DESPRENDIMIENTO Y VIDA CRISTIANA
II. Todas las
cosas deben ser medios que nos acerquen a Cristo.
III. Desprendimiento.
Algunos detalles.
“En aquel tiempo, Jesús
y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un
hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya
tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con
grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y
nadie podía dominarle.
Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por
los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús,
corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús,
Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le
había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es
tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le
suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.
Había allí una gran
piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los
puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus
inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó
al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros
huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver
qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que
había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de
temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de
los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
Y al subir a la barca,
el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió,
sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor
ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a
proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos
quedaban maravillados” (Marcos 5,1-20).
I. San Marcos nos narra en
el Evangelio de la Misa el pasaje que sucedió en la región de los gerasenos
(Marcos 5, 1-20) en donde Jesús libera a un hombre poseído por una legión de
demonios, quienes al ser expulsados entran en una piara de dos mil cerdos. Los
cerdos corrieron hacia el mar y se ahogaron.
Fue
una gran pérdida económica para aquellos gentiles, pero recuperaron a un
hombre. Sin embargo, sobre estas gentes pesa más el daño temporal que la
liberación del endemoniado y rogaron a Jesús que se marcharan de su país. La
presencia de Jesús en nuestra vida puede significar, alguna vez, perder un buen
negocio porque no era del todo limpio, o, sencillamente que quiere que ganemos
Su corazón con nuestra pobreza.
Y
siempre nos pedirá el Señor, para permanecer junto a Él, un desprendimiento
real de los bienes, que señale la primacía de lo espiritual sobre lo material,
y del fin último sobre los bienes temporales.
II. Todas las cosas de la
tierra son medios para acercarnos a Dios. Si no sirven para eso, no sirven para
nada. Más vale Jesús, que la vida misma. Seguir a Jesús no es compatible con
todo. Hay que elegir, y renunciar a todo lo que sea un impedimento para estar
con Él.
ara
eso, debemos tener enraizada en el alma una clara disposición de horror al
pecado, pidiendo al Señor y a su Madre que aparten de nosotros todo lo que nos
separe de Él: “Madre, líbranos a tus hijos –a cada uno, a cada uno- de toda
mancha, de todo lo que nos aparte de Dios, aunque tengamos que sufrir, aunque
nos cueste la vida” (ÁLVARO DEL PORTILLO, Cartas) ¿Para qué queremos el mundo
entero si perdiéramos a Jesús?
III. La mayor necedad de los
gerasenos fue no reconocer a Jesús que los visitaba. El Señor pasa cerca de
nuestra vida todos los días. Si tenemos el corazón apegado a las cosas materiales,
no lo reconoceremos; y hay muchas formas muy sutiles de decirle que se vaya de
nuestra vida: deseo desordenado de mayores bienes, aburguesamiento, comodidad,
lujo, caprichos, gastos innecesarios. Nosotros debemos estar desprendidos de
todo lo que tenemos.
El
desasimiento hace de la vida un sabroso camino de austeridad y eficacia, y
debemos estar vigilantes para no caer en estas formas de apegamiento a los
bienes materiales. Nosotros le decimos al Señor después de la Comunión, las
palabras de San Buenaventura: Que Tú seas siempre mi herencia, mi posesión, mi
tesoro, en el cual esté fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi
corazón. Señor, ¿a dónde iría yo sin Ti?
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org