LA FIDELIDAD A LA GRACIA
II. La
fidelidad en lo pequeño y el espíritu de sacrificio.
III. La
contrición y el crecimiento interior.
“En aquel tiempo, Jesús
decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la
tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que
él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga,
después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida
se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,26-34).
I. La vida interior, como
el amor, está destinada a crecer: “Si dices basta, ya has muerto” (SAN AGUSTÍN,
Sermón); exige siempre un progreso, corresponder, estar abierto a nuevas
gracias. Cuando no se avanza, se retrocede. El Señor nos ha prometido que
siempre tendremos las gracias necesarias.
Las
dificultades, las tentaciones, los obstáculos internos o externos son motivo
para crecer; y si éstas fueran muy grandes, más serían las ayudas del señor
para convertir lo que parecía obstáculo, en motivo de progreso espiritual y de
eficacia en el apostolado. Sólo el desamor o la tibieza hace enfermar o morir
el alma. Sólo la mala voluntad, la falta de generosidad con Dios, retrasa o
impide la unión con Él.
II. Todo lo que podemos
ofrecer al Señor son cosas pequeñas; muchas cosas pequeñas hechas con amor y
por amor constituyen nuestro tesoro de ese día, que llevaremos a la eternidad.
La vida interior se alimenta normalmente de lo pequeño realizado con atención,
con amor. Pretender otra cosa sería equivocar el camino, no encontrar nada o
muy poco para ofrecer al Señor.
Como
las gotas de agua sumadas unas a otras fecundan la tierra sedienta, así
nuestras pequeñas obras, como una mirada a la Virgen, o una palabra de aliento
a un amigo, hacen progresar la vida del alma y la conservan. Recordemos las
palabras de Jesús: El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho (Lucas
16, 10) Otra causa de retroceso en la vida del alma es “negarse a aceptar los
sacrificios que pide el Señor”.
No
existe amor ni humano ni divino, sin este sacrificio gustoso. La gracia de Dios
nunca nos faltará, sólo depende de nuestra correspondencia, de nuestro empeño,
del recomenzar una y otra vez, sin desánimos.
III. Los actos de contrición
son un medio eficaz de progreso espiritual. Pedir perdón es amar, contemplar a
Cristo cada vez más dispuesto a la comprensión y a la misericordia. Y como
somos pecadores (1 Juan 1, 17-18), nuestro camino estará lleno de actos de
dolor, de amor, que invaden el alma de esperanza y de nuevos deseos de
reemprender el camino de la santidad.
“Dios
nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo
merezcamos. No importa nuestra deuda. La Virgen, que es Madre de gracia, de
misericordia y de perdón, avivará siempre en nosotros la esperanza de alcanzar
la santidad; pongamos en sus manos el fruto de este rato de oración, convencidos
de que a quien corresponde a la gracia, se le dará más gracia todavía.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org