COMUNIONES ESPIRITUALES
II. Las
comuniones espirituales. Deseos de recibir a Cristo.
III. La
Comunión sacramental. Preparación y acción de gracias.
“En aquel tiempo, Jesús
pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha
gente; Él estaba a la orilla del mar.
Llega uno de los jefes de la sinagoga,
llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo:
«Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se
salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.
Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?».
Sus discípulos le
contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha
tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho.
Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y
temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu
fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña.
Y tomando
la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te
digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues
tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho
en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer” (Marcos
5,21-43).
I. El Evangelio de la Misa
(Marcos, 5, 21-43) nos relata la curación de una mujer que había gastado toda
su fortuna en médicos sin éxito alguno: solamente alargó la mano y tocó el
borde del manto de Jesús, y quedó curada. También nosotros necesitamos cada día
el contacto con Cristo, porque es mucha nuestra debilidad y muchas nuestras
debilidades.
Y
al recibirlo en la Comunión sacramental se realiza este encuentro con Él: un
torrente de gracia nos inunda de alegría, nos da la firmeza de seguir adelante,
y causa el asombro de los ángeles. La amistad creciente con Cristo nos impulsa
a desear que llegue el momento de la Comunión, para unirnos íntimamente con Él.
Le buscamos con la diligencia de la mujer enferma del Evangelio, con todos los
medios a nuestro alcance, especialmente con el empeño por apartar todo pecado
venial deliberado y toda falta consciente de amor a Dios.
II. El vivo deseo de
comulgar, señal de fe y de amor, nos conducirá a realizar muchas comuniones
espirituales. Durante el día, en medio del trabajo o de la calle, en cualquier
ocupación. Prolongan los frutos de la Comunión eucarística, prepara la
siguiente y nos ayuda a desagraviar al Señor. Es posible hacerlo a cualquier
hora porque consiste en una acto de amor.
Podemos
decir: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción
con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los
santos (A.VAZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei). Acudamos hoy a nuestro
Ángel Custodio para que nos recuerde frecuentemente la presencia cercana de
Cristo en los sagrarios, y que nos consiga gracias abundantes para que cada día
sean mayores nuestros deseos de recibir a Jesús, y mayor nuestro amor, de modo
particular en esos minutos en los que permanece sacramentalmente en nuestro
corazón.
III. Por nuestra parte,
debemos esforzarnos en acercarnos a Cristo con la fe de aquella mujer, con su
humildad, con aquellos deseos de querer sanar de los males que nos aquejan. La
Comunión no es un premio a la virtud, son alimento para los débiles y
necesitados; para nosotros.
La
Iglesia nos pide apartar la rutina, la tibieza y la Confesión frecuente, y que
no comulguemos jamás con sombra alguna de pecado grave. Ante las faltas leves,
el Señor nos pide el arrepentimiento y el deseo de evitarlas. Asimismo, el amor
nos llevará a expresar a nuestra gratitud al Jesús después de la Comunión por
haberse dignado venir a nuestro corazón. Nuestro Ángel nos ayudará a expresarle
esa gratitud.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org