MEDITACIÓN DIARIA: DOMINGO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

EL DÍA DEL SEÑOR

Dominio público
I.
El domingo, día del Señor.
II. Las fiestas cristianas. Sentido de las festividades. La Santa Misa, centro de la fiesta cristiana.
III. El culto público a Dios. El descanso dominical y festivo.

“Después volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomás —el llamado Dídimo—, Natanael —que era de Caná de Galilea—, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: —Voy a pescar. Le contestaron: —Nosotros también vamos contigo. Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada. 

Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Les dijo Jesús: —Muchachos, ¿tenéis algo de comer? —No —le contestaron. Él les dijo: —Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: —¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces. Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez encima y pan. Jesús les dijo: —Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y a pesar de ser tantos no se rompió la red. Jesús les dijo: —Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor. Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos.


Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: —Apacienta mis corderos. Volvió a preguntarle por segunda vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dijo: —Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: «¿Me quieres?», y le respondió: —Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero. Le dijo Jesús: —Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo y te ibas adonde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará adonde no quieras —esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: —Sígueme.”
 (Juan 21,1-19)


I. El sábado judío dio paso al domingo cristiano desde los mismos comienzos de la Iglesia. Desde entonces, cada domingo celebramos la resurrección del Señor. Las fiestas de Israel, y particularmente el sábado, eran signo de la alianza divina y de un modo de expresar el gozo de saberse propiedad del Señor y objeto de su elección y amor.

Con el paso del tiempo, los rabinos complicaron el precepto divino, e implantaron una serie de minuciosas y agobiantes prescripciones que nada tenían que ver con lo que Dios había dispuesto sobre el sábado. Aquellas fiestas sólo contenían la promesa de una realidad que aún no había tenido lugar. Con la Resurrección de Jesucristo, el sábado deja paso a la realidad que anunciaba. Con Cristo surge un culto nuevo y superior, porque tenemos también un nuevo Sacerdote, y se ofrece una nueva Víctima.

II. Después de la Resurrección, el primer día de la semana fue considerado por los Apóstoles como el día del Señor, dominica dies, cuando Él nos alcanzó con su Resurrección la victoria sobre el pecado y la muerte. El precepto de santificar las fiestas regula un deber esencial del hombre con su Creador y su Redentor. En este día dedicado a Dios le damos culto especialmente con la participación en el Sacrificio de la Misa.

Ninguna otra celebración llenaría el sentido de este precepto. Nuestras fiestas no son un mero recuerdo de hechos pasados, sino que son un signo que manifiesta y hace presente a Cristo entre nosotros. Hemos de procurar, mediante el ejemplo y el apostolado, que el domingo sea “el día del Señor, el día de la adoración y de la glorificación de Dios, del santo Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento, del alegre encontrarse en la intimidad de la familia” (PÍO XII, Alocución)

III. El precepto de santificar las fiestas responde también a la necesidad de dar culto público a Dios, y no sólo de modo privado. El domingo y las fiestas determinadas por la Iglesia son, ante todo, días para Dios y días especialmente propicios para buscarle y para encontrarle. Las fiestas tienen una gran importancia para ayudar a los cristianos a recibir mejor la acción de la gracia. En estos días se exige también que el creyente interrumpa su trabajo para dedicarse al Señor.

Indicaría poco sentido cristiano plantear el domingo de manera que se hiciera imposible o muy difícil ese trato con Dios. No es un hacer nada, sino ocasión de ocupación positiva y enriquecimiento personal y familiar, cultivar el trato social y las amistades, o hacer una visita a algunas personas necesitadas, que están solas o enfermas.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org