«Todo lo relacionado con la Eucaristía debe estar marcado por la belleza»
El cardenal Robert Sarah con sacerdotes el 15 de enero de 2025 (Foto: Edward Pentin). Dominio público |
Sarah
inició su discurso expresando su alegría por compartir ese momento con los
sacerdotes que acudieron a Roma en peregrinación con motivo del Año Jubilar.
«Nuestro Señor tiene una gran necesidad de cada uno de nosotros, queridos
padres», afirmó, subrayando la importancia de la fraternidad sacerdotal y el
fortalecimiento espiritual de quienes han sido llamados a servir a la Iglesia.
El
cardenal señaló que el mundo actual está marcado por la fealdad y el mal, lo
que puede llevar al desánimo incluso a los sacerdotes. Sin embargo, recordó que
la belleza de la vocación sacerdotal permanece intacta a pesar del cansancio o
las dificultades. «¿Recordáis la belleza de vuestra primera Misa? ¿Recordáis la
emoción, quizá incluso las lágrimas, que os provocó?», preguntó a los
presentes.
A lo largo
de su intervención, el purpurado reflexionó sobre el concepto de belleza desde
una perspectiva teológica y filosófica, insistiendo en que la belleza auténtica
es objetiva y participa de la verdad de Dios.
La
belleza como reflejo de Dios y su verdad
El
cardenal Sarah explicó que en el mundo moderno, dominado por el relativismo,
muchas personas creen que la belleza es una cuestión subjetiva, reduciéndola a
meros gustos o preferencias individuales. Sin embargo, rechazó esta visión y
citó al filósofo inglés Roger Scruton, quien afirmaba que «la belleza no es
solo un placer personal, sino que tiene un papel esencial en la formación de
nuestros valores y en nuestra percepción de la realidad».
Sarah
aplicó esta idea al ámbito teológico, afirmando que Jesucristo es la revelación
definitiva de Dios en la historia y que su enseñanza, transmitida fielmente por
la Iglesia, es objetivamente verdadera. «Para el católico, hay una acción
correcta, una doctrina correcta y un culto correcto», afirmó.
El
purpurado insistió en que la verdadera belleza no es meramente estética, sino
que está profundamente ligada a la verdad y a la bondad. «Dios solo es belleza,
y su Hijo encarnado, Jesucristo, es el hombre más bello que ha existido,
incluso—¡especialmente!—cuando colgaba en la fealdad de la Cruz», afirmó.
Explicó que la belleza de Cristo no radica en su apariencia física, sino en su
integridad, su santidad y su entrega total a la voluntad del Padre.
La
vocación sacerdotal como participación en la belleza de Cristo
Dirigiéndose
a los sacerdotes presentes, el cardenal Sarah subrayó que su vocación es
hermosa cuando se configura con Cristo en su sacrificio por la salvación del
mundo. «Estamos llamados no solo a ser alter Christus, sino ipse Christus, es
decir, Cristo mismo, entrando en su donación total», afirmó.
Explicó
que un sacerdote puede convertirse en un mero funcionario si se limita a
cumplir su labor de manera mecánica, sin una verdadera entrega a Cristo. «Si en
cada respiración nos esforzamos por ser ipse Christus, aunque esas
respiraciones sean dolorosas por las cruces que debemos cargar, nuestra
cooperación con su gracia nos configurará más estrechamente con el Cristo
bello», dijo.
Sarah
reconoció que los sacerdotes son conscientes de sus limitaciones y pecados,
pero insistió en que la gracia de Dios les permite reflejar la belleza de
Cristo en sus vidas y ministerio. «Por la gracia de Dios es posible: la belleza
del rostro de Cristo, la revelación definitiva de Dios en la historia humana,
puede brillar en mí y a través de mí, pero solo si coopero con esa gracia hoy y
renuevo mi resolución de hacerlo cada día que me sea concedido en esta tierra»,
afirmó.
La
liturgia como centro de la renovación de la Iglesia
El
cardenal Sarah dedicó una parte significativa de su conferencia a la
importancia de la liturgia en la vida de la Iglesia y del sacerdote. Citando al
entonces cardenal Joseph Ratzinger, afirmó que «la Iglesia se mantiene o cae
con la liturgia», subrayando que la adoración de la Santísima Trinidad es el
fundamento de la fe y el centro de cualquier renovación eclesial.
Explicó
que la arquitectura de las iglesias juega un papel clave en la percepción de lo
sagrado. Describió la impresión que causan los grandes templos de la
Cristiandad, como San Pedro en Roma o la catedral de Chartres, y explicó que la
belleza de una iglesia no depende de su tamaño o riqueza, sino de su
integridad. «Un pequeño oratorio en un pueblo africano puede tener la misma
integridad y belleza que una basílica romana, siempre que sea verdaderamente un
espacio consagrado al culto divino», aseguró.
Sarah
también criticó la introducción de elementos ajenos a la tradición en la
liturgia, denunciando la tentación de convertir la Misa en un espectáculo o en
una reunión social. «Los ritos litúrgicos que celebramos deben ser exactamente
lo que están llamados a ser, y nada más», advirtió.
El ars
celebrandi y la música sagrada
El
cardenal hizo un llamado a los sacerdotes a recuperar la dignidad del culto
divino mediante una celebración litúrgica reverente. Citando la
exhortación Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI, recordó
que «todo lo relacionado con la Eucaristía debe estar marcado por la belleza».
En este
contexto, insistió en la importancia de la música sagrada, lamentando que en
muchas parroquias se tolere música inadecuada para la liturgia. «No podemos
conformarnos con menos de lo mejor cuando se trata de la adoración de Dios»,
afirmó.
Conclusión:
recuperar la centralidad de Dios
Para
concluir su intervención, el cardenal Sarah citó un texto de Benedicto XVI en
el que el papa emérito advertía sobre el peligro de olvidar la primacía de Dios
en la liturgia y en la vida de la Iglesia. Explicó que la crisis actual de la
Iglesia tiene su raíz en la pérdida del sentido de lo sagrado y en la falta de
una verdadera adoración a Dios.
«Si Dios
ya no es importante, los criterios para establecer qué es importante quedan
desplazados», advirtió. Insistió en que el verdadero camino para la renovación
de la Iglesia no pasa por reformas estructurales o cambios superficiales, sino
por la recuperación de la centralidad de Dios en la liturgia y en la vida
cristiana.
Sarah
concluyó su discurso animando a los sacerdotes a perseverar en su vocación con
fidelidad y valentía. «La tarea de renovar la Iglesia recae ahora sobre nuestros
hombros», afirmó. «Que el Señor nos conceda la gracia de ser sacerdotes santos,
fieles y llenos de celo por su gloria».
Fuente: InfoCatólica