La carmelita descalza
M.ª Josefina de la Eucaristía, del convento de Boadilla del Monte, agonizó
durante los diez días previos a la renovación de la consagración de España al
Sagrado Corazón de Jesús, por el que se había ofrecido. Fue como si «la sujetara
hasta que cumpliera su misión en esta tierra», confiesan sus hermanas
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Foto: Jaime García |
oEn la mañana del 30 de
junio de 2019, miles de católicos españoles participaban de forma presencial o
a través de los medios de comunicación de la Misa de renovación de la
consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, en el Cerro de los Ángeles.
No así las carmelitas descalzas de Boadilla del Monte, en Madrid.
En ese momento, casi toda
la comunidad estaba reunida en torno al lecho de la hermana Mª Josefina de la
Eucaristía, que «de un momento a otro podía volar a los brazos del Padre»,
comparte la comunidad con Alfa y Omega. Mientras, una hermana
grababa la transmisión televisiva para poder verla en otro momento más
adecuado.
Justo «al terminar el acto
y apagar la grabación» escuchó sonar las tablillas, «una especie de castañuelas
que se tocan para avisar» de que una hermana ha fallecido.
Apenas unos minutos
después, recibieron una llamada. Los voluntarios de la celebración querían
compartir la buena noticia de que todo había salido muy bien. Sabían que la
comunidad había estado rezando por ello. Y que en especial la hermana Josefina
había ofrecido por esta intención sus sufrimientos. «Nosotras les comunicamos
que la hermana acababa de entregar su espíritu», y la noticia no tardó en correr
por el Cerro de los Ángeles.
La encargada de las
intenciones de oración
A la religiosa, de 89 años,
se le acumulaban los problemas de salud desde tiempo atrás. De joven, su cuerpo
rechazó hasta tres veces una prótesis de cadera, un proceso doloroso que llevó
«con una paciencia singular». Finalmente, «por milagro de nuestro padre san
José, aunque no tenía cadera, consiguió andar sin ayuda durante muchos años».
Más recientemente, comenzó
a sufrir insuficiencia respiratoria y cardiaca, además de los problemas previos
de huesos. Los últimos cuatro años los pasó en cama, «siempre en la misma
postura». Alguna vez bromeó sobre los «chascos» que daba a sus hermanas,
aludiendo a todas las veces que había recibido la Unción de Enfermos y luego se
había recuperado.
Su actitud fue siempre «muy
edificante, tenía una gran capacidad para soportar el dolor físico», recuerdan
sus hermanas. Hasta tal punto era así, que la priora tenía la costumbre de
encomendarle especialmente a ella las intenciones de oración que les encargaban.
Tenía mucha «confianza en su oración y ofrecimiento de vida».
Problemas de cara a los
actos
Así ocurrió también el 23
de junio de 2019. Un grupo de voluntarias del centenario de la Consagración de
España al Sagrado Corazón acudió al torno del convento. Querían pedir oraciones
«para que todo saliera bien y el Corazón de Jesús quitara obstáculos, ya que se
estaban presentando muchos problemas» de cara a los actos del fin de semana
siguiente.
La hermana Mª Josefina se
encontraba ya en agonía desde unos días antes. Pero se encontraba totalmente
lúcida, y al comunicarle esta intención la superiora le preguntó también «si
quería ofrecer toda su agonía por el fruto» de la celebración. La carmelita
reaccionó con «total disponibilidad y generosidad admirable».
Y Dios «le tomó la palabra.
Sufrió una agonía muy dura», sin alivios en ese momento de «lucha del alma a
solas con su Dios». Esos días de sufrimiento y entrega los vivió «sin quejas,
siempre abrazada a lo que le pedía el Señor». Se ofrecía en especial por los
voluntarios, «para que no se desanimaran», y para que los sacerdotes fueran
según el Corazón de Jesús. Cuando recibió por última vez la Unción, el capellán
le pidió una palabra. «Que ame mucho a Dios», contestó.
«No quería que se le
pasara»
Durante esa última semana,
preguntaba insistentemente qué día era la consagración. «No quería que se le
pasara, parecía que se quería meter de lleno en ese momento. Tenía el deseo de
que no nos despistáramos en avisarla de cuándo era». Y así llegó el domingo y
la Eucaristía de consagración, que también fue «la lucha final» para la
hermana. En esos momentos definitivos, confiesan sus hermanas, «se veía que el
Señor la había escogido como sacrificio por el acto y sus frutos».
Y, al culminar este, «se
escondió en la llaga del costado de Cristo para toda la eternidad. Allí
descansa en paz». Al constatar «cómo el Señor esperó hasta el último instante»
para llevársela, como si «la sujetara hasta que cumpliera su misión en esta
tierra», la comunidad ha tomado renovada conciencia de que Dios «no es ajeno a
nuestros sufrimientos, los acepta y le son muy agradables». Algo que viven con
«gozo y santo orgullo». Y con la «paz y confianza» que, desde entonces, han
experimentado cada vez que le encomiendan algo a la hermana Mª Josefina.
Un detente gigante
El centenario también fue
un momento muy especial para toda la comunidad. Habían empezado a prepararse
con la visita de las reliquias de santa Margarita María de Alacoque. La
consideran «un regalazo», sobre todo cuando pasaron a clausura y pudieron llevarlas
en procesión por toda la casa, el cementerio y también la celda de la hermana
Josefina, que «las veneró con todo fervor y se unió a nuestros cantos».
Durante el año del
centenario, colocaron una imagen del Sagrado Corazón en su capilla, con una
cesta con detentes y textos piadosos a sus pies. Las hermanas tenían además, en
su coro, un sobre con papelitos para ofrecerle al Sagrado Corazón, cada día, un
regalo. Y a una carmelita se le ocurrió instalar en una pared un detente
gigante.
Además, todos los primeros
viernes de mes celebraban Misa cantada, seguida de exposición del Santísimo y
rezo de las letanías al Corazón de Jesús. También para la oración personal
elegían textos con esta temática: de Florentino Alcañiz, el beato Bernardo de
Hoyos, santa Margarita María, Ignacio María Mendizábal, o las charlas
pronunciadas en 2009 con motivo del 90º aniversario de la consagración.
«La hermana Josefina se
unía con su ofrecimiento y oración desde su cama», sin soltar el rosario.
«Alguna vez oía alguna plática pero la mayoría de las veces decía que no la
necesitaba, que ella estaba a gusto con el Señor y no echaba de menos nada».
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega