El 10
de mayo del año 1569, diciendo "Jesús y María" murió santamente. Fue
beatificado en 1894 y el Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970
San Juan de Ávila tuvo el privilegio de ser amigo y consejero de seis santos: San Ignacio de Loyola, Santa Teresa, San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara y Fray Luis de Granada.
Dicen que él es la figura más
importante del clero secular español del siglo 16.
Nació
en el año 1500. De una familia muy rica, al morir sus padres repartió todos sus
bienes entre los pobres y después de tres años de oración y meditación se
decidió por el sacerdocio. Estudió filosofía y teología en la Universidad de
Alcalá y allá hizo amistad con el Padre Guerrero que fue después arzobispo de
Granada y su amigo de toda la vida.
Desde
el principio de su sacerdocio demostró una elocuencia extraordinaria. El pueblo
acudía en gran número a escuchar sus sermones donde quiera que él iba a predicar.
Cada predicación la preparaba con cuatro o más horas de oración de rodillas. A
veces pasaba la noche entera ante un crucifijo o ante el Santísimo Sacramento
encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente. Y los
resultados eran formidables.
Los
pecadores se convertían a montones. A sus discípulos les decía: "Las
almas se ganan con las rodillas". A uno que le preguntaba como hacer para
lograr convertir a alguna persona en cada sermón, le dijo: "¿Y es que Ud.
espera convertir en cada sermón a alguna persona?". "No, ¡eso
no!", respondió el otro. "Pues por eso es que no los convierte",
le dijo el santo, "porque para poder obtener conversiones hay que tener fe
en que sí se conseguirán conversiones. ¡La fe mueve montañas!."
A
otro que le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder llegar a ser
un buen predicador, le respondió: "La principal cualidad es: ¡amar
mucho a Dios!".
Pidió viajar de misionero a América del sur, pero su amigo el Arzobispo de Granada le dijo: "Aquí en España también hay muchos a quienes misionar y evangelizar. ¡Quédese predicando entre nosotros!". Le obedeció y se dedicó a predicar por Andalucía, por todo el sur de España.
Pidió viajar de misionero a América del sur, pero su amigo el Arzobispo de Granada le dijo: "Aquí en España también hay muchos a quienes misionar y evangelizar. ¡Quédese predicando entre nosotros!". Le obedeció y se dedicó a predicar por Andalucía, por todo el sur de España.
Y
las conversiones que conseguía eran asombrosas. Su predicación era fuerte. No
prometía vida en paz a quienes querían vivir en paz con sus pecados, pero
animaba enormemente a todos los que deseaban salir de su anterior vida de
pecado. Un gran número de sacerdotes le seguía para ayudarle a confesar y
colaborarle en la catequesis de los niños y en la administración de los
sacramentos. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos acudían con gusto a
escucharle.
Dios
le concedió a San Juan de Ávila la cualidad especialísima de ejercer un gran
ascendiente sobre los sacerdotes. Por eso el Sumo Pontífice lo ha nombrado
"Patrono de los sacerdotes españoles". Bastaba con que lo vieran
celebrar misa o le oyeran un sermón para que los sacerdotes quedaran muy
agradablemente impresionados de su modo de obrar y predicar. Y después en sus
sermones, ellos estaban allá entre el público oyéndole con gran atención.
El
sabio escritor Fray Luis de Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e
iba escribiendo sus sermones. De cada sermón del santo, sacaba el material para
predicar luego diez sermones. Los sacerdotes decían que el Padre Juan de Ávila
predicaba como si estuviera oyendo al mismo Dios.
Fue
reuniendo grupos de sacerdotes y por medio de hacerles meditar en la Pasión de
Jesucristo y en la Eucaristía y de rezar y recibir los sacramentos, los iba
enfervorizando y después los enviaba a predicar. Y los frutos que conseguía
eran inmensos. Unos 30 de esos sacerdotes se hicieron después Jesuitas. Otros
colaboraron con la reforma que San Juan de la Cruz y Santa Teresa hicieron de
los padres Carmelitas y muchos más llenaron de buenas obras las parroquias con
su gran fervor.
Un
día en Granada, mientras San Juan de Ávila pronunciaba un gran sermón, de
pronto se oyó en el templo un grito fortísimo. Era San Juan de Dios que había
sido antes militar y comerciante y que ahora se convertía y empezaba una vida
de santidad admirable. En adelante San Juan de Dios tendrá siempre como
consejero al Padre Juan de Ávila, a quien atribuirá su conversión.
Los
enemigos y envidiosos lo acusaron de que su predicación era demasiado miedosa y
de que se proponía hacer que las gentes fueran demasiado espirituales. Y el
santo fue llevado a la cárcel y allí estuvo de 1532 a 1533. Aprovechó su
prisión para meditar más y crecer en santidad. Cuando se le reconoció su
inocencia y fue sacado de la prisión el pueblo lo ovacionó como a un héroe.
A
muchas personas les dio dirección espiritual por medio de cartas. Después
reunió una colección de esas cartas y las publicó con el título de "Oye
hija" y fue un libro muy afamado y que hizo gran bien a los lectores.
Su
devoción a la Virgen era tan grande que lo hacía exclamar: "Más preferiría
vivir sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María".
Fundó
más de diez colegios y ayudaba mucho a las universidades católicas. Su
autoridad y su ascendiente eran muy grandes en todas partes.
Sus
últimos 17 años fueron de enormes sufrimientos por su salud que era muy
deficiente. En él se cumplía aquello que dijo Jesús: "Mi Padre, al árbol
que más quiere, más lo poda, para que produzca mayor fruto". Pero aunque
sus padecimientos eran muy intensos, no por eso dejaba de recorrer ciudades y
pueblos predicando, confesando, dando dirección espiritual y edificando a todos
con su vida de gran santidad. Tres temas le llamaban mucho la atención para
predicar: la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María.
Una
de sus cualidades más admirables era su gran humildad. A pesar de sus
brillantes éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y miserable pecador.
Cuando estaba agonizante vio que un sacerdote lo trataba con muy grande veneración
y le dijo: "Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo
que he sido y nada más".
Cuando
en su última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el crucifijo entre sus
manos y exclamaba: "Dios mío, si sí te parece bien que suceda, está bien,
¡está muy bien!".
El
10 de mayo del año 1569, diciendo "Jesús y María" murió santamente.
Fue beatificado en 1894 y el Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.
San
Juan de Ávila: tú que con tus sermones lograste tantas conversiones de
pecadores, alcánzanos del Señor Dios, que también nosotros nos convirtamos.
Fuente: EWTN