SANTIFICAR EL DESCANSO
II. Nuestro
cansancio no es en vano. Aprender a santificarlo.
III. Deber de
descansar. Hacerlo para servir mejor a Dios y a los demás.
“Reunidos los
apóstoles con Jesús le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les
dice: Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Porque
eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Se
marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos.
Pero los vieron
marchar y muchos los reconocieron; fueron allá a pie desde todas las ciudades,
y llegaron antes que ellos. Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, y se
llenó de compasión, porque estaban como ovejas sin pastor y se puso a
enseñarles muchas cosas” (Marcos 6,30-34).
I. Jesús sintió algo tan
propio de la naturaleza humana como es la fatiga: lo vemos verdaderamente
cansado del camino (Juan, 4, 6) y se sienta junto a un pozo porque no puede dar
un paso más. El Señor experimentó el cansancio en su trabajo, como nosotros
cada día, en los treinta años de vida oculta. En muchos otros pasajes del
Evangelio también lo vemos extenuado. ¡Qué gran consuelo es contemplar al Señor
agotado!
En
el cumplimiento de nuestros deberes, al gastarnos en servicio de los demás y en
nuestro trabajo profesional, es natural que aparezca el cansancio como un
compañero casi inseparable. Lejos de quejarnos ante esta realidad, hemos de
aprender a descansar cerca de Dios: venid a Mí todos los que andáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré (Mateo 11, 28), nos dice el Señor.
Unimos
nuestro cansancio al de Cristo, ofreciéndolo por la redención de las almas, y
nos esforzaremos en vivir la caridad con quienes nos rodean. No olvidemos que
también hemos de santificar el descanso porque el Amor no tiene vacaciones.
II. Jesús aprovecha sus
momentos de descanso junto al pozo de Jacob, para mover a la mujer samaritana a
un cambio radical de vida (Juan 4, 8). Nosotros sabemos que ni siquiera
nuestros momentos de fatiga deben pasar en vano. No dejemos de ofrecer esos
períodos de postración o de inutilidad por el agotamiento o la enfermedad.
El
cansancio nos enseña a ser humildes y a vivir la caridad; nos dejaremos ayudar
y entenderemos el consejo de San Pablo de llevar los unos las cargas de los
otros (Gálatas 6, 2). La fatiga nos ayudará a vivir el desprendimiento, la
fortaleza y la reciedumbre. Por otro lado, debemos vivir la virtud de la
prudencia en el cuidado de la salud: si somos ordenados, encontraremos el modo
de vivir el descanso en medio de una actividad exigente y abnegada.
III. Aprendamos a descansar.
Y si podemos evitar el agotamiento, hagámoslo porque cuando se está postrado se
tiene menos facilidades para hacer las cosas bien y vivir la caridad. “El
descanso no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos
esfuerzo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino)
El
descanso, como el trabajo, nos sirven para amar a Dios y al prójimo, por lo
tanto la elección del lugar de vacaciones, o el descanso deben ser propicios
para un encuentro con Cristo. Hoy veamos si nos preocupamos, como el Señor lo
hacía, por la fatiga y la salud de quienes viven a nuestro lado: Venid vosotros
solos a un sitio tranquilo y descansar un poco (Marcos 6, 30-31)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org