ESTAS MANOS DE CIRUJANA QUE UN DÍA OPERARON, HOY “SOLO” REZAN

Akiko Tamura, carmelita descalza tras las rejas del monasterio de clausura de Zarautz: “Me siento la mujer más libre del mundo”

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Akiko llega apresurada, mira directamente a los ojos y, a modo de saludo, esboza una enorme sonrisa. Nacida en Madrid, de padre japonés y madre de Pamplona, es la mayor de ocho hermanos.

De sus padres aprendió el valor del perdón, la generosidad de apostar por una familia numerosa y la tranquilidad de saber que Dios siempre estaba con ellos. 

Con cinco años viaja a Japón con su padre para estar cerca de su abuela gravemente enferma. Esta, antes de morir, pide ser bautizada y es el padre de Akiko quien la bautiza. “Yo creo que ese episodio a mí me marco mucho”.

Al terminar el colegio viaja a EE.UU., perfecciona el inglés y hace prácticas en un laboratorio de Harvard. Se decide por la medicina y la joven Akiko planea estudiarla en EEUU.

Es admitida en una buena universidad y, con el beneplácito de su padre, parece que el sueño se hace realidad. Sin embargo, su madre quiere que estudie en Pamplona.

Allí pasa unos años difíciles, porque Pamplona es una ciudad pequeña y el ambiente le resulta asfixiante: “Me gustaba Madrid, Tokio… quería estudiar en EEUU, ganar mucho dinero ¡y tener éxito!”.

Como sus calificaciones son buenas, vuelve a Madrid para hacer la especialidad en uno de los mejores hospitales en cirugía torácica.

Madrid le gustaba y allí pasa un tiempo maravilloso con su familia y muchos amigos. Alguna relación más estrecha parece que puede acabar en matrimonio, pero Akiko sospecha que ese no es su cometido en la vida.

Yo estaba feliz, pero cuando esa posibilidad se ponía encima de la mesa… yo decía: ‘hasta luego’; algo dentro de mí se resistía”.

Es en este tiempo cuando, en 2003, escucha a Juan Pablo II en Cuatrovientos: “Si sientes la llamada que te dice ‘Sígueme’, no la calles. Vale la pena decir ‘Sí’ como María y dar la vida por Jesús y por el Evangelio”.

Aquello para Akiko es un pequeño pero importante punto de inflexión en su vida:
La vocación es como un obús que tarde o temprano te alcanza y del que ya no puedes escapar si lo que quieres es cumplir con la voluntad de Dios.

Al terminar la residencia, la oportunidad de empezar a trabajar en Barcelona surge como una promesa irresistible… pero de nuevo hay cambio de planes e inexplicablemente decide volver a Pamplona:

Recuerdo estar en el paseo marítimo de Barcelona, con lágrimas en los ojos, pensando en que me encantaba esa ciudad y la posibilidad de quedarme allí pero la oferta de Pamplona era mucho mejor según en qué aspectos….Dios te va limando el alma y preparando el camino poco a poco, a veces suavemente, otras a moto-azada”.

Son años muy intensos y de mucho trabajo en la Clínica Universidad de Navarra, donde Akiko reconoce:

Hacía lo que me daba la gana y nadie me cortaba las alas; al contrario, trabajaba con muy buenos cirujanos y con unas técnicas que estaban por lo menos al mismo nivel que en Barcelona o Japón.

Disfruta enormemente en lo profesional, y el presente y futuro son claramente prometedores. Al mismo tiempo, en lo personal, cuida y disfruta de sus amigos, le gusta salir a cenar con ellos y hacer excursiones fuera de Pamplona siempre que puede. 

Y así continúa viviendo y trabajando, procurando estar cerca de Dios y preguntándose en lo más profundo:

“Señor, ¿es aquí donde me quieres?”.
Hasta que un Jueves Santo de 2012, conduciendo camino de Madrid, una idea clara y concreta le traspasa el corazón:

“¿Será verdad que Dios quiere que sea carmelita descalza?”.
Tan sorprendente como la idea es la paz tan grande que sintió con ella. La pregunta tantas veces formulada tenía su respuesta. El obús de la vocación había hecho su blanco.

