«Están haciendo enormes
sacrificios en este tiempo de plaga»
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Los sacerdotes también están sufriendo por no poder
ejercer con normalidad la vocación con la que se
entregaron a Dios. Foto:
Piero Cruciatti / AFP |
"La Iglesia católica ha
sobrevivido, soportado, e incluso prosperado a través de toda vicisitud
imaginable de la historia, y los sacerdotes han sido una
parte integrante de esa supervivencia, de ese aguante, y de esa prosperidad": no son solo
palabras de ánimo, sino también de agradecimiento, por parte de George Weigel a todos los
sacerdotes del mundo, que han vivido con especial dolor esta Pascua singular.
Weigel, el gran
biógrafo de San Juan Pablo II (Testigo de esperanza [1999], El final y el principio [2010]), es investigador distinguido del
Washington's Ethics and Public Policy Center, donde ocupa la cátedra William E.
Simon de estudios católicos. Su libro más reciente es La ironía de la historia católica moderna.
Weigel ha querido reflejar estos pensamientos y
sentimientos en una carta
abierta dirigida a los sacerdotes con la cual recordar que, aunque no
se les reconozca, ellos "están haciendo enormes sacrificios en este tiempo
de plaga". Y para recordar también a los laicos que el compromiso
bautismal exige ayudarles. Reproducimos el texto, publicado en The Catholic World Report,
en traducción del sacerdote y teólogo Pablo
Cervera Barranco (los
ladillos son de ReL):
Carta abierta a
los sacerdotes de la Iglesia católica
Queridos sacerdotes, queridos hermanos en Cristo:
El Domingo de Pascua por la tarde, recibí un
mensaje de texto de uno de vosotros, un amigo cercano cuyo mensaje era breve y
sin rodeos: «El día más extraño
de mi vida». Estas siete palabras estaba inscritas debajo de una fotografía
tomada desde el coro de su iglesia, vacía a excepción de él mismo
(procesionando por el pasillo central para la Misa del Domingo de Resurrección)
y tres dominicanos de Nashville (socialmente distanciados en los bancos). La
conmovedora confesión de mi amigo fue de lo más impactante porque sé lo
duro que ha trabajado durante más de una década y media para crear una de las más
bellas liturgias parroquiales en el mundo católico, fortaleciendo a su gente
para vivir la misión sacerdotal del verdadero culto que se les confirió a cada
uno de ellos en el bautismo.
Espero que el lamento de mi amigo no fuera solo
suyo. La Pascua del año 2020 ha sido, sin duda, uno de los días más extraños
que muchos, quizás la mayoría, de los sacerdotes haya experimentado jamás.
Muchas cosas se han escrito en las últimas semanas sobre la privación
sacramental experimentada por los laicos. Alguna de ellas ha sido sentida,
incluso profunda, llamando a todos los fieles a vivir este actual y
prolongado ayuno eucarístico de tal manera que se profundizara nuestra comprensión del privilegio que es
realmente la recepción frecuente de la Sagrada Comunión. Los comentaristas
perspicaces también han recordado a la Iglesia una verdad antigua durante este
tiempo de plaga: la
comunión espiritual con el Señor Jesús hace verdaderamente eficaz la comunión
sacramental. Otros comentaristas, por desgracia, han sido menos sensibles,
algunos incluso sugiriendo que los sacerdotes de hoy están siendo menos
heroicos en su respuesta pastoral a la pandemia.
Esfuerzo y creatividad
No conozco a ninguno de esos sacerdotes. Pero más
concretamente, es importante que todos en la Iglesia se den cuenta de que los
sacerdotes sin asambleas presentes en la liturgia, sacerdotes sin penitentes,
sacerdotes sin catecúmenos a los que instruir, y los sacerdotes que no pueden
visitar a los enfermos y a los confinados también están sintiéndose privados.
El hambre para alimentar
al rebaño con la Palabra y el sacramento, que anima toda alma verdaderamente
sacerdotal, es difícil de satisfacer en el momento. Y así, mientras que eso
a menudo no se advierte, los sacerdotes, igual que la gente, están haciendo
enormes sacrificios en este tiempo de plaga. Y lo hacen en nombre de la
caridad, de la solidaridad, del cuidado del bien común, y de la prudencia.
