LA MISA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA
II. El «alma
sacerdotal» del cristiano y la Santa Misa.
III. Vivir la
Misa a lo largo del día. Preparación.
«Salió Jesús con sus
discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo y en el camino preguntaba a
sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron:
Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas.
Entonces él les pregunta: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo
Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre
esto.
I. El Señor nos pide, como
a sus Apóstoles, una clara confesión de fe –con palabras y con obras- en medio
de un mundo en el que parece cosa normal la confusión, la ignorancia y el
error. Mantenemos con Jesús un estrecho vínculo, una íntima y profunda unión,
que nació en el Bautismo y que ha crecido día a día. Es una comunión de vida
mucho más profunda que la que pudiera darse entre dos seres humanos
cualesquiera. Y es tan fuerte esta unión a la que podemos llegar todos los
cristianos, si luchamos por la santidad, que podremos llegar a decir: Vivo,
pero no yo; es Cristo quien vive en mí (Gálatas 2, 20).
En
cada Misa, Cristo se ofrece todo entero juntamente con la Iglesia, que es su
Cuerpo Místico, formado por todos los bautizados. Por esta unión con Cristo a través
de la Iglesia, los fieles ofrecen el sacrificio juntamente con Él, y con Él se
ofrecen también a sí mismos. Y Cristo hace presentes a Dios Padre todos sus
padecimientos redentores y los de sus hermanos. ¿Cabe mayor intimidad con
Cristo? La Santa Misa, bien vivida, puede cambiar la propia existencia.
II. Acudimos a la santa
Misa para hacer nuestro el Sacrificio único de Cristo, de infinito valor. Nos
lo apropiamos y nos presentamos ante la Trinidad Beatísima revestidos de sus
incontables méritos, aspirando con certeza al perdón, a una mayor gracia en el
alma y a la vida eterna; adoramos con la adoración de Cristo. Satisfacemos con
Sus méritos, pedimos con Su voz.
Todo
lo Suyo se hace nuestro. Y todo lo nuestro se hace Suyo, y adquiere una
dimensión sobrenatural y eterna. Cuando buscamos esta intimidad con el Señor,
“en la propia vida se entrelaza lo humano con lo divino. Todos nuestros
esfuerzos –aun los más insignificantes- adquieren un alcance eterno, porque van
unidos al sacrificio de Jesús en la Cruz” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Via Crucis)
III. La Misa es “el centro y
la raíz de la vida espiritual del cristiano” (Idem) Toda nuestra vida la
ponemos en la patena del sacerdote. Para conseguir los frutos que el Señor nos
quiere dar en cada Misa debemos cuidar la preparación de nuestra alma y nuestra
participación ha de ser consciente, piadosa y activa (CONCILIO VATICANO II,
Sacrosantum Concilium).
Junto
A Jesús encontraremos a Su Madre, quien nos enseñará los sentimientos con los
que debemos vivir el Sacrificio Eucarístico, donde se ofrece su Hijo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org