“Desde luego que esta idea no era mía en absoluto; no sabía nada de las carmelitas y las monjas, en general y a priori, me producían rechazo. Ahora, echando la vista atrás, pienso que el pensamiento correcto que me dio tanta paz fue decir: ‘Señor, si es posible que esto sea lo que quieres, te digo que Sí’. Aunque en el fondo pensaba que no podía ser… que era algo que no pegaba conmigo”.

Buscó en internet qué era ser carmelita descalza y entonces vio un vídeo del monasterio de Zarautz.

“Cuando vi aquello pensé: ‘no voy allí ni muerta’… Pero no me quedé tranquila, y decidí ir a verlas con la idea de agotar la posibilidad, convencida de que después volvería a mi quirófano con la conciencia tranquila de haber comprobado que aquello no podía ser…”.

Lo que se encontró en Zarautz fue algo tan sorprendente para Akiko que ya no tuvo vuelta atrás:

“Allí me encontré con mujeres encantadoras que me ofrecieron toda su ayuda y apoyo para que yo encontrara mi camino… Les daba igual si me quedaba o me iba a otro sitio, solo querían que hiciera la voluntad de Dios, que fuera feliz. Nada de la amargura ni de la estrechez de miras que esperaba encontrar. Mis argumentos, mis ideas preconcebidas se fueron cayendo al suelo una a una. Fueron dos horas en las que no pude dejar de llorar porque vi claramente que estaba en el buen camino… yo que pensaba ir, saludar y volver como si nada”.

Poco a poco entendió que aquella idea peregrina no solo “podía ser”, sino que aquel lugar sería su hogar y aquellas mujeres serían sus hermanas.

Lo explicó en su casa, a sus amigos y en el quirófano: “Todos estaban sorprendidísimos. Quien me conoce sabía que esa idea no era mía”, y después de despedirse de todos, el 12 de septiembre de 2012 cruzó la puerta de la clausura.

Desde allí, 6 años después y tras una doble reja, afirma más sonriente, si cabe, que al principio del encuentro: “Me siento la mujer más libre del mundo”.
Seis años dedicando sus días a tareas que se suponen propias de una monja de clausura, como por ejemplo 7 horas de oración repartidas a lo largo del día, lo que viene a ser una jornada laboral: “se pasan rapidísimo”.

Pero no solo reza junto a sus hermanas; también trabajan duro, dedicando muchas horas a tareas tan sorprendentes como la huerta, la carpintería o la albañilería… con maza y casco de obra incluidos.

El mantenimiento general de un monasterio grande y entrado en años es arduo, y son responsables de cuidarlo y conservarlo para las futuras generaciones de carmelitas:

“Muchas veces no encontramos quién nos haga estos trabajos, así que con un poco de orientación los hacemos nosotras”.
“La vida aquí es intensa (y mira que yo sé de vidas intensas), el tiempo corre deprisa y a mí se me asemeja mucho a la vida en familia: apoyo mutuo y tirar las unas de las otras…”.

Charlar con la hermana Akiko es toda una lección de vida… cristiana y no cristiana. Explica las cosas con calma y sin prisa, de una forma sencilla pero profunda; al fin al cabo es cirujana y no se anda con rodeos:

“No se trata de hacer cosas buenas, de no romper un plato, de cumplir unos cuantos preceptos… no, no, no es eso. Se trata de cumplir con la voluntad de Dios. Se trata de poner a Dios el número uno en tu vida, con todas sus consecuencias y siendo sincero con uno mismo. Se trata de abrir el corazón, como quien abre las manos, a Dios, a los hermanos, al bien… y cerrarlo con fuerza al mal, a la debilidad, a lo mundano que nos hace tan infelices y trae tanto sufrimiento.

El problema es que muchas veces lo hacemos al revés y no nos abrimos a Dios y a los hermanos sino que nos cerramos sobre nosotros mismos y nos decimos: ‘yo, yo, yo… yo solo me valgo…’. Pero lo cierto es que nosotros por nosotros mismos no somos capaces de casi nada. Yo, por mí misma, sería incapaz de llevar la vida que llevo aquí. Tengo clarísimo que todos, yo la primera, somos débiles y tendemos al pecado por nuestra propia naturaleza. El tema es que el Señor sabe eso mejor que nosotros, y aun sabiendo cómo somos, nos ama hasta el infinito. El Señor espera paciente a que le digamos un ‘Sí’ sin reservas, nos da toda la libertad del mundo. La llave de tu corazón solo la tienes tú, ni siquiera la tiene Dios”.

