MEDITACIÓN DIARIA: JUEVES DE LA SEXTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

LA MISA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA

Dominio público
I.
Participación de los fieles en el sacrificio eucarístico.

II. El «alma sacerdotal» del cristiano y la Santa Misa.

III. Vivir la Misa a lo largo del día. Preparación. 

«Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo y en el camino preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas. Entonces él les pregunta: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía pa­decer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los prínci­pes de los sacerdotes y por los escribas y ser muerto, y resuci­tar después de tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: ¡Apárta­te de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres» (Marcos 8,27-33).


I. El Señor nos pide, como a sus Apóstoles, una clara confesión de fe –con palabras y con obras- en medio de un mundo en el que parece cosa normal la confusión, la ignorancia y el error. Mantenemos con Jesús un estrecho vínculo, una íntima y profunda unión, que nació en el Bautismo y que ha crecido día a día. Es una comunión de vida mucho más profunda que la que pudiera darse entre dos seres humanos cualesquiera. Y es tan fuerte esta unión a la que podemos llegar todos los cristianos, si luchamos por la santidad, que podremos llegar a decir: Vivo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí (Gálatas 2, 20).

En cada Misa, Cristo se ofrece todo entero juntamente con la Iglesia, que es su Cuerpo Místico, formado por todos los bautizados. Por esta unión con Cristo a través de la Iglesia, los fieles ofrecen el sacrificio juntamente con Él, y con Él se ofrecen también a sí mismos. Y Cristo hace presentes a Dios Padre todos sus padecimientos redentores y los de sus hermanos. ¿Cabe mayor intimidad con Cristo? La Santa Misa, bien vivida, puede cambiar la propia existencia.

II. Acudimos a la santa Misa para hacer nuestro el Sacrificio único de Cristo, de infinito valor. Nos lo apropiamos y nos presentamos ante la Trinidad Beatísima revestidos de sus incontables méritos, aspirando con certeza al perdón, a una mayor gracia en el alma y a la vida eterna; adoramos con la adoración de Cristo. Satisfacemos con Sus méritos, pedimos con Su voz.

Todo lo Suyo se hace nuestro. Y todo lo nuestro se hace Suyo, y adquiere una dimensión sobrenatural y eterna. Cuando buscamos esta intimidad con el Señor, “en la propia vida se entrelaza lo humano con lo divino. Todos nuestros esfuerzos –aun los más insignificantes- adquieren un alcance eterno, porque van unidos al sacrificio de Jesús en la Cruz” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Via Crucis)

III. La Misa es “el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano” (Idem) Toda nuestra vida la ponemos en la patena del sacerdote. Para conseguir los frutos que el Señor nos quiere dar en cada Misa debemos cuidar la preparación de nuestra alma y nuestra participación ha de ser consciente, piadosa y activa (CONCILIO VATICANO II, Sacrosantum Concilium).

Junto A Jesús encontraremos a Su Madre, quien nos enseñará los sentimientos con los que debemos vivir el Sacrificio Eucarístico, donde se ofrece su Hijo.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org