El Papa Francisco está preocupado porque el mundo está en guerra, en la audiencia del miércoles ha pedido que oremos, pero ¿habrá paz si lo hacemos?
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La
oración hecha con fe mueve montañas. Nuestro Señor Jesucristo lo dijo: Pidan y
se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. (Mt 7,7)
Todos
los santos lo entendieron e hicieron de la oración su estilo de vida para tener
una relación íntima y personal con Dios. Por eso, el Papa no se cansa de pedir
que recemos para alcanzar la paz; sin embargo, a veces podemos dudar de que
nuestras peticiones sean efectivas.
¿Rezar
sirve de algo?
El Pbro. Miguel Ángel Hernández Vargas cometa
«claro que la oración puede cambiar algo, porque llega al lugar donde nosotros
no podemos hacerlo», dice, refiriéndose a que solo Dios puede ahondar en el
interior del ser humano. La oración puede llegar a mover el corazón de la
persona y así, cambiar su actitud, pues -por supuesto- «Dios siempre respeta la
libertad del hombre», recuerda el sacerdote.
Además, debemos tener la certeza de que la oración nunca se
desperdicia. Tenemos algo que se llama el «tesoro de la Iglesia» que ella
administra por medio de las indulgencias y en tiempos especiales. Así es que,
aunque no suceda lo que pedimos, tenemos la seguridad que brinda la oración de
sentir la fortaleza de Dios para seguir adelante con esperanza. «Las cosas
pasan siempre por algo mejor, aunque a veces no lo veamos», menciona el padre
Miguel Ángel.
Paciencia
con Dios
Puede ser que nos sintamos desconcertados porque pasamos mucho
tiempo rezando por algo en específico sin ver resultados palpables, o al menos,
esa es nuestra percepción.
Respecto a esta incertidumbre, agrega el P. Hernández que Dios
siempre escucha, pero «como diría Benedicto XVI, así como Dios tiene paciencia
con nosotros, a veces nos toca tener paciencia con Él. Como diría san Agustín:
Dios permite un mal (no que Él lo quiera) para un bien mayor».
Por eso, hay que usar todos los medios a nuestro alcance para que
Dios nos escuche pronto: la intercesión de los santos, especialmente de la
santísima Virgen María, el santo rosario, novenas, ayunos y sacrificios, pues
como concluye el padre Miguel:
«Hay que tener claro a quién nos dirigimos en la
oración: a Dios amoroso, que está locamente enamorado por nosotros».
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia