“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda
ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús”,
recomienda san Pablo (1 Te 5,16-18).
Pero, ¿cómo encontrar el tiempo y
el momento oportunos para rezar en el torbellino de la vida diaria?
Había un viejo
sacerdote que, cuando alguien le pedía la hora, él respondía: “¡Es hora de amar!”. Podría haber respondido
también que era momento de rezar, ya que Jesús
nos dijo que rezáramos siempre y sin desánimo (Lc 18,1).
Hay que reunirse con el Señor lo más a menudo posible, siempre
presente en el fondo de nuestro corazón: “Oh Tú que estás en Tu casa en lo hondo de mi corazón, hazme vivir
contigo en lo hondo de mi corazón”. Ahí es donde el Señor
puede ayudarnos a alcanzar auténticas victorias sobre las tentaciones de todo
tipo que no dejan de surgir a lo largo de los días.
Cuando estemos tentados de dejarnos sucumbir por la monotonía de
la vida, pensemos que Él está ahí, amándonos y esperando una sonrisa de nuestra
parte.
Cuando estemos
terriblemente enfadados por un comentario que acabemos de escuchar, pidamos al
Señor que nos moldee el corazón suave y humilde, como el suyo.
Cuando estemos
decepcionados con nosotros mismos por haber vuelto a sucumbir tontamente a una
tentación de vanidad o maledicencia, volvamos en seguida la mirada hacia Él,
seguros de tener su perdón.
Sin embargo,
para tener estos reflejos de oración, hay que obligarse a dedicar cada día un
largo rato de “corazón a corazón” con el Señor. Pero, ¿cuál es el momento ideal para la oración?
7 pasos para una buena oración
1. Elegir un lugar y un momento en que
no nos interrumpan: “Cuando ores, retírate a tu
habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto”, nos dice
Jesús (Mt 6,6). Jesús mismo se
retiraba a menudo de noche a un lugar desierto para rezar.
2. Rezar lo más temprano posible, así toda la jornada estará iluminada por ella.
3. Prepararla el día anterior por la noche meditando sobre un texto de la Escritura o un
autor espiritual.
4. Aunque sea un momento breve, esperarlo y vivirlo
como la cumbre de la jornada: son
los minutos en que amamos a Dios de todo corazón y no solamente con toda
nuestra fuerza. ¿Acaso no es este el primer Mandamiento?
5. Comenzar
la oración y continuarla pensando en que el Señor está más feliz que nosotros, feliz de vernos “perder el tiempo” por Él.
6. No interrumpir la oración antes del momento
previsto: Él es sensible a nuestra fidelidad
en este aspecto.
7. No dudar en prolongarla durante los días de
descanso, durante las vacaciones por
ejemplo.
Reconozcamos que, en la actualidad, a menudo hace falta heroísmo
para ser fiel a esta oración cotidiana y que es frecuente tener que renovar
nuestra resolución. Pero lo más importante es comprender que la oración es verdaderamente algo vital y al
alcance de todos. Suele pasar que, durante un retiro espiritual, una velada
eucarística o escuchando el testimonio de una persona que ha recibido esta
gracia, es cuando nosotros también la recibimos.
Padre
Pierre Descouvemont
Edifa
Fuente: Aleteia