Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: "En tus manos encomiendo mi espíritu"
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Los
historiadores dicen que Santo Toribio fue uno de los regalos más valiosos que
España le envió a América. Las gentes lo llamaban un nuevo San Ambrosio, y el
Papa Benedicto XIV dijo de él que era sumamente parecido en sus actuaciones a
San Carlo Borromeo, el famoso Arzobispo de Milán.
Toribio
era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal de
Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes
cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo de Lima.
Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a aceptar.
Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.
El
Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las órdenes
menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una orden
cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.
En
1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo. Su arquidiócesis tenía dominio sobre
Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía
cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y
altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.
Al
llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas sus energías a
lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba en una grave
situación de decadencia espiritual. Los conquistadores cometían muchos abusos y
los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que
estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió
que Cristo es verdad y no costumbre. Y empezó a atacar fuertemente todos los
vicios y escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque
estuvieran en altísimos puestos.
Las
medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchas
persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía todo por amor a Dios,
exclamando, "Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro
Señor".
Tres
veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera vez
gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años y en la
tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie. A veces en
mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas terriblemente fríos a
climas ardientes. Eran viajes para destruir la salud del más fuerte. Muchísimas
noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos miserabilísimos, durmiendo
en el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indios y los negros, especialmente
los más pobres, los más ignorantes y los enfermos.
Logró
la conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de visita pastoral
viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al
templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma de
ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte
de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales
comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos,
bautizando y confirmando.
Celebraba
la misa con gran fervor, y varias veces vieron los acompañantes que mientras
rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.
Santo
Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles. Pasó
por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que nunca habían visto un
hombre blanco.
Al
final de su vida envió una relación al rey contándole que había administrado el
sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas.
Una
vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero al ver
al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de rodillas ante él y le
atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.
Santo
Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América en Sínodos o
reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que deben tener
los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis para un
Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas. Y en estas reuniones se
daban leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían leyes pero
no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo Toribio, las leyes se hacían
y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante para hacerlas cumplir.
Nuestro
santo era un gran trabajador. Desde muy de madrugada ya estaba levantado y
repetía frecuentemente: "Nuestro gran tesoro es el momento presente.
Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos
tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo".
Fundó
el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran
parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de parroquias
o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó había 150 y
cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.
Su
generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al
regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: "Váyase rapidito, no
sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para
cambiarme".
Cuando
llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él
mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos
un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a Dios
misericordia y salud para todos.
El
23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de los indios, en
una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los indígenas.
Estaba
a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió a sus acompañantes
que le daría un premio al primero que le trajera la noticia de que ya se iba a
morir. Y repetía aquellas palabras de San Pablo: "Deseo verme libre de las
ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con
Jesucristo".
Ya
moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que dice:
"De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del
Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor".
Las
últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: "En tus
manos encomiendo mi espíritu".
Su
cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se
hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.
Después
de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo Toribio
tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres santos:
Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres.
El
Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.
Y
toda América del Sur espera que este gran santo e infatigable apóstol, quizás
el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga rogando para que
nuestra santa religión se mantenga fervorosa y creciente en todos estos países.
En
el Perú, se celebra litúrgicamente su fiesta el 27 de abril.
Fuente: ACI