“Y en medio de esa debilidad lo que nos ocurre es que tenemos miedo a depender de Dios, y aunque sospechamos que el Señor puede querer otra cosa, nos decimos a nosotros mismos: ‘no oigo, no oigo, no quiero saber nada… yo a lo mío, a Dios luego le rezo un poco y ya…’. Pero si de verdad estás atento, llega un momento que tienes que ser sincero contigo mismo y decir: ‘espera, ¿qué estoy oyendo…?’. El Amor de Dios te despierta la consciencia, lo más profundo de la persona, y cuando eres consciente de ese Amor…, uno se siente encontrado, amado. Y ese encuentro que es con un Dios personal, te cambia la vida. Ese abrir de verdad el corazón, hace que Dios entre en él y entonces entra la paz, la fuerza, la libertad, y ya no eres tú en el mundo sino que es un Nosotros… es un caminar con Él por donde Él quiere”.

Llegados a este punto de la conversación, los ojos de la hermana Akiko dejan escapar alguna lágrima.

-¿Te emocionas?
– Todos los días… El Amor de Dios es un regalo inmenso.

Akiko habla con pausa pero con una gran fuerza, escogiendo las palabras pero pronunciándolas con determinación. Se nota que es una persona con carácter que ha tomado decisiones importantes por sí misma. Sabe de lo que habla y se ve.
Ante esta demoledora sencillez la pregunta sale sola:

-Pero hermana… ¿y uno cómo descubre todo esto?
– Pues… procurando estar atento y por supuesto, gracias a los sacramentos que ayudan mucho: el sacramento de la Eucaristía que lo tenemos a nuestro alcance y no nos damos cuenta.

Cuando fui a Japón es cuando descubrí esto; allí había que buscar una misa y hacer más o menos un esfuerzo para ir. Aquí yo tenía misa en el colegio todos los días.

Y también el sacramento de la penitencia, del perdón, y claro, la oración personal… Después contrastar todo lo que uno va viendo con alguien que nos pueda ayudar.

Cuando uno está atento y quiere oír… el Señor habla claro. Tenemos que procurar hacer silencio para poder oír, alejarnos un poco de todo el follón y estar conectando con la naturaleza que es una forma maravillosa de conectarse con Dios.

Nos pasa mucho que siempre buscamos las circunstancias perfectas para todo y también para lo espiritual. Y nunca las circunstancias son perfectas para el amor. El Papa lo dice muy bien: ‘La realidad es más importante que la idea’.

Pero lo cierto es que tendemos a idealizar y a esperar las circunstancias mejores, y a Dios parece que le gusta el hoy y el ahora.
El reto es ahora, y la gracia está ahora, en cosas cotidianas, en tus cosas, en las cosas más pequeñas e insignificantes del mundo.

Y es una lucha continua, unas veces acertamos y otras muchas nos cerramos sobre nosotros mismos y decimos: ‘yo, yo, yo…’. Pues no pasa nada… ¡ya está!, pedimos perdón… ¡y adelante! El tema es levantarse después de cada caída, como dice el Papa: ‘el drama es quedarse tirado en el suelo’.

Pero hay que estar atento para cerrar el corazón al mal. Porque la tentación es grande. El dedo acusador lo sacamos a pasear y siempre está por medio.

Primero te hace cerrarte sobre ti mismo para que actúes mal y luego te acusa y te echa en cara lo que has hecho… te envenena, te hace daño y muy infeliz…

Pero Dios es tu salvador, ¡Él te perdona siempre!, y si Él te ha perdonado, ¿cómo no te vas a perdonar a ti mismo y a los demás?
El Amor hace que las cosas más ordinarias, más insignificantes, se conviertan en extraordinarias, y esto te hace muuuuy libre.

Ser esclavo de los demás por Amor de Dios te hace libre. Esto es el Evangelio: ‘no he venido a ser servido sino a servir’”.

Y con palabras como ‘Amor’, Corazón’, ‘Perdón’ y ‘Alegría’ resonando en el locutorio cae la tarde y el tañido de una campana rompe la magia: hora de vísperas, a rezar de nuevo…

-Hermana, con todo lo que me ha dicho hoy no sé si voy a poder dormir.
– Dormirás a pierna suelta porque lo que viene de Dios siempre da mucha paz y tranquilidad, ya lo verás…

Marta León

Fuente: Aleteia