COMUNIÓN DE LOS SANTOS
II. Se extiende a todos los
cristianos. Resonancia incalculable de nuestras buenas obras.
III. Las indulgencias.
«Discutían, pues, los judíos entre ellos
diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: En verdad,
en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su
sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mi y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo
por el Padre, así, aquél que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha
bajado del Cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come
este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en
Cafarnaún. Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: Dura es esta
enseñanza, ¿quién puede escucharla?» (Juan 6, 52-60).
I. Y al caer en tierra,
oyó una voz que decía: Saulo, ¿por qué me persigues? Él contestó: ¿Quién eres, Señor?
Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hechos 9, 3-5). En esta primera
revelación, Jesús le muestra personal e íntimamente unido a sus discípulos a
quien Pablo perseguía. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los
cristianos, al rezar el Símbolo Apostólico, han profesado como una de las
principales verdades de la fe: Creo en la Comunión de los Santos. Consiste en
una comunidad de bienes espirituales de los que todos se benefician.
No
es una participación de bienes de este mundo, materiales, culturales,
artísticos, sino una comunidad de bienes imperecederos, con los que nos podemos
prestar unos a otros una ayuda incalculable. Hoy, ofreciendo al Señor nuestro
trabajo, nuestra oración, nuestra alegría y nuestras dificultades, podemos
hacer mucho bien a personas que están lejos de nosotros y a la Iglesia entera:
todos los que estamos unidos en Cristo –los santos del Cielo, las almas del
purgatorio y los que aún vivimos en la tierra- debemos tener conciencia de las
necesidades de los demás.
II. La Comunión de los
Santos se extiende hasta los cristianos más abandonados: por más solo que se
encuentre un cristiano, sabe muy bien que jamás muere solo: toda la Iglesia
está junto a él para devolverlo a Dios que lo creó. Pasa a través del tiempo.
En el último día nos será dado el comprender las resonancias incalculables que
han podido tener, en la historia del mundo, las palabras, o las acciones, o las
instituciones de un santo, y también las nuestras. En este momento alguien reza
por nosotros.
En
nuestro juicio particular veremos esas inmensas aportaciones que nos
mantuvieron a flote, y si somos fieles, también contemplaremos con inmenso gozo
cómo fueron eficaces en otras personas todos nuestros sacrificios, trabajos y
oraciones. De modo particular, vivimos y participamos de esta comunión de
bienes en la Santa Misa, en torno al Cuerpo del Señor, que se ofrece por su
Iglesia y por toda la humanidad.
III. En el dogma de la
Comunión de los Santos se basa la doctrina de las indulgencias. En ellas, la
Iglesia administra con autoridad las gracias alcanzadas por Cristo, la Virgen y
los santos; emplea esas gracias para satisfacer por la pena debida por nuestros
pecados y por lo que deben satisfacer las almas del Purgatorio. Nada de lo que
hagamos con rectitud de intención se pierde. Si viviéramos mejor esta realidad
de nuestra fe, nuestra vida estaría llena de frutos. Si se lo pedimos, la
Virgen nos ayudará a ser más generosos.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org