano no guarda rencores en su alma, no se siente enemigo de nadie, ni
juzga severamente a nadie.
Si
somos misericordiosos, obtendremos del Señor la misericordia que tanto
necesitamos, particularmente para esas flaquezas, errores y fragilidades que Él
bien conoce. María, Madre de la misericordia, nos dará un corazón capaz de
compadecerse de quienes sufren a nuestro lado.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org