Las
manos del artista
Hola,
buenos días, hoy Sión nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
En
el monasterio, durante las comidas, una hermana lee en voz alta revistas de la
Iglesia o de nuestra Orden. El otro día, en una de ellas contaban una historia
realmente impactante, que me gustaría compartir contigo.
En
un pequeño pueblo, había una familia, la familia Durer, que tenía 18 hijos.
Entre ellos, hubo dos que soñaron con llegar a convertirse en grandes pintores.
Evidentemente, la economía familiar iba “como podía”: era imposible pagar los
estudios a ninguno de los hijos.
Los
dos hermanos hicieron un pacto. Cerca de su hogar había unas minas. Lanzarían
una moneda al aire. El que perdiese, se iría a trabajar a las minas para
pagarle los estudios al otro. El que ganase, una vez completados sus estudios,
con su trabajo pagaría la carrera al anterior. Así lo hicieron.
El
que ganó, Albrecht, se marchó a estudiar arte, y resultó ser un portento.
Superó rápidamente a sus profesores. Al terminar los estudios, ya era un
artista muy considerado.
Volvió
a su casa y le recibieron con una fiesta. En medio del alborozo, el artista
buscó a su hermano: le dijo que era su turno, que ahora le pagaría la carrera a
él. Sin embargo, el muchacho, con una sonrisa apagada, negó con la cabeza... El
trabajo en las minas le había destrozado las manos: ya no era capaz de coger un
lápiz.
En
homenaje a su hermano, Albrecht dibujó sus manos. Ese dibujo se ha hecho
famoso, y seguramente lo has visto más de una vez. Ese muchacho entregó sus
manos por amor, y son sus manos lo que el Señor ha querido que permaneciese.
Albrecht
Durer llamó al cuadro “Manos”; sin embargo, el pueblo lo rebautizó como “Manos
orando”. Y es que, una entrega así, necesita una fuerza y un amor que solo
nacen del encuentro con Cristo, de la oración.
Hay
quien dice que esta historia es solo leyenda. Puede ser. Lo que es real es que
solo Cristo puede dar la fuerza para dar la vida, y para darla con alegría,
pues Él lo ha hecho primero. Hasta el punto de que Sus manos también han
quedado marcadas para siempre.
Hoy
el reto del amor es entregarte a fondo, con alegría. Pero, para ello, ¡comienza
el día de la mano de Cristo! Pídele que sea Él quien mire, hable y ame a través
de ti. Recuerda que toda semilla que muere da mucho fruto: aquel joven minero
regaló al mundo uno de los mejores pintores de su época; tu entrega tal vez sea
más pequeña, ¡pero tiene cosecha de vida eterna! ¡Feliz día!
VIVE
DE CRISTO