Así, la primera palabra que quiero deciros,
sacerdotes, es una palabra de agradecimiento litúrgico: gracias por mantener el culto
público de la Iglesia en estas circunstancias extraordinarias. Vuestro
testimonio confirma lo que todo católico debería saber, pero quizás solo lo
hace un número insuficiente: no existe algo semejante a lo que se llame una
«Misa privada», porque cada
Misa se celebra en presencia de la Comunión de los santos. Que este tiempo
de ayuno eucarístico del pueblo inspire en todos nosotros un nuevo aprecio
de esa verdad de fe: un aprecio que luego enriquezca nuestro culto público
re-unido cuando llegue ese feliz día.
Quiero daros las gracias, también, por todo lo que
estáis haciendo para ser
pastoralmente creativos y estar presentes para vuestro pueblo. Cada
día aprendo que otro sacerdote más ha descubierto una nueva manera de
mantenerse en contacto con su rebaño. Uno, un viejo amigo, ha recuperado la
tradición patrística de la carta
pastoral y escribe a su gente con regularidad. Muchos de vosotros
estáis trabajando horas extra para mantener abiertas vuestras escuelas
católicas mediante el aprendizaje
telemático, y no infrecuentemente dando un ejemplo al mismo tiempo a la
lenta burocracia de la escuela pública.
Otros también
están inventando nuevos métodos para guiar la adoración eucarística y nuevas formas de escuchar confesiones. Un sacerdote al
que tengo como buen amigo, en sus ochenta, ha visto que su «parroquia» se
amplía para incluir un gran hospital provisional; otro está visitando
incansablemente a enfermos,
permaneciendo cerca de los que están necesitados. Otro también, jubilado,
permanece en contacto con sus amigos por correo electrónico, animando a todos y
provocando una intensa vida
de oración para toda la Iglesia.
Muchos temen que una Iglesia «virtual» va a perder
su sentido sobre la solidaridad cuanto mayor sea el confinamiento y dure la
cuarentena. La otra posibilidad es que se están desarrollando nuevas formas de elasticidad dentro
del Cuerpo de Cristo, cuando tanto sacerdotes como laicos hacen esfuerzos sin
precedentes por permanecer en contacto unos con otros y, al mismo tiempo,
descubrir nuevas formas de hacerlo.
Ayuda de los laicos
Muchos de vosotros, lo sé, estáis sintiendo la
carga de la reducción de
los ingresos para vuestras parroquias. Se dice con frecuencia,
generalmente con ignorancia y, en ocasiones, con malicia, que en la Iglesia
Católica «hablamos demasiado de dinero». Si por «hablar de dinero» nos
referimos a las responsabilidades de administración que todo católico comparte
a causa de su incorporación a Cristo en el bautismo, entonces es más
probable que no «hablamos de dinero» suficientemente, o en la forma correcta.
El apoyo financiero a la Iglesia no debería entenderse como un asunto
de cuota de afiliación, o como un pago por los servicios prestados. El apoyo financiero a la Iglesia
es un modo crucial por el cual las personas de la Iglesia participan en la
misión de la Iglesia: la proclamación del Evangelio, la celebración de los
sacramentos, las obras de caridad y servicio.
Así que permitidme decirlo
por vosotros, y a mis colegas laicos católicos: el tiempo de plaga no
cambia nada, cuando se trata de sentar la responsabilidad financiera para
apoyar el trabajo de la Iglesia. Sacerdotes amigos me dicen que muchas de sus
gentes están tomando la iniciativa, y eso es ciertamente alentador. Todos, sin
embargo, necesitamos hacerlo, no sólo el habitual tercio que llevan la mayor
parte de la carga de apoyo financiero en la mayoría de las parroquias. Así que, hermanos laicos: sed
generosos con la Iglesia de Dios como la Iglesia de Dios ha sido generosa con
vosotros. Sí, la inmensa mayoría de los católicos han tenido golpes
financieros personales debido al cierre de la economía y a la volatilidad de
los mercados. Pero hay muy pocos de nosotros que no pueda hacer algo, y hay
muchos de nosotros que podemos hacer mucho. Por lo tanto, no agravemos las dificultades de
nuestros pastores por ser poco generosos en tiempo de plaga.
