LA FE Y LOS MILAGROS
II. Querer conocer la verdad.
III. Limpiar el corazón para ver claro. Dejarse ayudar en momentos de oscuridad.
“En aquel tiempo,
algunos de los escribas y fariseos dijeron a Jesús: -«Maestro, queremos ver un
signo tuyo.» Él les contestó: -«Esta generación perversa y adúltera exige un
signo; pero no se le dará más signo que el del profeta Jonás.
Tres días y tres
noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches
estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta
generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque
ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más
que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y
hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para
escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón»” (Mateo
12,38-42).
I. Leemos en el Evangelio
de la Misa que se acercaron a Jesús algunos escribas y fariseos para pedirle un
nuevo milagro que definitivamente les mostrase que Él era el Mesías esperado;
querían que Jesús confirmara con espectáculo lo que predicaba con sencillez.
Pero el Señor les contesta anunciando el misterio de su muerte y de su
Resurrección, sirviéndose de la figura de Jonás: no se dará otro prodigio que
el del Profeta Jonás. Con estas palabras muestra que su Resurrección gloriosa
al tercer día (tantos cuantos estuvo el Profeta en el vientre de la ballena) es
la prueba decisiva del carácter divino de su Persona, de su misión y de su
doctrina.
Jonás
fue enviado a la ciudad de Nínive, y sus habitantes hicieron penitencia por la
predicación del Profeta. Jerusalén, sin embargo, no quiere reconocer a Jesús,
de quien Jonás era sólo figura e imagen. También nos dice Jesús cómo la reina
del mediodía, la reina de Saba, visitó a Salomón y quedó maravillada de la
sabiduría que Dios había infundido al rey de Israel. Jesús está prefigurado
también en Salomón, en quien la tradición veía al hombre sabio por excelencia.
El
reproche de Jesús cobra más fuerza con el ejemplo de estos paganos convertidos,
y termina diciendo: aquí hay algo más que Jonás... aquí hay algo más que Salomón.
Ese algo más en realidad es infinitamente más, pero Jesús, quizá pensando en sí
mismo y con una cariñosa ironía, prefiere suavizar esa inconmensurable
diferencia entre Él y los que lo habían prefigurado, que eran como sombra y
signo del que había de venir.
Jesús
no hará en esta ocasión más milagros y no dará más señales. No están dispuestos
a creer, y no creerán por muchas palabras que les hable y por muchas señales
que les muestre. A pesar del valor apologético que tienen los milagros, si no
hay buenas disposiciones, hasta los mayores prodigios pueden ser mal
interpretados.
Lo
que se recibe, ad modum recipientis recipitur: las cosas que se reciben toman
la forma del recipiente que las contiene, reza el viejo adagio. San Juan nos
dice en su Evangelio que algunos, aunque habían visto muchos milagros, no
creían en Él. El milagro es sólo una ayuda a la razón humana para creer, pero
si faltan buenas disposiciones, si la mente se llena de prejuicios, sólo verá
oscuridad, aunque tenga delante la más clara de las luces.
Nosotros
pedimos a Jesús en esta oración que nos dé un corazón bueno para verle a Él en
medio de nuestros días y de nuestros quehaceres, y una mente sin prejuicios
para comprender a nuestros hermanos los hombres, para jamás juzgar mal de ninguno
de ellos.
II. Para oír la verdad de
Cristo, es necesario escucharle, acercarse a Él con una disposición interna
limpia, estar abiertos con sinceridad de corazón a la palabra divina.
Carecían
de buenas disposiciones aquellos fariseos que piden al ciego de nacimiento, a
quien ha curado Jesús, una nueva explicación del milagro: ¿Qué hizo contigo?
¿Cómo te abrió los ojos? Y la respuesta del ciego descubre que los prejuicios
de aquellos hombres les impiden entender la verdad; quizá oyen, pero no
escuchan. Él replicó: os lo he dicho ya y no me habéis escuchado. ¿Porqué
queréis oírlo otra vez?.
Lo
mismo ocurre con Pilato: oye a Jesús estas palabras: He venido al mundo para
dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Entonces le preguntó el procurador romano: ¿Qué es la verdad? Y como no estaba
dispuesto a escuchar, dicho esto volvió a salir donde los judíos. Se vuelve de
espaldas, sin dejar tiempo a una respuesta que en el fondo no le interesaba. A
Pilato no le interesa la verdad; quiere averiguar el modo de salir de aquel
asunto, que le resulta oneroso, incómodo.
Si
estamos bien dispuestos, el Señor, por caminos muy diversos, nos dará
abundancia y sobreabundancia de señales para seguir fieles en el camino que
hemos emprendido. Tendremos la alegría de poder contemplarle en lo que nos
rodea: en la naturaleza misma, en la que ha dejado huellas para que le veamos
como Creador; en medio del trabajo; en la alegría; en la enfermedad... La
historia de cada hombre está llena de señales. Muchas veces, la luz para verle
la obtendremos en la intimidad de la oración; otras muchas, en los consejos de
la dirección espiritual.
