DOCILIDAD Y BUENAS DISPOSICIONES PARA ENCONTRAR A JESÚS
II. La curación de Naamán.
Docilidad y humildad.
III. Docilidad en la
dirección espiritual.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que
ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas
había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis
meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado
Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en
Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino
Naamán, el sirio».
Oyendo estas cosas,
todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron
fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el
cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de
ellos, se marchó” (Lucas 4,24-30).
I. El Señor, después de un
tiempo de predicación por las aldeas y ciudades de Galilea, vuelve a Nazaret,
donde se había criado. Todos había oído maravillas del hijo de María y
esperaban ver cosas extraordinarias. Sin embargo no tienen fe, y como Jesús no
encontró buenas disposiciones en la tierra donde se había criado, no hizo allí
ningún milagro.
Aquellas
gentes sólo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía mesas y les
arreglaba las puertas. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que
les visitaba. Nosotros, para contemplar al Señor, también debemos purificar
nuestra alma. La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con
obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios.
II. En la primera lectura
de la Misa se nos narra la curación de Naamán, general del ejército de Siria (2
Reyes 5, 1-15), por el profeta Eliseo. El general había recorrido un largo
camino para esto, pero lleno de orgullo, llevaba su propia solución sobre el modo
de ser curado. Cuando ya se regresaba sin haberlo logrado, sus servidores le
decían: aunque el profeta te hubiese mandado una cosa difícil debieras hacerla.
Cuanto más habiéndote dicho lávate y serás limpio.
Naamán
reflexionó sobre las palabras de sus acompañantes y volvió con humildad a
cumplir lo que le había dicho el Profeta, y quedó limpio. También nosotros
andamos con frecuencia enfermos del alma, con errores y defectos que no
acabamos de arrancar. El Señor espera que seamos humildes y dóciles a las
indicaciones de la dirección espiritual. No tengamos soluciones propias cuando
el Señor nos indica otras, quizá contrarias a nuestros gustos y deseos. En lo
que se refiere al alma, no somos buenos consejeros, ni buenos médicos de
nosotros mismos. En la dirección espiritual el alma se dispone para encontrar
al Señor y reconocerle en lo ordinario.
III. La fe en los medios que
el Señor nos da, obra milagros. La docilidad, muestra de una fe operativa, hace
milagros. El Señor nos pide una confianza sobrenatural en la dirección
espiritual; sin docilidad, ésta quedaría sin fruto. Y no podrá ser dócil quien
se empeñe en ser tozudo, obstinado e incapaz de asimilar una idea distinta de
la que ya tiene: el soberbio es incapaz de ser dócil. Disponibilidad, docilidad,
dejarnos hacer y rehacer por Dios cuantas veces sea necesario, como barro en
manos del alfarero. Este puede ser el propósito de nuestra oración de hoy, que
llevaremos a cabo con la ayuda de María.
Textos
basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.