Como muchos sacerdotes no escatiman ningún esfuerzo
para vivir su vocación en circunstancias sin precedentes, también me gustaría
sugerir que los laicos hagan de este momento la ocasión para dar las gracias a
sus sacerdotes por su servicio.
La Misa Crismal
En la larga Cuaresma de 2020, la Misa Crismal, que
tradicionalmente se celebra el Jueves Santo, ha sido otra víctima del virus de
Wuhan. Aunque el objetivo principal de la Misa Crismal es bendecir los santos
óleos para el año venidero, la Misa Crismal es también una ocasión para que los
sacerdotes renueven su fraternidad en comunión con su obispo, y para orar
juntos por una profundización de los compromisos contraídos en el día de su
ordenación sacerdotal.
Y la naturaleza
del sacerdocio ordenado, tal como lo entiende la Iglesia católica, raramente se
expresa mejor que en el Prefacio de la Misa Crismal:
Que constituiste a tu Unigénito pontífice de la alianza nueva y eterna
por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico,
perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio…
Él no solo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo,
sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que,
por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.
Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención,
preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el
amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.
Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de
los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte testimonio constante
de fidelidad y amor.
El Jueves Santo, toda la Iglesia da gracias por los
dones del Señor de la Eucaristía y el sacerdocio; también debería ser el día en que los fieles de la Iglesia den
gracias a sus sacerdotes por su entrega vocacional. Esto no ha sido posible
de manera personal este año, pero debería ser posible por correo electrónico,
llamada telefónica o mensaje de texto durante la Semana de Pascua.
Habrá futuro para la Iglesia
Por último, queridos sacerdotes, una reflexión
sobre el futuro: habrá uno. La Iglesia católica ha sobrevivido, soportado, e
incluso prosperado a través de cada vicisitud imaginable de la historia, y los sacerdotes han sido una parte
integrante de esa supervivencia, de ese aguante, y de esa prosperidad. En
nuestro tiempo, los sacerdotes mantuvieron viva la alegría y la esperanza del
Evangelio en las extensiones desoladas y congeladas del Archipiélago Gulag, en los
infiernos vivos de los campos de concentración y exterminio nazis, y en los bosques de Ucrania durante cuarenta
y cinco años en que la Iglesia greco-católica ucraniana fue la mayor comunidad
religiosa subterránea del mundo. Los sacerdotes eran limpiaparabrisas,
cargadores de calderas y mecánicos de ascensor en la Checoslovaquia comunista: trabajo manual duro, mal
pagado durante el día, ministerio pastoral por la noche. Los sacerdotes en China mantienen hoy viva
la llama de la auténtica fe católica. Estos hombres se sobrepusieron. También
nosotros lo podemos: juntos.
La octava de Pascua, que es realmente el Domingo de
Pascua extendido a lo largo de toda una semana, es el mejor momento posible
para recordar que, si una cruz y una tumba no pudieron destruir el amor de Dios
encarnado en su Hijo, entonces tampoco lo puede un virus. El Amor trinitario explosivo,
transformante, derramado en la historia de la primera Pascua, no puede ser
encerrado. Todos nosotros, sacerdotes y pueblo, deberíamos alentarnos
mutuamente con esa buena noticia.
Cristo ha resucitado, ha resucitado verdaderamente,
y se ha aparecido a las santas mujeres, a Pedro y a los demás Apóstoles, y a
dos almas desorientadas caminando hacia Emaús.
Jesús está vivo, en un modo de ser plenísimo y
transfigurado que manifiesta el destino que Dios quería para la humanidad desde
el principio.
El acontecimiento de la Resurrección y la persona del Resucitado son el
núcleo de la fe cristiana. La resurrección y el Resucitado son el Evangelio
a pequeña escala. La resurrección y el Resucitado nos convocan a todos
nosotros a la misión evangélica.
Felices Pascuas, sacerdotes, hermanos míos en
Cristo en la comunión del Señor. Y gracias.
Traducido del original inglés por Pablo Cervera Barranco.
Fuente:
ReL