Una fiesta en el cielo y en la tierra
La
conclusión de la parábola es una fuente de esperanza para el pecador
arrepentido.
Jesús
nos quiere decir que la conversión de un solo hombre a Dios es algo muy grande
y valioso.
Podemos
decir en un lenguaje figurado que esta conversión implica “una fiesta en el
cielo”. Hay un regocijo espiritual por una conversión. Aunque es una frase antropomórfica,
nos ilumina cómo la bondad y el amor de Dios se pueden manifestar al modo
humano de alegría como fue la del padre del hijo prodigo.
Hay
una fiesta en la tierra desde el punto de vista de que nosotros también nos
alegramos de que una persona recobre la paz espiritual y vuelva al buen camino.
A
veces dudamos de los buenos propósitos de una persona que quiera iniciar su
camino de retorno al Señor. Sin embargo aunque nos cueste trabajo creerlo,
deberíamos alegrarnos y sentir el regocijo de quienes recuperan un amigo, de
añadir un puesto más en la mesa para compartir el pan. Es el momento de animar
al hermano, de comprometerlo más, de apoyarlo y caminar con él.
Examinemos
nuestras actitudes al respecto.
A
veces pensamos que esta parábola no es para nosotros, pero fue dicha para
todos. Cada uno de nosotros debe dejarse encontrar por el Buen Pastor, dejarse
recoger por él para que nos lleve al redil y cada uno de nosotros puede, con su
conversión a Dios, provocar una fiesta en el cielo.
Lucas. 15, 3-7
Jesús les dijo esta
parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no
deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la
encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento;
y, al llegar a casa, reúne a los amigos
y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se
me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un
solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse.
Fuente: ACI