Diócesis de Segovia |
“¿Qué sería del mundo si no existieran los religiosos?", se preguntaba justamente santa Teresa de Jesús en su Libro de la vida. Y, ¿qué sería de Segovia? Acabo de llegar a nuestra Diócesis y no tengo aún un gran conocimiento pero, por lo que voy observando, veo que su huella es vasta y honda. Ya sea en la enseñanza, en el cuidado de los ancianos, en la atención a los discapacitados y a los más desfavorecidos, en la evangelización directa, en la ciudad y en los pueblos... No creo que haya muchos segovianos que de una forma u otra, directa o indirectamente, no hayan tenido contacto con algún religioso de nuestra Diócesis. Actualmente se encuentran presentes en Segovia veintiocho congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, y doce monasterios (once femeninos y uno masculino). Son una verdadera riqueza para nosotros.
Este domingo, coincidiendo con la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, celebramos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. ¿Cuál es su valor? ¿Por qué esta huella profunda que han dejado en tantos de nosotros? La vida consagrada hace continuamente presente en la Iglesia la misma forma de vida de Jesús. Más allá del comportamiento concreto de cada uno de sus miembros, donde encontraremos, como en todo grupo humano (y la Iglesia, aun siendo Santa por su fundador, no deja nunca de serlo) unos mejores y otros peores, en las personas consagradas vemos reflejada la forma de vida que el mismo Cristo vivió y propuso a sus discípulos. Viven expresando la capacidad del Señor para tomar para sí la entrega total del corazón a través de la castidad célibe y virginal; profesan la pobreza, no teniendo nada propio; se ofrecen a la obediencia, con una disponibilidad total a ser enviados allí donde sea necesario llevar el amor de Dios.
En el Evangelio de este domingo, Simeón y Ana representan la espera de Israel y la humanidad. Aunque ancianos, mantienen un corazón joven porque esperan al Señor. Los consagrados, jóvenes y mayores, en congregaciones antiguas o de reciente fundación, también esperan al Señor y están preparados para reconocer cotidianamente su venida. Como Simeón y Ana vieron al Mesías en el niño que María y José llevaron al templo, los consagrados, guiados por el Espíritu Santo, también reconocen al Señor en las diversas circunstancias de nuestro tiempo.
Dice el Evangelio, que Simeón esperaba el consuelo de Israel y que el Espíritu Santo estaba con él; de Ana, menciona que nunca se apartaba del Templo, que alababa a Dios y que hablaba del niño a quienes esperaban. Estos detalles resaltan la primacía en sus vidas, de la vida interior, dando prioridad a la oración que permite ver lo que otros no ven. En su mensaje del año pasado para esta jornada, el papa Francisco señaló dos obstáculos que pueden mermar nuestra capacidad de esperar: el descuido de esta vida interior y la adaptación al estilo del mundo, olvidando el estilo de vida evangélico basado en la pobreza, la castidad y la obediencia. Esto vale para los consagrados y para todos los cristianos. El descuido de la vida interior puede llevarnos a un oscurecimiento de la mirada, por las situaciones de sufrimiento que todos vivimos más o menos cerca, y que podrían llevarnos al desánimo pesimista; la configuración con un estilo mundano, por otro lado, puede sembrar en el corazón la mundanidad espiritual contra la que tantas veces nos alerta el Papa.
Los hombres y
mujeres consagrados presentes en nuestra Diócesis están llamados a ser una
señal que nos ayuden a dirigir nuestra mirada a Jesús. Agradezco de corazón el
servicio de tantos y animo a todos a vivir su consagración con alegría.
+ Jesús Vidal
Obispo de
Segovia
Fuente: Diócesis de Segovia