El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
I. |
Dominio público |
Alaba, Sión, al Salvador; alaba al guía y al pastor con himnos y cánticos.
II. El Señor los alimentó con flor de harina y los
sació con miel silvestre
III.
Es Jesús de Nazaret que pasa.
“El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero
pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los
preparativos para que comas el cordero de Pascua?». Entonces, envía a dos de
sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre
llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la
casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con
mis discípulos?’. Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya
dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». Los
discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había
dicho, y prepararon la Pascua.
Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y
dijo: «Tomad, éste es mi cuerpo». Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se
la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi sangre de la Alianza,
que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la
vid hasta el día en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios».
Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos” (Mc 14,12-16.22-26).
I.
Lauda, Sion, Salvatorem... Alaba, Sión, al Salvador; alaba al guía y al pastor
con himnos y cánticos. Hoy celebramos esta gran Solemnidad en honor del
misterio eucarístico. En ella se unen la liturgia y la piedad popular, que no
han ahorrado ingenio y belleza para cantar al Amor de los amores. Para este
día, Santo Tomás compuso esos bellísimos textos de la Misa y del Oficio divino.
Hoy debemos dar muchas gracias al Señor por haberse quedado entre nosotros,
desagraviarle y mostrarle nuestra alegría por tenerlo tan cerca: Adoro te,
devote, latens Deitas..., te adoro con devoción, Dios escondido..., le diremos
hoy muchas veces en la intimidad de nuestro corazón.
En la Visita al Santísimo podremos decirle al Señor
despacio, con amor: plagas, sicut Thomas, non intueor..., no veo las llagas,
como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más
en Ti, que en Ti espere, que te ame.
La fe en la presencia real de Cristo en la Sagrada
Eucaristía llevó a la devoción a Jesús Sacramentado también fuera de la Misa.
La razón de conservar las Sagradas Especies, en los primeros siglos de la
Iglesia, era poder llevar la comunión a los enfermos y a quienes, por confesar
su fe, se encontraban en las cárceles en trance de sufrir martirio. Con el paso
del tiempo, la fe y el amor de los fieles enriquecieron la devoción pública y
privada a la Sagrada Eucaristía. Esta fe llevó a tratar con la máxima
reverencia el Cuerpo del Señor y a darle un culto público. De esta veneración
tenemos muchos testimonios en los más antiguos documentos de la Iglesia, y dio
lugar a la fiesta que hoy celebramos.
Nuestro Dios y Señor se encuentra en el Sagrario, allí está
Cristo, y allí deben hacerse presentes nuestra adoración y nuestro amor. Esta
veneración a Jesús Sacramentado se expresa de muchas maneras: bendición con el
Santísimo, procesiones, oración ante Jesús Sacramentado, genuflexiones que son
verdaderos actos de fe y de adoración... Entre estas devociones y formas de
culto, «merece una mención particular la solemnidad del Corpus Christi como
acto público tributado a Cristo presente en la Eucaristía (...). La Iglesia y
el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en
este sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la
adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves
faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración». Especialmente el
día de hoy ha de estar lleno de actos de fe y de amor a Jesús sacramentado.
Si asistimos a la procesión, acompañando a Jesús, lo
haremos como aquel pueblo sencillo que, lleno de alegría, iba detrás del
Maestro en los días de su vida en la tierra, manifestándole con naturalidad sus
múltiples necesidades y dolencias; también la dicha y el gozo de estar con Él.
Si le vemos pasar por la calle, expuesto en la Custodia, le haremos saber desde
la intimidad de nuestro corazón lo mucho que representa para nosotros...«Adoradle
con reverencia y con devoción; renovad en su presencia el ofrecimiento sincero
de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis; agradecedle esta prueba
diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad el deseo de acercaros a
comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este misterio de Amor: el Señor busca
mi pobre corazón como trono, para no abandonarme si yo no me aparto de Él». En
ese trono de nuestro corazón Jesús está más alegre que en la Custodia más
espléndida.
II.
El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre, nos
recuerda la Antífona de entrada de la Misa.
Durante años el Señor alimentó con el maná al pueblo de
Israel errante por el desierto. Aquello era imagen y símbolo de la Iglesia
peregrina y de cada hombre que va camino de su patria definitiva, el Cielo;
aquel alimento del desierto es figura del verdadero alimento, la Sagrada
Eucaristía. «Éste es el sacramento de la peregrinación humana (...).
Precisamente por esto, la fiesta anual de la Eucaristía que la Iglesia celebra
hoy contiene en su liturgia tantas referencias a la peregrinación del pueblo de
la Alianza en el desierto». Moisés recordará con frecuencia a los israelitas
estos hechos prodigiosos de Dios con su Pueblo: No sea que te olvides del Señor
tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud....
Hoy es un día de acción de gracias y de alegría porque el
Señor se ha querido quedar con nosotros para alimentarnos, para fortalecernos,
para que nunca nos sintamos solos. La Sagrada Eucaristía es el viático, el
alimento para el largo caminar de la vida hacia la verdadera Vida. Jesús nos
acompaña y fortalece aquí en la tierra, que es como una sombra comparada con la
realidad que nos espera; y el alimento terreno es una pálida imagen del
alimento que recibimos en la Comunión. La Sagrada Eucaristía abre nuestro
corazón a una realidad totalmente nueva.
Aunque celebramos una vez al año esta fiesta, en realidad
la Iglesia proclama cada día esta dichosísima verdad: Él se nos da diariamente
como alimento y se queda en nuestros Sagrarios para ser la fortaleza y la
esperanza de una vida nueva, sin fin y sin término. Es un misterio siempre vivo
y actual.
Señor, gracias por haberte quedado. ¿Qué hubiera sido de
nosotros sin Ti? ¿Dónde íbamos a ir a restaurar fuerzas, a pedir alivio? ¡Qué
fácil nos haces el camino desde el Sagrario!
III.
Un día que Jesús dejaba ya la ciudad de Jericó para proseguir su camino hacia
Jerusalén, pasó cerca de un ciego que pedía limosna junto al camino. Y éste, al
oír el ruido de la pequeña comitiva que acompañaba al Maestro, preguntó qué era
aquello. Y quienes le rodeaban le contestaron: Es Jesús de Nazaret que pasa.
Si hoy, en tantas ciudades y aldeas donde se tiene esa
antiquísima costumbre de llevar en procesión a Jesús Sacramentado, alguien
preguntara al oír también el rumor de las gentes: «¿qué es?», «¿qué ocurre?»,
se le podría contestar con las mismas palabras que le dijeron a Bartimeo: es
Jesús de Nazaret que pasa. Es Él mismo, que recorre las calles recibiendo el
homenaje de nuestra fe y de nuestro amor. ¡Es Él mismo! Y, como a Bartimeo,
también se nos debería encender el corazón para gritar: ¡Jesús, Hijo de David,
ten piedad de mí! Y el Señor, que pasa bendiciendo y haciendo el bien, tendrá
compasión de nuestra ceguera y de tantos males como a veces pesan en el alma.
Porque
la fiesta que hoy celebramos, con una exuberancia de fe y de amor, «quiere
romper el silencio misterioso que circunda a la Eucaristía y tributarle un
triunfo que sobrepasa el muro de las iglesias para invadir las calles de las
ciudades e infundir en toda comunidad humana el sentido y la alegría de la
presencia de Cristo, silencioso y vivo acompañante del hombre peregrino por los
senderos del tiempo y de la tierra». Y esto nos llena el corazón de alegría. Es
lógico que los cantos que acompañen a Jesús Sacramentado, especialmente este
día, sean cantos de adoración, de amor, de gozo profundo.
Cantemos
al Amor de los amores, cantemos al Señor; Dios está aquí, venid, adoremos a
Cristo Redentor... Pange, lingua, gloriosi... Canta, lengua, el misterio del
glorioso Cuerpo de Cristo... La procesión solemne que se celebra en tantos
pueblos y ciudades de tradición cristiana es de origen muy antiguo y es
expresión con la que el pueblo cristiano da testimonio público de su piedad
hacia el Santísimo Sacramento. En este día el Señor toma posesión de nuestras
calles y plazas, que la piedad alfombra en muchos lugares con flores y ramos;
para esta fiesta se proyectaron magníficas Custodias, que se hacen más ricas
cuanto más cerca de la Forma consagrada están los elementos decorativos. Muchos
serán los cristianos que hoy acompañen en procesión al Señor, que sale al paso
de los que quieren verle, «haciéndose el encontradizo con los que no le buscan.
Jesús aparece así, una vez más, en medio de los suyos: ¿cómo reaccionamos ante
esa llamada del Maestro? (...).
»La procesión del Corpus hace presente a Cristo por los
pueblos y las ciudades del mundo. Pero esa presencia (...) no debe ser cosa de
un día, ruido que se escucha y se olvida. Ese pasar de Jesús nos trae a la
memoria que debemos descubrirlo también en nuestro quehacer ordinario. Junto a
esa procesión solemne de este jueves, debe estar la procesión callada y
sencilla, de la vida corriente de cada cristiano, hombre entre los hombres,
pero con la dicha de haber recibido la fe y la misión divina de conducirse de
tal modo que renueve el mensaje del Señor en la tierra (...).
»Vamos, pues, a pedir al Señor que nos conceda ser almas
de Eucaristía, que nuestro trato personal con Él se exprese en alegría, en
serenidad, en afán de justicia. Y facilitaremos a los demás la tarea de
reconocer a Cristo, contribuiremos a ponerlo en la cumbre de todas las
actividades humanas. Se cumplirá la promesa de Jesús: Yo, cuando sea exaltado
sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí (Jn 12, 32)».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org