Sólo
con María podemos estar en el corazón de la Iglesia y orar sin desfallecer como
hacen los monasterios de vida contemplativa. ¡Demos gracias a Dios por sus
carismas que nos enriquecen con toda clase de bienes!
El domingo de la
Santísima Trinidad celebramos la Jornada Mundial Pro Orantibus, es decir, por
los que dedican su vida en los monasterios de vida contemplativa a orar por la
Iglesia y la humanidad.
Son hombres y
mujeres que han hecho de su vida una permanente ofrenda a Dios, una alabanza
continua a su gloria y una intercesión por las necesidades espirituales y
materiales de los hombres. Permanecen muchas veces en el olvido, no digo ya del
mundo, sino incluso de cristianos que desconocen este modo de vivir en la
Iglesia o no lo valoran como conviene.
El hecho de que se
celebre esta Jornada el día de la Santísima Trinidad es todo un signo. Dios es
el fundamento de todo lo que existe. El Dios revelado en Cristo es, además, un
Dios amor y comunión. Son tres personas que se aman en una unidad
indestructible a imagen de la cual hemos sido creados. Este Dios inefable y
cercano, trascendente y encarnado en el Hijo, todopoderoso y anonadado en la
cruz, Juez universal y humilde samaritano, es el que atrae hacia sí a todo el
universo y a la humanidad.
Dios es el inicio y
la meta de todo. Muchos hombres no lo saben, andan a la deriva, vagan como
ciegos y colman sus deseos en lo perecedero que nunca sacia. Quienes viven la
vocación contemplativa son atraídos por Dios para vivir en él en plena
adoración mezclada de trabajo y liturgia, de convivencia fraterna y de
silencio, y dominados, sobre todo, por una compasión por el hombre que, sin
apenas darnos cuenta, es el ungüento con que Dios cicatriza las heridas, sana
muchas torturas y nos levanta de nuestras frustraciones. Son los hombres y
mujeres que, ahondándose en Dios, alientan al caído con la esperanza de
encontrar un día la felicidad que busca sin conocer su fuente.
Segovia cuenta con
catorce comunidades contemplativas de distintos carismas que dan vida a la
Iglesia desgastándose como los cirios que se consumen lentamente en presencia
del Altísimo. Jerónimos, concepcionistas franciscanas, agustinas, carmelitas
descalzas, cistercienses, franciscanas clarisas, dominicas, franciscanas de la
tercera orden regular. ¡Nunca agradeceremos los dones que nos llegan de su
entrega! Como ocurre en otros órdenes de la vida, entendemos más el hacer que
el dejarse hacer, y la contemplación es sobre todo dejarse hacer (naturalmente,
por Dios).
Decía santa Teresa
de Lisieux, doctora de la Iglesia: «Dios mío, en el corazón de la Iglesia, que
es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá
colmado». He aquí el secreto de la vocación contemplativa: ser el amor en el corazón
de la Iglesia. Por eso, María es el lugar donde se vive contemplativamente,
pues ha tenido en su seno —en todo su ser— habitando el amor; y porque ella
misma ha querido habitar en él virginalmente, entregándose sin reservas a la
voluntad de Dios.
Ella enseña a
guardar los misterios de Dios en el corazón y a meditarlos sin descanso; ella
es maestra del silencio y del trabajo callado y humilde; ella educa en el
perdón y la misericordia como hizo al pie de la cruz; ella es trono de
compasión cuando recibe el cuerpo muerto de Jesús en su seno de madre; ella
recibe el Espíritu con humildad de sierva y fortaleza de madre; ella acoge a
los predicadores del evangelio y los conforta en sus trabajos; ella se ofrece a
Dios, junto a su Hijo, para que la salvación llegue al último rincón de la
tierra.
Sólo con María
podemos estar en el corazón de la Iglesia y orar sin desfallecer como hacen los
monasterios de vida contemplativa. ¡Demos gracias a Dios por sus carismas que
nos enriquecen con toda clase de bienes!
+ César Franco
Obispo de Segovia.