Lo hemos visto en la calle, pisando el terreno, como uno más, remangándose
la camisa para echar una mano
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| José Luis Martínez-Almeida, Alcalde de Madrid. Foto Ecclesia |
Hasta hace bien
poco, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida (1975), era un
desconocido para muchos. Hoy se le conoce como el gran pacificador al lograr la
unidad en medio del caos. Este político ha sentado un precedente en la ciudad
logrando consenso y unidad de acción de todas las fuerzas políticas para
plantar cara a la crisis.
Una de las
imágenes que nos quedará en la memoria durante el confinamiento fue la suya, en
un pleno del Ayuntamiento, tendiendo la mano a la oposición para un gran pacto
de reconstrucción de la capital y encontrando una respuesta positiva de quienes
tienen ideas diferentes. Pero hubo mucho más. Su éxito está enraizado en su
experiencia de Dios, en su tono dialogante, alejado de la crispación.
Se acercó la
gente con sencillez, a veces sin avisar: Bomberos, personal del SAMUR,
taxistas, conductores de la EMT, vecinos que lo estaban pasando mal. Hemos
podido verle descargando cajas de alimentos en parroquias de Valdebebas o la de
San Pedro Regalado de Puente de Vallecas. Su párroco pidió ayuda y allí se
presentaron bomberos, voluntarios, concejales… y el propio alcalde.
—En uno de los
Foros Interdisciplinares que organizó la Fundación Pablo VI, Julio Martínez,
rector de la Universidad Pontificia Comillas, le mencionó a usted como líder
ejemplar a la hora de gestionar esta crisis. ¿Qué recuerdos guarda de su etapa
de formación en centros religiosos?
—Estudié en el Colegio Retamar de Madrid y después cursé mis estudios universitarios en la facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas. Son los años básicos en la formación de una persona, los que dan carácter y forma, tanto intelectual como humanamente. En mi caso, además, esta formación fue muy coherente con mi entorno familiar. Guardo muy buenos recuerdos de esos años; fue una etapa feliz que sentó las bases de la persona que soy ahora.
—¿Destacaba ya
en aquel momento por su tono conciliador y sosegado que parece «no estar de
moda» entre los políticos en el Congreso?
—Siendo el pequeño de seis hermanos, en esa época tenía que esforzarme para llegar donde necesitaba; aprendí a dialogar y a defender mis ideas con la palabra. Posiblemente el esfuerzo posterior de estudiar la oposición, y el ejercicio como abogado del Estado, hayan influido bastante en ese sentido en mi forma de ser.
—¿Cómo se
consigue el ambiente de colaboración en los plenos municipales? ¿Qué le parece
ser valorado tan positivamente por sectores tan divergentes, incluso desde la
oposición de su Ayuntamiento?
—Esto ha sido mérito de todos, empezando por los concejales de la oposición. Teníamos que estar a la altura del sacrificio y la ejemplaridad de los madrileños, ha sido una cuestión de sentido de la responsabilidad. Desde el primer momento de la crisis nos sentamos y fuimos muy claros unos con otros, siempre con espíritu constructivo. Desde ahí se han edificado los Acuerdos de la Villa. Los madrileños, con su ejemplo, no merecían menos.
—Hemos podido verle
trabajando diariamente en las calles de nuestra ciudad. ¿Cuál ha sido la
situación más complicada que ha vivido desde el comienzo de la crisis? ¿Y la
más dolorosa?
—La más dolorosa, sin lugar a dudas, fue la visita al Palacio de Hielo. Me permitió comprender muy bien la envergadura de las cifras, cómo detrás de cada número había una persona y familias sufriendo. Sin duda me resquebrajé por dentro.
Para esta crisis no había libro de instrucciones, todo era muy complicado.
Fue complicado
aguantar tantas semanas de confinamiento, es complicado reactivar la economía
de la ciudad, medir la desescalada sin que proliferen contagios, establecer
ayudas a la economía que tanto se ha resentido… al principio de la pandemia
hubo que tomar medidas difíciles, antes de que se declarase incluso el estado
de alarma, como el cierre de escuelas infantiles, enviar a los funcionarios a
teletrabajar, parar los plazos de la Administración, o cerrar parques y
jardines ese primer sábado.
