Conocer la voluntad de Dios, comprender su plan para nuestra vida…
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Parece imposible pero se puede aprender a escuchar su voz en
el tumulto de la vida y lo primero es luchar contra la invasión del ruido.
A veces, podríamos llegar a pensar que el ruido es
nuestro ídolo de hoy en día. Muchos ya no creen en lo que ven, nada les
sorprende. Un becerro de oro no lograría impresionarles.
Se han
reemplazado las divinidades visibles por las divinidades audibles. No se puede
prescindir del ruido. Es una droga, una
necesidad.
El hombre adora el ruido. El ruido colma su
mundo interior y habita su alma. Ocupa
su espíritu. Actúa sobre su cuerpo. ¿Qué harían las personas sin ruido?
Sin embargo, el
ruido, una divinidad muy celosa, lo arrasa todo a su paso. Se
vuelve contra quienes ya no pueden vivir sin él. Se convierte en maldición
inventada por la crueldad del hombre y enloquece.
Suministrado
en alta dosis, es un terrible instrumento de tortura. Inoculado
imperceptiblemente, se vuelve un acompañamiento indispensable de todos los
instantes de la existencia. Una compañía sin la cual ya no podemos vivir.
Por tanto, a veces hay que buscar el gusto
del silencio y, con ello, el sentido del silencio, porque allá donde reine el
ruido, Dios está ausente.
Dios es una palabra de silencio
“Dios está en el silencio”, dice un viejo adagio que recupera
toda su pertinencia. Dios no ha renovado la ruidosa teofanía del Sinaí, hecha
de truenos y relámpagos.
Recordemos el
episodio de la vida de Elías el profeta. Había huido de la reina Jezabel que lo
amenazaba de muerte. Se refugió en el monte Horeb, donde esperó la
manifestación de Dios.
El relato
cuenta que Dios no se le manifestó en los grandes ruidos de la naturaleza, sino
en el dulce silencio de un aliento que acaricia el rostro. Es en el silencio donde
el profeta experimenta a Dios.
Dios es una palabra de silencio. Es lo que
muchos Le reprochan. Se oculta, dicen. A decir verdad, la cuestión no es tanto
que se oculte, sino que está del lado del silencio.
Su presencia
no coincide con la agitación. Así, Él está entre las personas. Los más agitados
no son los que están más presentes, los más charlatanes no son los que más
dicen.
Se da aquí
una curiosa paradoja: en la Biblia, Dios solo es conocido porque habla. Habla
hasta tal punto que su Palabra (su Verbo) se encarna.
Jesús es esta Palabra de Dios. Y sin embargo, Dios permanece en el
silencio. Solo se da a conocer a quienes Le buscan en el silencio más grande.
Los auténticos buscadores de Dios están
siempre en busca de lugares de gran silencio para llevar a buen término su
investigación.
La
experiencia les ha enseñado que, en el ruido, estarían siempre distraídos. Su
atención se vería atraída siempre por otro centro de interés. Poco a poco, se
verían desviados de aquello que quieren hacer su única preocupación.