LLAMADOS AL BANQUETE DE BODAS
II. Preparar bien la Comunión; huir de la rutina.
III. Amor a Jesús Sacramentado.
“En aquel tiempo, de
nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los
ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba
la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda,
pero no quisieron ir.
Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran:
"Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo
está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se
marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los
criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus
tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no
se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que
encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se
llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en
uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado
aquí sin vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a
los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los
llamados y pocos los escogidos» (Mateo 22,1-14).
I. La imagen del banquete
era familiar al pueblo judío, pues los Profetas habían anunciado que Yahvé
prepararía un festín extraordinario para todos los pueblos cuando llegara el
Mesías. Significa este banquete, en primer lugar, la plenitud de bienes que nos
reportaría la Encarnación y la Redención, y el don inestimable de la Sagrada
Eucaristía.
Jesús
llama insistentemente a todos los hombres, a cada uno según unas circunstancias
determinadas. Jesús nos invita a una mayor intimidad con Él, a una mayor
entrega y confianza. Y cada día nos llama para que acudamos a la mesa que nos
tiene preparada. Él es quien invita, y Él mismo se da como manjar, pues este
gran banquete es figura también de la Comunión. “Considera qué gran honor se te
ha hecho –nos exhorta San Juan Crisóstomo-.
De
qué mesa disfrutas. A quien los ángeles ven con temblor, y por el resplandor
que despide no se atreven a mirar de frente, con Ése mismo nos alimentamos
nosotros, con Él nos mezclamos, y nos hacemos un mismo cuerpo y carne de
Cristo” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre San Mateo)
II. Al Señor no le podemos
recibir de cualquier manera: distraídos, sin atención, sin saber bien lo que
hacemos. No vayamos a presentarnos ante el Señor vestidos de harapos, porque
tenemos el peligro de disfrazar los defectos y justificar las acciones. La
Comunión supone en primer lugar recibir al Señor en gracia.
Nuestra
Madre la Iglesia nos enseña y nos advierte que “nadie debe acercarse a la
Sagrada Eucaristía con conciencia de pecado mortal, por muy contrito que le
parezca estar, sin preceder la Confesión sacramental” (Dz 880, 693) Sabemos que
nunca estaremos lo suficientemente dispuestos para recibir como se merece al
Señor en nuestra alma, pero Él sí espera los detalles que están a nuestro
alcance: la Confesión frecuente, fomentar los deseos de purificación; aumentar
los actos de fe, de amor y humildad en el momento de recibirlo, y un porte
exterior digno.
III. Nos ayuda a comulgar
con más amor la lucha por vivir en presencia de Dios durante el día y el hecho
mismo de procurar cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos;
sintiendo, cuando cometemos un error, la necesidad de desagraviar al Señor;
llenando la jornada con acciones de gracias y de comuniones espirituales, de
tal modo que cada vez sea más continuo vivir el trabajo, la vida en familia y
todo cuanto hacemos, con el corazón puesto en el Señor.
Acudamos
a Nuestra Madre, para que nos ayude a recibir a su Hijo con el mismo amor con
el que Ella lo recibió es su seno.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org
