Un
nuevo libro, titulado "Diversos y unidos", recopila textos y
discursos del Papa sobre las relaciones humanas
El
volumen, con el prefacio del Arzobispo de Canterbury Justin Welby, está
enriquecido con un texto inédito del Papa Francisco.
“Diversos
y unidos. Com-unico y, por lo tanto, soy”. Es éste el título del nuevo volumen
publicado por la Librería Editora Vaticana – Dicasterio para la Comunicación de
la Santa Sede. El libro está enriquecido con un texto inédito del Papa
Francisco sobre las relaciones humanas, desarrollado en un escrito titulado
"Con la mirada de Jesús". “Las relaciones humanas más bellas y más
fructíferas son las que se basan en el amor de Dios por nosotros” escribe en el
prefacio de la obra el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, primado de toda
Inglaterra y líder mundial de la Comunión Anglicana.
Con la mirada de Jesús
Los
muchos encuentros de Jesús a lo largo de su camino por las calles de Palestina
están iluminados por la misma mirada, llena de amor hacia cada hombre.
"Pensemos -escribe Francisco- en la llamada de Mateo (fijado con una
mirada de elección y a la vez de misericordia), en el diálogo nocturno con
Nicodemo, o en aquel en el pozo de Jacob con la samaritana, y quizás también
los más rápidos con la cananea y con Zaqueo. Seguramente esa mirada es la misma
con la que Jesús ofrece su mejilla a Judas llamándole "amigo", la
misma mirada con la que se vuelve hacia Pedro mientras canta el gallo y aunque
nos cueste entenderlo, es la misma con la que observa en silencio el mísero
espectáculo del rey Herodes que espera de Él algún gesto milagroso antes de
devolverlo decepcionado a Pilato. Incluso en el diálogo con el procurador
romano, Jesús lo habrá mirado fijo con amor".
En
esta mirada de Jesús se puede ver "la fe cristiana", que se basa en
esta afirmación: "Jesús -señala el Papa- es de naturaleza divina y Dios es
amor". Este fundamento, escribe el Pontífice, "determina una serie de
consecuencias y cambia toda la forma de estar en el mundo del cristiano".
Comunicar y escuchar
En
la base de toda forma de comunicación y relación humana está la disponibilidad
a la escucha del otro. "Sin esa mirada de amor, la comunicación humana, el
diálogo entre las personas -observa el Papa- puede fácilmente convertirse sólo
en un duelo dialéctico, esa mirada revela en cambio que hay otra cuestión en
juego, vertiginosa, que no tiene en su centro el mérito de la discusión sino
mucho más, el sentido mismo de la existencia, la mía y la de mi
interlocutor".
En
este sentido, el Pontífice observa que se debe aprender "la lección del
santo cardenal John Henry Newman". Su reflexión "se ha concentrado
particularmente en la dimensión de la imaginación y en la 'disposición' del
corazón que desempeña un papel más importante que el de la razón, para que un
hombre pueda ser verdaderamente tocado por la experiencia de la fe".
Que Occidente recupere de
Oriente el sentido de la "poesía"
En
el texto inédito -que se publica coincidiendo con un importante aniversario
ecuménico, el 25º aniversario de la Encíclica de San Juan Pablo II "Ut
unum sint" del 25 de mayo de 1995- el Papa Francisco se detiene
especialmente en el episodio del "joven rico" que le pregunta a Jesús
qué debe hacer para heredar la vida eterna. El Papa recuerda un detalle, que él
llama "decisivo", presente sólo en el Evangelio de Marcos.
El
evangelista escribe que "Jesús, fijando en él su mirada, lo amó".
"Especialmente en las sociedades occidentales - escribe el Santo Padre -
el verbo 'fijar' (la mirada), la actitud contemplativa parece no tener más
ciudadanía, haber desaparecido del paisaje cotidiano, en la vida diaria".
"Ya nadie mira fijo más a nadie, es más, si esto sucede, automáticamente
se desencadena una sensación de malestar y una reacción como de frente a un
peligro. Así se ha perdido algo, nadie mira a los ojos al otro, no se ‘está’
uno frente al otro, deteniendo por un momento la frenética carrera del tiempo a
la que estamos sometidos".
