Señor, gracias por la vida de Jorge, que pasó haciendo el bien, que nos ayudó a ser mejores, y que desde el sábado ocupa -estoy segura- ya y para siempre, la mejor suite de tu resort
Jorge Ribera falleció el pasado sábado tras casi
una década luchando contra la leucemia
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Mar Velasco, periodista,
profesora y una de las autoras del blog Mujeres
teníamos que ser, conoció a Jorge Ribera, el joven que falleció este pasado sábado por una
leucemia, a través de las redes sociales.
Pese a su juventud puso su enfermedad
en manos de Dios y pronto una enorme cadena de oración le fue llevando durante
estos años. Y Velasco era una de esas miles de personas que rezaron por él y le
convirtieron en casi uno más de su familia.
En un post en el blog, Mar Velasco reflexiona sobre todo sobre la vida de Jorge Ribera
y el testimonio que ha dejado a muchos. Pues la oración le sirvió a él
y su vida ha transformado la de otros muchos. Este es el artículo íntegro que
ha publicado en Mujeres
teníamos que ser:
El milagro de Jorge Ribera
Caldo de cultivo de nuestra estridente
insignificancia, las redes sociales son, por lo general, eco y espejo de
nuestras miserias. Pero hay veces en que lo son también de nuestras pequeñas
grandezas. Jorge Ribera ha
sido maestro de lo segundo.
A Jorge lo conocí de casualidad -o quizá no-
navegando por las procelosas aguas de Twitter, donde recalé un día en un
perfil, @suitedelresort, suficientemente potente
como para hacer que me detuviera, entre admirada y conmovida. Desde su cuenta
“Aislado en mi suite”, Jorge se definía: “Smile Soldier. Aquí voy relatando lo
que me va pasando en mi aislada estancia, día a día, en la Suite del grandísimo
Hospital-Resort La Fe de Valencia”. Desde allí, tirando de humor y redaños,
Jorge iba contando y poniéndonos en danza.
Cada vez que los
embates de la leucemia le dejaban, entre punción lumbar y aspirado de médula,
Jorge, que ante todo era hombre de fe, nos invitaba a rezar (él decía “mandar
refuerzos”, “duplicar la artillería” o “presionar al Jefe”) no solo por él,
sino por infinitos casos de compañeros de hospital, amigos o conocidos
sufrientes que en aquel momento necesitaban de apoyo. Siguiendo la estela del
inmenso Pablo Ráez, pedía también donaciones de
médula; pero Jorge hacía, además, la lectura trascendente.
Así, día tras día, año tras año, se fue tejiendo una invisible red
de apoyo y oración que partía desde aquella suite: los Smile Soldiers, el
ejército de los orantes online, atentos a cada petición que salía del capitán.
Cuando la leucemia comenzó a ganar terreno y la perseverancia de Jorge se
resintió, los mensajes ya no llegaban “de su puño y letra”, sino de mano de su
madre, que se convirtió en la voz del hijo que se iba apagando, y de algún
familiar que nos hacía llegar, generosamente, los partes médicos. Las
peticiones de oración se incrementaban.
Un día tras
otro, hora tras hora, desde todos los rincones del mundo, se pedía el milagro,
YA Y PARA SIEMPRE. Cuando en el hospital vieron que médicamente era imposible
hacer nada más y que el cáncer estaba demasiado extendido, Jorge volvió a casa,
envuelto en los cuidados paliativos de un fabuloso equipo. Arropado por su
familia, falleció el pasado 29 de febrero, a los 24 años, después de más de
diez de lucha contra la leucemia e incontables padecimientos.
El milagro no llegó.
O quizá sí.
A los que no crean en el poder de la oración, y
para los que todo este asunto, más allá de la compasión, la autocomplacencia y
el propio beneficio psicológico, les parezca una moñez, diré que los comprendo.
Visto desde fuera, resulta difícil asumir la utilidad de lo invisible, la
trascendencia de lo aparentemente estéril. Pero también diré algo más: no hubo milagro para Jorge Ribera,
el milagro fue Jorge Ribera. Jorge nos puso a rezar. Nos removió hasta
lograr lo que hasta entonces no habían logrado remover otros motores. Y esa
oración quizá no salvó su vida, pero sí nos salvó a nosotros.
El beneficio de
un avemaría desgranada, un padrenuestro, una oración de intercesión queda a
Dios Nuestro Señor dirigirlo conforme a su santa y tantas veces inexplicable
voluntad. Pero también repercute -y eso lo sabe bien quien la frecuenta- en
quien la dice. Para mí, leer a Jorge, muchos días significaba ofrecer un mal
rato, un sufrimiento menor, renunciar a un capricho innecesario, esbozar una
sonrisa en lugar de perpetrar un ladrido, abrir los ojos ante la gratuidad de
lo verdaderamente importante.
Para mí, los
vídeos de Jorge eran la medicación invisible contra la angustia del mal
inexistente, la transformación de la preocupación en agradecimiento, de la
pereza en esfuerzo, de la comodidad en ejercicio de la voluntad. Recordar a
Jorge era también apartar el móvil para mirar a los ojos a mis hijos, llamar a
mis padres, agradecer a mi esposo, escribir a mis amigos, lanzar un propósito
al Cielo. Me consta que, gracias a Jorge, el sentir general es “él me ha hecho
mejor persona”.
¿Cabe mayor
utilidad, mayor sentido para el sufrimiento? Desde una cama de hospital, Jorge
ha sido más útil a los ojos de Dios que todas las campañas de concienciación
del último lustro. ¿Cabe mayor milagro?
El don de la fe no es ningún seguro de vida pero sí
permite el abandono, la confianza ciega en que el Creador, que es Padre, sabe
más. ¿Certeza? Ninguna. Igual que no la tuvo Jorge, que quería curarse, pero
aceptó la enfermedad con serenidad, con abandono total en Dios y sin perder
nunca la sonrisa. En sus ensayos, el filósofo alemán Schiller habla de
que la dignidad es la serenidad en el padecer, y que un alma bella se comporta
según el modelo humano, pero un alma sublime va más allá, porque es capaz de
contradecirse a sí misma y sobreponerse.
El alma sublime
no ve la vida como a ella le viene bien, sino que se pregunta qué es lo que
hace falta en realidad, qué es necesario hacer, y en consecuencia,
actúa. La posibilidad de que la muerte no sea una falta de libertad llega sólo
si el hombre entiende que esa muerte es “útil”, es decir, que tiene un sentido,
y entonces la acepta voluntariamente. Esa aceptación es el mayor acto de libertad.
Tengo la sensación de que Schiller hablaba de Jorge
Ribera.
Por las redes sociales me consta que siguen
circulando varias decenas de almas sublimes que, postradas y acosadas por las
más diversas enfermedades, logran volver fecundo el sufrimiento aparentemente
más estéril. A todos ellos, gracias por su coraje, por su ejemplo diario, por
su gran humanidad.
Y a Ti, Señor, gracias por la vida de Jorge, que pasó haciendo el bien, que nos ayudó
a ser mejores, y que desde el sábado ocupa -estoy segura- ya y para siempre, la
mejor suite de tu resort.
Fuente: ReL