El Papa se detiene en la tercera Bienaventuranza del
Evangelio de Mateo
Francisco continuó sus catequesis sobre las
Bienaventuranzas. Reflexionando sobre la tercera: “Bienaventurados los mansos,
porque heredarán la tierra”, subrayó que la mansedumbre, conquista tantas
cosas: la más importante es la salvación del hermano y la paz recuperada con
él.
El manso es el “discípulo de Cristo” que
"hereda" el más sublime de los territorios y lo defiende: defiende su
paz, defiende su relación con Dios y sus dones, custodiando la misericordia, la
fraternidad, la confianza, la esperanza. Fue la reflexión del Papa en la
audiencia del tercer miércoles de febrero en el Aula Pablo VI, continuando con
su ciclo de catequesis sobre las bienaventuranzas. El Papa se detiene en la
tercera Bienaventuranza del Evangelio de Mateo: «Felices los mansos, porque
ellos heredarán la tierra» y reflexiona sobre lo que significa ser “manso”
y sobre la tierra que “heredan” que es el “cielo”, es decir, la tierra hacia la
cual caminamos.
Jesús, modelo
de mansedumbre
Francisco comienza explicando a los fieles presentes
en el Aula Nervi qué caracteriza a una persona mansa y cómo se manifiesta su
docilidad:
Cuando decimos que una persona es “mansa” nos
referimos a que es dócil, suave, afable, a que no es violenta ni colérica. La
mansedumbre se manifiesta sobre todo en los momentos de conflicto, cuando
estamos “bajo presión”, cuando somos atacados, ofendidos, agredidos. Nuestro modelo es Jesús, que vivió cada momento, especialmente su
Pasión, con docilidad y mansedumbre.
La “herencia”
de la tierra
El Pontífice señala además que en las Escrituras la
palabra “manso” significa también “aquel que no posee tierras”. Y la tercera
bienaventuranza dice precisamente que los mansos “heredarán la tierra”. Esa
tierra – afirma Francisco - es un signo de algo mucho más grande y más profundo
de un simple territorio:
Esta tierra es una promesa y un don para el Pueblo de
Dios. Esta “tierra” es el Cielo, hacia donde caminamos como discípulos de
Cristo, promoviendo la paz, la fraternidad, la confianza y la esperanza.
El pecado de la
ira destruye, la mansedumbre conquista
Pero existe la otra cara de la moneda y es el pecado
de la ira, “un movimiento violento cuyo impulso todos conocemos”, dice el Papa,
y advierte de lo que este pecado puede causar y sobre todo, de cuántas cosas se
pueden perder:
En un momento de cólera se puede destruir todo lo que
se ha construido; cuando se pierde el control, se olvida lo realmente
importante, y esto puede arruinar la relación con un hermano, muchas veces sin
remedio.
La
"tierra" del manso es la salvación del hermano
La mansedumbre, al contrario de la ira, “conquista
los corazones, salva las amistades, hace posible que se sanen y reconstruyan
los lazos que nos unen con los demás”. Por ello, concluyendo, el Pontífice indica
cuál es la ‘tierra’ que hay que conquistar: la salvación del hermano.
No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás,
no hay territorio más hermoso para ganar que la paz recuperada con un hermano.
¡Esa es la tierra a heredar con la mansedumbre!
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