A las 17.00, en vísperas de la XXIV Jornada Mundial de
la Vida Consagrada, el Papa presidió la santa misa con los miembros de los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
En su homilía de la misa que tuvo lugar esta tarde en
la Basílica de San Pedro con motivo de la XXIV Jornada Mundial de la Vida
Consagrada – que se celebra el 2 de febrero – el Papa Francisco invitó a dar
gracias a Dios por este don y a pedir una mirada nueva, que sepa ver la gracia,
que sepa buscar al prójimo, que sepa esperar, puesto que de este modo – dijo –
“también nuestros ojos verán al Salvador”
A las 17.00, en vísperas de la XXIV Jornada Mundial de
la Vida Consagrada, el Papa presidió la santa misa con los miembros de los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. En su homilía Francisco
recordó ante todo las palabras de Simeón, que el Evangelio presenta como un
hombre sencillo: un “hombre justo y piadoso”, como dice el texto: “Mis ojos han
visto a tu Salvador”. Y explicó que de entre todos los hombres que aquel día
estaban en el templo, sólo él vio en Jesús al Salvador.
En un niño
pequeño y frágil Simeón vio la salvación
De ahí su pregunta: “¿Qué es lo que vio? Un niño,
simplemente un niño pequeño y frágil. Pero allí vio la salvación, porque el
Espíritu Santo le hizo reconocer en aquel tierno recién nacido ‘al Mesías del
Señor’. Tomándolo entre sus brazos percibió, en la fe, que en Él Dios llevaba a
cumplimiento sus promesas. Y entonces, Simeón podía irse en paz: había visto la
gracia que vale más que la vida, y no esperaba nada más”.
La vida
consagrada es esta visión
El Papa les dijo a sus queridos hermanos y hermanas
consagrados que también ellos “son hombres y mujeres sencillos que han visto el
tesoro que vale más que todas las riquezas del mundo”. Por eso dejaron “cosas
preciosas, como los bienes, como formar una familia”. Y ante la pregunta de
“¿por qué lo han hecho?”, Francisco afirmó: “Porque se han enamorado de Jesús,
han visto todo en Él y, cautivados por su mirada, han dejado lo demás”. La vida
consagrada es esta visión.
La vida
religiosa es un don de amor
“Es ver lo que es importante en la vida. Es acoger el
don del Señor con los brazos abiertos, como hizo Simeón. Eso es lo que ven los
ojos de los consagrados: la gracia de Dios que se derrama en sus manos. El
consagrado es aquel que cada día se mira y dice: ‘Todo es don, todo es gracia’”
El punto de
partida es saber ver la gracia
El Papa también afirmó: “Mis ojos han visto a tu
Salvador. Son las palabras que repetimos cada noche en Completas. Con ellas
concluimos la jornada diciendo: ‘Señor, mi Salvador eres Tú, mis manos no están
vacías, sino llenas de tu gracia’. El punto de partida es saber ver la gracia.
Mirar hacia atrás, releer la propia historia y ver el don fiel de Dios: no sólo
en los grandes momentos de la vida, sino también en las fragilidades, en las
debilidades, en las miserias”.
Además recordó que “el tentador, el diablo insiste
precisamente en nuestras miserias, en nuestras manos vacías”. Por esta razón
advirtió ante los “pensamientos y sentimientos que nos desorientan”. Y que
hacen que se corra “el riesgo de perder la brújula, que es la gratuidad de
Dios”.
“Dios siempre nos ama y se nos da, incluso en nuestras
miserias. Cuando tenemos la mirada fija en Él, nos abrimos al perdón que nos
renueva y somos confirmados por su fidelidad”
Francisco también invitó a preguntarse: “Yo, ¿hacia
quién oriento mi mirada: hacia el Señor o hacia mí mismo?”. Sí, porque como
explicó: “Quien sabe ver ante todo la gracia de Dios descubre el antídoto
contra la desconfianza y la mirada mundana”.
La tentación de
tener una mirada mundana
Porque sobre la vida religiosa se cierne esta
tentación: tener una mirada mundana. Es la mirada que no ve más la gracia de
Dios como protagonista de la vida y va en busca de cualquier sucedáneo: un poco
de éxito, un consuelo afectivo, hacer finalmente lo que quiero. Pero la vida
consagrada, cuando no gira más en torno a la gracia de Dios, se repliega en el
yo. Pierde impulso, se acomoda, se estanca. Y sabemos qué sucede: se reclaman
los propios espacios y los propios derechos, uno se deja arrastrar por
habladurías y malicias, se irrita por cada pequeña cosa que no funciona y se
entonan las letanías del lamento: sobre los hermanos, las hermanas, la
comunidad, la Iglesia, la sociedad. No se ve más al Señor en cada cosa, sino
sólo al mundo con sus dinámicas, y el corazón se entumece.
“Así uno se vuelve rutinario y pragmático, mientras dentro
aumentan la tristeza y la desconfianza, que acaban en resignación. Esto es a lo
que lleva la mirada mundana”
Mirada justa
sobre la vida
El Papa les dijo a los consagrados que “para tener la
mirada justa sobre la vida”, deben pedir “saber ver la gracia que Dios nos da a
nosotros, como a Simeón”. Sí, porque “quien tiene la mirada en Jesús aprende a
vivir para servir. No espera que comiencen los demás, sino que sale a buscar al
prójimo, como Simeón que buscaba a Jesús en el templo”. Y les recordó que en la
vida consagrada al prójimo se lo encuentra ante todo “en la propia comunidad”.
Por eso “hay que pedir la gracia de saber buscar a Jesús en los hermanos y en
las hermanas que hemos recibido”.
“Se necesitan miradas que
busquen al prójimo, que acerquen al que está lejos”
Imitar a Jesús
con la mirada de la compasión
Hacia el final de su homilía el Santo Padre afirmó que
“los religiosos y las religiosas, hombres y mujeres que viven para imitar a
Jesús, están llamados a introducir en el mundo su misma mirada, la mirada de la
compasión, la mirada que va en busca de los alejados; que no condena, sino que
anima, libera, consuela”.
En contacto con
el Señor
Para lograr todo esto la sugerencia del Pontífice fue
la de mirar al Evangelio y ver a Simeón y Ana, quienes a pesar de ser ancianos
y estar solos, no perdieron la esperanza, gracias a su estar “en contacto
con el Señor”.
“Este es el secreto: no apartarse del Señor, fuente de
la esperanza. Si no miramos cada día al Señor, si no lo adoramos, nos volvemos
ciegos”
El Papa Francisco concluyó su homilía invitando a sus
queridos hermanos y hermanas consagrados a dar gracias a Dios por el don de
esta vida y pidiendo “una mirada nueva, que sabe ver la gracia, que sabe buscar
al prójimo, que sabe esperar. Entonces, también nuestros ojos – les dijo –
verán al Salvador”.
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