CONVERSIÓN Y PENITENCIA
II. Obras de penitencia: Confesión frecuente,
mortificación, limosna...
III. La Cuaresma, un tiempo para acercarnos más
al Señor
I. Comienza la Cuaresma, tiempo de
penitencia y de renovación interior para preparar la Pascua del Señor (1). La
liturgia de la Iglesia nos invita sin cesar a purificar nuestra alma y a
recomenzar de nuevo.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de
vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas
trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las
calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya
reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
«Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,1-6.16-18).
«Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,1-6.16-18).
I. Comienza la Cuaresma,
tiempo de penitencia y de renovación interior para preparar la Pascua del Señor
(CONCILIO VATICANO II, Sacrosantum Concilium). La liturgia de la Iglesia nos
invita sin cesar a purificar nuestra alma y a recomenzar de nuevo. En el
momento de la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza, el sacerdote nos
recuerda las palabras del Génesis, después del pecado original: Acuérdate,
hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir (Génesis 3, 19). Y sin
embargo, a veces olvidamos que sin el Señor no somos nada.
Quiere
el Señor que nos despeguemos de las cosas de la tierra para volvernos a Él.
Jesús busca en nosotros un corazón contrito, conocedor de sus faltas y pecados
y dispuesto a eliminarlos. También desea un dolor sincero de los pecados que se
manifestará ante todo en la Confesión sacramental. El Señor nos atenderá si en
el día de hoy le repetimos de corazón: Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
II. La verdadera conversión
se manifiesta en la conducta: en el trabajo, hecho con orden, puntualidad e
intensidad; en la familia, mortificando nuestro egoísmo y creando un ambiente
más grato en nuestro entorno; y en la preparación y cuidado de la Confesión
frecuente. El Señor también nos pide hoy una mortificación más especial, que
ofrecemos con alegría: la abstinencia y el ayuno; también la limosna que,
ofrecida con un corazón misericordioso, desea llevar consuelo a quien pasa
necesidad.
Cada
uno debe hacerse un plan concreto de mortificaciones para ofrecer al Señor
diariamente esta Cuaresma. Para hacerlo, tengamos en cuenta que deben ser
“mortificaciones que no mortifiquen a los demás, que nos vuelvan más delicados,
más comprensivos, más abierto a todos” (J, ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que
pasa)
III. San Pablo (2 Corintios,
5) nos dice que éste es un tiempo excelente que debemos aprovechar para una
profunda conversión. Podemos estar seguros que vamos a estar sostenidos por una
particular gracia de Dios, propia del tiempo litúrgico que hemos comenzado.
“Tiempo para que cada uno se sienta urgido por Jesucristo.
Para
que los que alguna vez nos sentimos inclinados a aplazar esta decisión sepamos
que ha llegado el momento. Para que los que tengan pesimismo, pensando que sus
defectos no tienen remedio, sepan que ha llegado el momento. Comienza la
Cuaresma; mirémosla como un tiempo de cambio y de esperanza” (A.Mª. GARCÍA
DORRONSORO, Tiempo para creer)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org