Camino del Calvario
Dominio público |
Le
responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el
bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras
el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo
pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como
Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que
nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó
Judas el bocado, salió. Era de noche.
Cuando
salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido
glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le
glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy
a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los
judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a
vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió:
«Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice:
«¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús:
«¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo
antes que tú me hayas negado tres veces»” (Jn
13,21-33.36-38).
I.
Tras una noche de dolor, de burlas y desprecio, Jesús, roto por el terrible
tormento de la flagelación, es llevado para ser crucificado. Jesús es condenado
a sufrir un doloroso castigo y la muerte reservada a los criminales. Al poco
tiempo, todos ven que está demasiado débil para llevar sobre sus hombros la cruz
hasta el Calvario. Un hombre, Simón de Cirene, que va camino de su casa, es
forzado a cargar con ella. ¿Dónde están sus discípulos? Ninguno le ayuda a
llevar el madero, lo ha de hacer un extraño, y obligado por la fuerza. Simón
cogió el extremo de la cruz y lo cargó sobre sus hombros.
El
otro, el más pesado, el del amor no correspondido, el de los pecados de cada
hombre, ése lo llevó Cristo, solo. Entre tanto desamparo solamente se le acerca
una mujer de nombre Verónica a limpiarle el rostro con un amor de reparación.
Pero el Señor está agotado y cae y se levanta por tres veces. “Has llegado en
un buen momento para cargar con la Cruz: la Redención se está haciendo –ahora-,
y Jesús necesita muchos cirineos.” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Via Crucis)
II. A Jesús, formando
parte del cortejo, y para hacer más humillante su muerte, le acompañan dos
ladrones. Como ellos, hoy también se puede llevar la cruz de distintas formas.
Hay cruz llevada con rabia, contra la que el hombre se revuelve lleno de odio,
o al menos, de un profundo malestar; es una cruz sin sentido y sin explicación
que aleja de Dios. Es la cruz de los que no quieren comprender el sentido
sobrenatural del sufrimiento. Es una cruz que no redime: es la que lleva uno de
los ladrones.
El
segundo ladrón lleva su cruz con resignación, incluso con dignidad humana,
aceptándola porque no hay otro remedio, hasta que se da cuenta que Cristo está
junto a él. Y finalmente, Jesús se abraza a la cruz salvadora y nos enseña cómo
debemos cargar con la nuestra: con amor, corredimiendo con Él a todas las
almas, reparando por los propios pecados. Hoy podemos preguntarnos cómo
llevamos las contrariedades y el dolor, si nos acercan a Cristo.
III.
En el Via Crucis meditamos que, en una de aquellas callejuelas, Jesús encontró con
su Madre. “Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus
ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma
de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo” (J. ESCRIVÁ
DE BALAGUER, Via Crucis).
Cuando
el dolor y la aflicción nos aquejen, cuando se hagan más penetrantes,
acudiremos a Santa María, Mater dolorosa, para que nos haga fuertes y para
aprender a santificarlos con paz y serenidad.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org