El
Papa vincula entonces su propia reflexión a un deseo: "Pensando en esta
condición, expresé al regresar de mi viaje a Asia en noviembre pasado, mi deseo
de que Occidente recuperara de Oriente el sentido de la 'poesía', queriendo decir
con esta hermosa palabra precisamente el sentido de la contemplación, de
detenerse y darse un momento de apertura hacia sí mismo y hacia los demás en el
signo de la gratuidad, del puro desinterés". Sin aquel 'más' de la poesía,
sin este don, sin la gratuidad, no puede nacer un verdadero encuentro, ni una
comunicación propiamente humana".
Que las palabras sean
puentes
En
otro pasaje, Francisco se detiene en la relación entre la comunicación y la
comunión. "Los hombres se 'comunican' no sólo porque intercambian
información, sino porque intentan construir la comunión. Por lo tanto, las
palabras deben ser como puentes construidos para acercar las diferentes
posiciones, para crear un terreno común, un lugar de encuentro, de
confrontación y de crecimiento". Pero este acercamiento tiene su
"condición de partida”: la de "estar dispuestos a escuchar con
paciencia las posiciones del otro porque mirar fijo presupone aceptar de ser
mirado fijo: en la comunicación uno se ofrece al otro".
El
esfuerzo necesario en toda ocasión de comunicación "es el de vivirla como
un encuentro verdadero y no superficial que abra a un diálogo fecundo,
generador que ponga en marcha un dinamismo capaz de desbaratar y transformar
las 'pre-disposiciones', en otras palabras, que abra a la conversión".
El coraje del diálogo
Recordando
lo afirmado el 4 de febrero de 2019 en el encuentro interreligioso en el
Founder's Memorial de Abu Dhabi, el Papa añade que el diálogo necesita coraje.
Un diálogo efectivo "presupone la propia identidad, a la que no se debe
abdicar para complacer al otro. Pero al mismo tiempo exige el valor de la
alteridad que implica el pleno reconocimiento del otro y su libertad [...] sin
libertad no se es más hijos de la familia humana, sino esclavos. [...] El
coraje de la alteridad es el alma del diálogo, que se basa en la sinceridad de
las intenciones [...].
En
todo esto la oración es imprescindible: mientras encarna el coraje de la
alteridad con respecto a Dios, en la sinceridad de la intención, purifica el
corazón del repliegue en sí mismo". La identidad y la alteridad, añade el
Santo Padre, existen juntas: "un corazón replegado sobre sí mismo se
enferma y se "incrusta" con escorias que impiden su latido sano y
vivificante".
Se ama sólo en la libertad
El
reconocimiento de la alteridad "para ser 'pleno', debe abrirse al
reconocimiento de la libertad del otro". Este punto, subraya el Papa, es
crucial. Sigue siendo iluminante, escribe el Pontífice, esa frase de tres
palabras: "mirándolo fijamente, lo amó". "Jesús no mira al otro
como un 'espectáculo', sino como una persona, como un don, como un ser que Dios
quiso crear libremente (por amor) y poner en su camino. En su mirada de amor ya
está insertada la dimensión de la libertad. Se ama sólo en la libertad y sólo
el amor verdadero hace y deja a los demás libres". La libertad es para el
Papa "el ‘condimento’ esencial para hacer plenamente humana la existencia
de las personas en la tierra, y por lo tanto también todo acto
comunicativo". Sin la libertad no hay verdad, toda relación se convierte
en ficción, hipocresía, se desliza en la superficialidad o, peor aún, en la
instrumentalización".
Que la mirada de Dios
siempre descanse sobre nuestras vidas
Finalmente,
el Papa observa que "amar quiere decir estar abierto al riesgo. Jesús, al
mirar al joven que tiene delante de él, no lo 'escruta' para encontrar sus
puntos débiles, sino que lo contempla como si acabara de salir de las manos
creadoras de Dios Padre y es feliz con su existencia, lo ama y lo llama a
superar todas las prisiones y las heridas pasadas para un futuro de plenitud,
respondiendo así a su pregunta sobre la posibilidad de una vida eterna".
"Que la mirada de Dios pueda descansar siempre en nuestra vida y que
nosotros, a su vez, al entrar en relación y comunicando con los otros hombres,
tengamos la misma mirada de Jesús que nos mira fijo con los ojos del amor
gratuito y generoso hasta la entrega total de sí mismo”.
Amedeo
Lomonaco – Ciudad del Vaticano
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