Muchos
fariseos no cambiaron, no se convirtieron al Mesías a pesar de tenerle tan
cerca y de ser espectadores de muchos de sus milagros, por su falta de buenas
disposiciones: su orgullo los dejó ciegos para lo esencial. Incluso llegaron a
decir: expulsa a los demonios por arte del príncipe de los demonios. Muchos
hombres se encuentran hoy también como ciegos para lo sobrenatural por su
soberbia, por su empeño en no rectificar su juicio cargado de suspicacias, por
su apegamiento a las cosas de aquí abajo, por su desmedido deseo de confort y
de bienestar, por su hedonismo y sensualidad. «Oí hablar a unos conocidos de
sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno
espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena
de la vida interior...
»-Ésta
es la causa de que sean tan pocas las almas que mantienen trato con Dios: ojalá
nunca nos falte la antena de lo sobrenatural».
III. Aquí hay algo más que
Jonás... aquí hay algo más que Salomón. ¡Está el mismo Cristo a nuestro lado!
Llama al interior del hombre ‑a su inteligencia y a su corazón-, no como un
extraño, sino como la persona que nos ama, que desea comunicar sus sentimientos
y hasta su propia vida, que quiere dar solución divina a aquello que nos
preocupa o incluso nos atenaza.
Pero,
de la misma manera que en las ondas sonoras se dan interferencias que impiden
una buena sintonía, se pueden presentar obstáculos en el campo de la fe. En
ocasiones, puede darse la oscuridad en personas que llevan años siguiendo a
Cristo y que se quedan, culpablemente o no, desconcertadas y como perdidas, sin
ver la alegría y la belleza de la entrega. En esos casos, se hacen precisas
unas preguntas hechas con sinceridad en la intimidad del alma: ¿verdaderamente
deseo ver?, ¿estoy plenamente dispuesto a querer ver, a afirmar al menos que
existe una serie de razones y de sucesos que descubren la presencia de Dios en
mi vida?, ¿me dejo ayudar?, ¿expongo mi situación con claridad?, ¿desvelo mi
intimidad, sin hacer teorías, sin maquillajes, sin paliativos?
Junto
a la soberbia, que es el principal obstáculo, se pueden presentar otras
dificultades: el ambiente ávido de confort, que tiende a rechazar de plano lo
que suponga sacrificio y cruz, y que puede tender sutiles lazos cargados de
razones humanas contrarias a lo que Dios pide en ese momento: un camino lleno
de alegría, pero más arduo y empinado que el de un ambiente cargado de
hedonismo. Se precisará entonces un esfuerzo, hablar con valentía en la
dirección espiritual y luchar decididamente para desprenderse de toda rémora,
de pasiones que tiran hacia el polvo de la tierra; es necesario purificar el
corazón de amores desordenados para llenarlo del amor verdadero que Cristo
ofrece, pues difícilmente podrá apreciar la luz quien tiene la mirada turbia.
La
pereza y la comodidad son otros tantos obstáculos que se pueden interponer en
el camino hacia Dios. Como todo amor auténtico, la fe y la vocación conllevan
una entrega de la persona, que al amor nunca le parece suficiente. La pereza y
la comodidad tienden a señalar un límite, a defender unos derechos mezquinos,
que entorpecen y retrasan la respuesta definitiva para esa fe amorosa.
Alguna
vez, el Señor puede ocultarse a nuestra vista, para que le busquemos con más
amor, para que crezcamos en humildad, dejándonos llevar por quien Dios ha
puesto a nuestro lado para realizar esa misión. Siempre, sin fallar nunca, se
acaba descubriendo el rostro amable de Cristo, con más claridad que antes, con
más amor.
La
palabra fe tiene en su raíz un matiz que viene a significar dejarse llevar por
otra persona que es más fuerte que nosotros, confiar en otro que nos presta su
ayuda. Confiamos fundamentalmente en Dios, pero también Él quiere que nos
apoyemos en esas personas que ha puesto a nuestro lado para que nos ayuden a
ver. Dios da frecuentemente luz a través de otros.
El
Señor pasa a nuestro lado con las suficientes referencias para verle y
seguirle. El sacramento de la Confesión será, de manera habitual, un medio
excelente para ver a Dios con más claridad en nosotros y en quienes nos rodean.
Pidamos a la Virgen que nos ayude a purificar la mirada y el corazón para poder
interpretar acertadamente los acontecimientos de cada día, descubriendo a Dios
en ellos.
Creo,
Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero, pero haz que espere con
más confianza; te amo, pero que te ame con más fuego.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org