EL CUARTO MANDAMIENTO
II. Amor con
obras a los padres. Qué significa honrar
a los padres.
III. El amor a
los hijos. Algunos deberes de los padres.
« (…) Le preguntaron,
pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no se comportan
conforme a la tradición de los antiguos, sino que comen el pan con las manos
impuras? Él les respondió: Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas,
como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
bien lejos de mí.
En vano me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son
preceptos humanos. Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de
los hombres. Y les decía: ¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios, para
guardar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y
quien maldiga al padre o a la madre, sea reo de muerte. Vosotros, en cambio,
decís: si dice un hombre al padre o a la madre, “lo que de mi parte pudieras
recibir sea Corbán”, que significa ofrenda, ya no le permitís hacer nada por el
padre o por la madre; con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra
tradición, que vosotros mismos habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas
semejantes a éstas»(Marcos 7, 1-13).
I. A Dios le es tan grato
el cumplimiento del Cuarto Mandamiento que lo adornó de incontables promesas de
bendición: El que honra a su padre expía sus pecados; y cuando rece será
escuchado. Y como el que atesora es el que honra a su madre. El que respeta a
su padre tendrá larga vida (Eclesiastés 3, 4 - 5, 7). Santo Tomás de Aquino
(Sobre el precepto de la caridad), enseña que la vida es larga cuando está
llena, y esta plenitud no se mide por el tiempo, sino por las obras.
El
Cuarto Mandamiento, que es también de derecho natural, requiere de todos los
hombres, la ayuda abnegada y llena de cariño a los padres, especialmente cuando
son ancianos o están más necesitados (B. ORCHARD y otros, Verbum Dei). Dios
paga con felicidad, ya en esta vida, a quien cumple con amor este mandamiento.
El Beato Josemaría Escrivá de Balaguer solía llamarlo el “dulcísimo precepto
del Decálogo, porque es una de las más gratas obligaciones que el Señor nos ha
dejado.
II. El único que puede
considerarse Padre en toda su plenitud es Dios, de quien deriva toda paternidad
en el cielo y en la tierra (Efesios 3, 15). Nuestros padres, al engendrarnos,
participaron de esa paternidad de Dios que se extiende a toda la Creación. En
ellos vemos un reflejo del Creador, y al amarles y honrarles, en ellos estamos
honrando y amando también al mismo Dios, como Padre.
El
amor a Dios tiene unos derechos absolutos, y a él deben subordinarse todos los
amores humanos, incluyendo el de los padres. Son muchas manifestaciones del
Cuarto Mandamiento: amándolos y respetándolos a nuestros padres; cuando pedimos
a Dios por su felicidad, cuando los socorremos con lo necesario para su
sustento y una vida digna, o cuando están enfermos; entonces debemos poner los
medios para que reciban los Sacramentos. Y cuando una vez difuntos, cuidando
sus funerales, las misas por su alma, y ejecutando fielmente su testamento
(CATECISMO ROMANO, III, 5, nn 10-12).
III. El primer deber de los
padres es amar a los hijos con amor verdadero, independientemente de sus
cualidades, porque son sus hijos y porque son hijos de Dios. Su amor se
manifestará en su esfuerzo para que en los hijos arraiguen las virtudes humanas
y sean buenos cristianos. Los padres son administradores de un inmenso tesoro
de Dios, por lo que deben ser ejemplares, especialmente en su amor a Cristo.
Al
terminar nuestra oración, ponemos a nuestra familia bajo la protección de la
Virgen y de los Ángeles Custodios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org