El
milagro de la vida
Hola,
buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Estos
días atrás, desde mi ventana, he estado observando... ¡el milagro de la vida!
Es
que, el domingo pasado, la priora quiso tener un detalle con cada una por ser
el día de la madre, y por ello nos regaló unos pequeños maceteros con tierra y
una bolsita de semillas.
Me
encantó y, como una niña, esa misma tarde planté las semillas en la tierra y
las regué tal y como indicaban las instrucciones. Y así, día tras día, las he
ido cuidando, abriendo un poco la ventana para que les diera el aire, dejando
que el sol hiciera su trabajo, añadiendo agua cuando lo necesitaban... y el
milagro se dio: ¡ya están comenzando a brotar aquellas minúsculas semillas!
Al
ver ese milagro, el Señor me regaló entender que, al igual que aquella semilla,
que brotó sin que yo pudiera “arrancarle” la vida o hacerla crecer, del mismo
modo, en nuestra vida, el Amor es un Don. El poder amar al otro, descubrir su persona,
poder verle y mirar por él... es un Don del Señor; es gratuito y un regalo.
Porque cuántas veces hemos experimentado esa impotencia de querer amar y no
poder, de descubrir antes los fallos que sus dones, o de quedarnos atascados en
heridas del pasado... Esa impotencia nos habla precisamente de esto, de que el
amor es un Don.
Sin
embargo, al igual que aquella semilla necesitaba ser cuidada con esmero y ser
observada, también este otro Don necesita que nosotros lo cuidemos, que
trabajemos a favor de la Gracia.
El
Don de poder amar a los hermanos, a tu marido o mujer, a tus hijos o
compañeros... es un regalo que el Señor quiere darte, porque en él se esconde
la felicidad. Pero, para que florezca, el Señor necesita que lo queramos
acoger, que lo cuidemos, que estemos pendientes de “no dejar nunca de amar”,
que soltemos el corazón en Sus manos y confiemos en Él para poder ser libres
para amar.
Hoy
el reto del amor es cuidar esa semilla. Todo comienza así, plantando una
pequeña semilla... No podemos comenzar por el árbol, pero eso es lo genial,
porque ahí se ve lo que cuenta un gesto pequeño. Ora al Señor, suelta tu
corazón ante Él, expresándole lo que te impide descubrir al otro, y exprésale
tu deseo de amar. Y después, pídele que te regale un gesto concreto que pueda
llegar al corazón de esa persona.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma