LA
CUARESMA, TIEMPO DE PENITENCIA
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Dominio público |
II. El pecado
personal tiene efectos en los demás. Reparar por los pecados del mundo.
Penitencia y Comunión de los Santos.
I. Penitencia
en la vida ordinaria, en el servicio a las personas que nos rodean.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se
dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el
tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano,
será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil",
será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de
la gehenna de fuego.
Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un
hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y
vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu
ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el
camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te
metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado
el último céntimo»” (Mateo 5,20-26).
I. La eficacia de la auténtica penitencia, que es la
conversión del corazón a Dios, puede perderse si se cae en la tentación,
frecuente antes y ahora, de soslayar que el pecado es personal. Dios quiere que
el pecador se convierta y viva (Ezequiel 18, 23), pero éste ha de cooperar con
su arrepentimiento y su penitencia. “El pecado, en sentido verdadero y propio,
es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de la persona
individual, y no precisamente de un grupo o una comunidad” (JUAN PABLO II,
Exhortación Apostólica).
Los
pecados dejan una huella en el alma. Además existen pecados y faltas no
advertidas por falta de espíritu de examen o por falta de delicadeza de
conciencia... Son como malas raíces que han quedado en el alma y que es
necesario arrancar mediante la penitencia para impedir que generen frutos
amargos. Concretaremos la penitencia en cosas pequeñas, y también con el
consejo del director espiritual, otras mortificaciones de más relieve, que nos
ayuden a purificar el alma y a desagraviar por los pecados propios y ajenos.
II. El pecado deja una huella en el alma que es preciso borrar
con dolor, con mucho amor. Por otra parte, aunque el pecado es siempre una
ofensa personal a Dios, no deja de tener sus efectos en los demás. Para bien o
para mal estamos constantemente influyendo en quienes nos rodean, en la Iglesia
y en el mundo. “No existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más
estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete.
Todo
pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño, en todo
el conjunto eclesial y en toda la familia humana” (Juan Pablo II). Nos pide el
Señor que seamos motivo de alegría y luz para toda la Iglesia, y sabernos
ayuda, también en penitencia, para todo el Cuerpo Místico de Cristo. Penitencia
discreta, alegre, inadvertida en medio del mundo, pero traducida en hechos
concretos.
III. La vida del cristiano puede estar llena de esta penitencia
que Dios ve: ofrecimiento de la enfermedad o del cansancio, rendimiento del
propio juicio, trabajo acabado y bien hecho por amor de Dios. Una penitencia
especialmente grata al Señor es aquella que recoge muchas muestras de caridad y
tiende a facilitar a otros el camino hacia Dios, haciéndoselo más amable.
Nuestra Madre Santa María nos enseñará a encontrar muchas ocasiones para ser
generosos en la entrega a quienes están a nuestro lado en el quehacer de todos
los días.
Textos
basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente:
Almudi.org