"Dios también nos ha estado haciendo
vídeo llamadas, aunque tuviera la cámara apagada, nos ha confirmado que es
nuestro padre, que nos acompaña siempre en el dolor y en la
soledad”
Sor Teresa de Jesús es la más joven de las dominicas de Caleruega
Foto: Juan Cadarso
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Viven confinadas
voluntariamente, algunas, desde hace décadas. No entienden de fases ni de “desescaladas”. No
pueden salir de su propia casa, salvo que sea algo muy importante. No van a la
calle a pasear ni a comprar ni a tomar algo en una terraza. No han echado de
menos el footing ni
los parques infantiles.
Sin embargo, han sido de las pocas
personas que durante la pandemia no han necesitado combatir la claustrofobia,
la ansiedad de ver desaparecer todas sus rutinas o la depresión de un futuro
bastante incierto.
Caleruega es un pueblo de poco más de 400
habitantes de la provincia de Burgos y tiene a Santo Domingo de Guzmán como su hijo más insigne. Allí
nació en 1170 y, en lo que fue su casa, se encuentra el convento de las madres
dominicas. Hace tres meses y medio que el virus cambió el mundo para siempre y
alteró, también, la calma de esta pequeña villa castellana.
El covid19 provocó miles de muertes y encerró en
sus casas a millones de personas. Como si de un capricho de la vida se tratara,
el mundo entero empezó a vivir un poco como ellas. Con el final de las
restricciones, es un buen momento para visitarlas y saber cómo han vivido la pandemia y cuáles han
sido sus apoyos durante todo este tiempo.
A las 8 de la mañana las campanas del convento tocan a misa. Una rutina
que se repite desde hace 800 años en este pueblecito, y que solo
se ha visto interrumpida por la llegada del covid19. Cuando se desató la
pandemia, las misas dejaron de celebrarse para los fieles en prácticamente
todas las diócesis españolas, y con ellas se fue también el momento más
importante del día para esta comunidad de monjas dominicas. Con edades muy
avanzadas y algunas con enfermedades previas, lo más sensato era protegerse de
un virus que ha multiplicado su letalidad en personas de estos perfiles.
Tras las rejas pero conocedoras del
sufrimiento
“Hemos podido comulgar todos los días y ver la misa por la tele. Lo que más nos
impactó fue la imagen del Papa durante la celebración del Viernes Santo,
parecía que el ser humano había sido abandonado, sin embargo, ahí estaba Pedro
en medio de la tormenta, conduciendo la barca de un mundo que sufría”, cuenta
Sor Teresa de Jesús al terminar la Eucaristía, ataviada con mascarilla y
visera, como dictan las normas sanitarias. La comunidad a la que pertenece tiene actualmente 10
hermanas, siendo ella la más joven.
Castilla y León y la vecina Aranda de Duero han
sido de las zonas de España más afectadas por el coronavirus. La comunidad de
dominicas, aunque ninguna pasó la enfermedad, sí ha vivido en primera persona
el sufrimiento causado por la pandemia.
“A mediados de abril, nuestra hermana Isidora
falleció, no fue del virus pero los protocolos nos impidieron acompañarla en
sus últimos momentos en el hospital, nos trajeron el ataúd y la enterraron en el cementerio que
tenemos en la huerta, nosotras nos quedamos a cincuenta metros, fue duro
pero nos agarramos a la fe y compartimos el mismo dolor que sufrían miles de
familias”, cuenta la hermana.
Como autónomas que son, la situación económica
provocada por el cierre de la actividad comercial también les ha afectado. “Los
ingresos desaparecieron, cerramos el museo, no podíamos vender pastas… así que decidimos dedicar el tiempo a
limpiar más a fondo, ahora parece que el virus está más controlado, pero el
miedo sigue ahí, es lógico que a la gente le cueste venir”, comenta Sor
Teresa. Enclavado en la Ruta del Cid, “el Asís español” recibía a miles de
visitantes antes de la pandemia interesados por conocer el lugar de nacimiento
de Santo Domingo de Guzmán, su gastronomía y sus bonitos paisajes. Unas visitas
que la localidad espera ir recuperando poco a poco.
"No somos dioses"
Las medidas de seguridad para protegerse del virus
también han alterado la tranquila vida de la comunidad. "En casa no usamos mascarillas
porque somos de la misma familia, aunque cuando alguna ha tenido que salir al
volver ha hecho cuarentena en su celda, le llevábamos la comida y todo lo
que necesitara", explica Sor Teresa y, añade, "lo más laborioso es la
desinfección, ahora, cada vez que terminamos la misa hay que limpiarlo todo, la
que está en el torno se las ve y se las desea con los geles, la mascarilla…
nos acostumbraremos, pero es cierto que estas cosas enfrían las relaciones con
los demás, una caridad con mascarilla no es lo más ideal”, relata la religiosa.
Aunque más acostumbradas que el resto de personas
al confinamiento, la llegada del virus les ha supuesto un sufrimiento que han
podido sobrellevar gracias a la oración. “Se tenga o no fe, este virus nos ha
puesto de manifiesto que no somos dioses, que nuestras seguridades son muy
endebles. Ha sido un tiempo que nos ha ayudado a ver a Dios en medio de circunstancias
en las que, humanamente hablando, parecía ser el gran ausente, pero Él también nos ha estado haciendo
vídeo llamadas, aunque tuviera la cámara apagada, nos ha confirmado que es
nuestro padre, que nos acompaña siempre en el dolor y en la soledad”,
concluye la hermana.
Juan Cadarso
Fuente: ReL