LA TAREA SALVADORA DE LA IGLESIA
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Dominio público |
I.
El Señor antes de su Ascensión a los Cielos, entregó a sus Apóstoles sus
propios poderes en orden a la salvación del mundo (6): Se me ha dado todo poder
en el Cielo y en la tierra. Id pues, y haced discípulos míos a todos los
pueblos...; y la Iglesia comenzó enseguida, con autoridad divina, a ejercer su
poder salvador.
Imitando
la vida de Cristo, que pasó haciendo el bien, confortando, sanando, enseñando,
la Iglesia procura hacer el bien allí donde está. Les presta ayuda humana a los
necesitados, enfermos, refugiados, etc.. Esta ayuda humana es y será siempre
grande, pero al mismo tiempo, es algo muy secundario: Por la misión recibida de
Cristo, Ella aspira a mucho más: a dar a los hombres la doctrina de Cristo y
llevarlos a la salvación.
II.
Es abrumador el peso que, con solicitud paterna, ha de llevar sobre sí el
Romano Pontífice, Vicario de Cristo: sufre la resistencia con que le combaten
los enemigos de la fe y la presión de los que abominan del afán apostólico de
los cristianos que se oponen a la tarea evangelizadora que impulsa constantemente
el Papa. Nosotros pediremos fervientemente por él al Señor, que lo vivifique
con su aliento divino, que lo haga santo y lo llene de sus dones, que lo
proteja de modo especialísimo.
También
tenemos el gratísimo deber de pedir cada día que todos los fieles cristianos
seamos verdadera levadura en medio de un mundo alejado de Dios, que la Iglesia
puede salvar. Hemos de pedir también por los Obispos, Pastores de la Iglesia de
Dios junto al Papa, por los sacerdotes, por los religiosos y por todo el Pueblo
de Dios. Y también por quien más necesitado esté en el Cuerpo Místico de
Cristo, viviendo con naturalidad el dogma de la Comunión de los Santos.
III.
La Iglesia somos todos los bautizados, y todos somos instrumentos de salvación
para los demás cuando procuramos permanecer unidos a Cristo con el cumplimiento
amoroso y fiel de nuestros deberes religiosos, familiares, profesionales y
cívicos; con un apostolado eficaz en el entramado de relaciones en el que
discurre nuestra vida.
Este
apostolado es urgente por la cizaña de la mala levadura que invade al mundo.
Hoy pedimos a Dios Padre que sean muchos los pueblos que acojan la palabra de
salvación que proclama la Iglesia, ya que también a Ella, como a Cristo –como
nos recuerda la Constitución Lumen gentium- le han sido dadas en heredad todas
las naciones.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org