Pero me temo
que nos quedan aún momentos difíciles que pasar: la crisis económica que
tenemos encima y el tsunami de necesidades sociales.
—Usted ha dicho
que «ya habrá tiempo de depurar responsabilidades». ¿Ha llegado el momento?
—Con el país confinado no era el momento. Ya hay una comisión en el Congreso que está empezando a desentrañar cosas que han pasado. Debemos hacer una revisión crítica de lo que hemos hecho y cómo hemos afrontado la pandemia para aprender de lo que ha pasado y mejorar en el futuro la forma de gestionar retos como este.
—El virus se ha
llevado a cerca de 6.000 ancianos de las residencias madrileñas en tres meses.
También en las gestionadas por las congregaciones, cuyos religiosos han
fallecido víctimas del coronavirus. ¿Tenemos que repensar el modelo de las
residencias de ancianos?
—Todas las Administraciones tenemos que repensar y evaluar lo que ha pasado y cómo hemos actuado. Sin duda se tomaron todas las medidas posibles en una situación tan extrema, en Madrid y en el resto de España. Estoy convencido de que con esta crisis cambiarán muchas cosas, entre ellas el modelo de ciudad.
—El presidente
de la CEE, el cardenal Juan José Omella, se ha mostrado preocupado por esa
«cultura del descarte», que no valora a nuestros mayores, como si hubiera vidas
de segunda…
—A nuestros mayores les debemos todo. La pandemia ha sido especialmente cruel con una generación que ya sacó el país adelante en condiciones muy duras, tras una guerra civil. Mal hará una sociedad que se olvide de a quiénes debe dónde está ahora.
—Le hemos visto
«arrimando el hombro» en la parroquia de San Pedro Regalado en Vallecas. ¿Qué
hubiera pasado en Madrid (y en España) sin la acción de la Iglesia?
—La acción de la Iglesia ha sido fundamental, como lo es en la vida ordinaria. Las parroquias siempre tienen contacto y conocimiento directo de lo que está pasando en los barrios. Sin pedir nada, sin pensar en los riesgos, han estado desde el primer momento presentes, anticipando medidas para la emergencia social que se estaba viniendo encima. Solo puedo darles las gracias.
—Miles de
personas siguen «haciendo cola» en muchas organizaciones pidiendo ayudas tan
básicas como alimentos. ¿Cómo se van a seguir gestionando las llamadas «colas
del hambre» en la ciudad?
—«Colas del hambre» es una terminología que no comparto, porque no es esto exactamente lo que está pasando en la ciudad. La voracidad de la crisis que ha provocado esta pandemia ha hecho que pida ayuda gente que nunca imaginaríamos que iba a recurrir a nuestros servicios sociales. El Ayuntamiento trabaja por atender a todos los que lo necesitan, de hecho procuramos sustento a más de 83.000 personas en la ciudad y preparamos ya la forma de cubrir estas nuevas necesidades sociales que no eran en absoluto previsibles hace solo unos meses.
La ayuda de
organizaciones religiosas y de vecinos es encomiable y muy de agradecer. Pero
para conseguir una acción verdaderamente eficaz necesitamos compartir
información y que se nos faciliten los datos de todos los que solo acuden a
ellos para poder incluirlos en nuestro sistema de ayuda social. Es la única
manera de atender ordenada y adecuadamente a todos aquellos que lo necesiten.
—Ya está
abierto el plazo para solicitar el Ingreso Mínimo Vital. ¿Cuántos madrileños
han pedido esta ayuda? ¿Cree usted que debe ser permanente?
—Los Ayuntamientos somos los que, como administración más cercana, mejor conocemos las necesidades de la sociedad. De hecho, este Ingreso Mínimo Vital se parece a otras ayudas que ya se están dando desde el ámbito municipal y de la comunidad. Los datos están ahora mismo evaluándose por parte del Ministerio de Seguridad Social, que es a quien compete esta ayuda. Creo que las ayudas deben ser un vehículo para recuperar la autonomía, y que las administraciones debemos esforzarnos para que todas las personas tengan la oportunidad de valerse por sí mismas.
Por Sara de la
Torre y Silvia Rozas
Fuente: Revista Ecclesia
