Detrás de su entrega al servicio de los demás está una fe profunda y auténtica, una rica espiritualidad
Dominio público |
Don Tomás había
terminado su carrera judicial demasiado joven, por lo que no podía ejercer y
consigue un empleo como administrador de las fincas de los marqueses de Vélez.
Su infancia y adolescencia transcurren en distintos
pueblos de las Alpujarras pues, cuando su padre empieza a ejercer como
magistrado sufre a lo largo de su carrera diversos traslados. Con todo, ella
define esta etapa de su vida como un «lago de tranquilidad». En 1866, su padre
es nombrado Fiscal de la Audiencia de Almería. Dolores tiene 17 años. Allí
empieza a frecuentar la sociedad, pero a ella no le llamaban la atención las
fiestas ni la vida social; su interés es hacer bien a los demás.
En Almería tiene sus primeras experiencias
apostólicas: atiende, material y espiritualmente, a dos hermanas enfermas de
tifus y a un leproso, todo ello a escondidas por miedo a que se lo prohibiesen
sus padres. También visita a los pobres de las Conferencia de San Vicente de
Paúl con su madre. Tres años más tarde, su padre es trasladado a la Audiencia
de Puerto Rico, donde viaja con uno de sus hijos mientras el resto de la
familia se instala en Madrid. En la capital Dolores ordena mejor su vida: elige
un director espiritual y colabora enseñando la doctrina en la cárcel de
mujeres, en el hospital de la Princesa y en las Escuelas Dominicales.
En 1872, la familia se reúne en Puerto Rico. Dolores
tiene 23 años y permanecerá en América hasta los 28. Empieza su contacto con
los jesuítas. El P. Goicoechea fue su primer director espiritual. Allí funda la
Asociación de Hijas de María y Escuelas para las personas de color donde se
alfabetiza y enseña el catecismo.
En 1873, su padre es nombrado Fiscal de la Audiencia
de Santiago de Cuba. Son tiempos difíciles, pues estalla un cisma religioso en
la isla. Por este motivo, su acción se reduce a visitar a los enfermos del
hospital militar. Pide la admisión en las Hermanas de la Caridad, pero no lo
consigue por su falta de vista. A la edad de 8 años había sido operada de los
ojos y esta dolencia la acompañará toda la vida.
Al terminar el cisma empieza a trabajar en los barrios
marginales y funda lo que ella denomina «Centros de Instrucción», pues en ellos
no sólo se enseñaba el catecismo sino cultura general e incluso se prestaba
asistencia médica. Para esta obra consigue muchas colaboradoras y la establece
en tres barrios distintos.
En Cuba muere su madre, su padre pide el retiro y
vuelven a Madrid en 1877. En Madrid organiza su vida en tres frentes: el
cuidado de la casa y de su padre, el apostolado, el mismo que hacía antes de
dejar la Península, y su vida espiritual: elige director espiritual y empieza a
hacer anualmente los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. En 1883 muere su
padre y se reavivan sus luchas vocacionales.
Por indicación de su director, el P. López Soldado sj,
ingresa en el convento de las Salesas, pese a que nunca se había planteado una
vida enteramente contemplativa. A los diez días deja el convento pues comprobó
no ser su vocación. Al salir se dedica con más intensidad al apostolado.
Abre una «Casa Social» donde se tramitan los diversos
asuntos que salen en sus visitas al hospital y a la cárcel. En una de sus
visitas a una de las presas que acababa de quedar en libertad, conoce el Barrio
de las Injurias. Corre el año 1885. Dolores tiene 36 años.
Al ver la situación moral, material y espiritual de la
gente, empieza a visitar el barrio todas las semanas e invita a muchas de sus
amigas. Ahí empezará la que luego se denominará «Obra de las Doctrinas»,
antecedente de sus «Centros Obreros».
A sugerencia del obispo de Madrid, D. Ciríaco Sancha,
en 1892 funda una Asociación de Apostolado Seglar hoy denominado «Movimiento de
Laicos Sopeña». Al año siguiente recibe la aprobación civil. La Obra se
extiende en 8 barrios de la capital.
En 1896 empieza su actividad fuera de Madrid. Pese a
la oposición de la Asociación, acepta fundar la Obra en Sevilla. Fruto de
muchos malos entendidos, dimite como Presidenta en Madrid al año siguiente y se
establece en Sevilla. En sólo cuatro años realiza 199 viajes por toda España
para establecer y consolidar la Obra de las Doctrinas. A su vez, acompaña al P.
Tarín, sj, en algunas misiones por Andalucía.
En el año 1900 participa en una peregrinación a Roma
por el Año Santo. Hace un día de retiro en el sepulcro de San Pedro y allí
recibe la confirmación de fundar un Instituto Religioso que diera continuidad a
la Obra de las Doctrinas y que ayudara a sostener espiritualmente a la
Asociación laical. El Card. Sancha, entonces ya arzobispo de Toledo, le propone
fundar allí.
El 24 de septiembre de 1901, en Loyola, después de
unos Ejercicios Espirituales realizados junto con 8 compañeras, se levanta acta
de fundación del «Instituto de Damas Catequistas» (hoy «Instituto Catequista
Dolores Sopeña»), aunque la fundación oficial fue el 31 de octubre en Toledo.
Una de sus grandes intuiciones fue fundar, al mismo
tiempo, una Asociación civil, hoy llamada «Obra Social y Cultural Sopeña -
OSCUS», que, en 1902, consigue el reconocimiento del gobierno. En 1905 recibe
de la Santa Sede el Decretum laudis y, dos años más tarde, el 21 de noviembre
de 1907, la aprobación de las Constituciones concedida directamente por S.S.
Pío X.
Durante estos años, sus «Doctrinas» se fueron
transformando en «Centros Obreros de Instrucción», pues a ellos asistían
obreros fuertemente influenciados por el anticlericalismo y no podía
pretenderse la enseñanza de la religión directamente. Esto también determina
que las religiosas de este Instituto no lleven hábito y ni siquiera un signo
religioso externo. Cambia sus medios y sus métodos para poder conseguir el fin:
acercarse a los obreros «alejados de la Iglesia», que no habían podido recibir
instrucción cultural, moral ni religiosa y unir a los «distanciados
socialmente», entonces, «la clase obrera y del pueblo» con la «alta y
acomodada». Esto lo resume en dos líneas de acción: dignificar al trabajador y
crear fraternidad.
Detrás de su entrega al servicio de los demás está una
fe profunda y auténtica, una rica espiritualidad. Su compromiso por la dignidad
de la persona brota de su experiencia de un Dios Padre de todos, que nos ama
con una ternura infinita y desea que vivamos como hijos y hermanos. De allí su
gran deseo de «Hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús.» Su gran unión
con Dios le permite descubrirlo presente en todo y en todos, especialmente en
los más necesitados de dignidad y afecto.
Salir al encuentro de cada persona en su situación,
introducirse en los barrios marginales de la época, era inconcebible para una
mujer a finales del siglo XIX. El secreto de su audacia es su fe, esa confianza
sin límites, que ella reconoce como su mayor tesoro y que la hace sentirse
instrumento en manos de Dios, instrumento al servicio de la fraternidad, del
amor, de la misericordia, de la igualdad, de la dignidad, de la justicia, de la
paz...
En pocos años, establece comunidades y Centros en las
ciudades más industrializadas de entonces. En 1910 se celebra el primer
Capítulo General y es reelegida Superiora General. En 1914 funda en Roma y en
1917 viajan las primeras Catequistas para abrir la primera casa en América,
concretamente en Chile.
Al año siguiente, el 10 de enero de 1918, Dolores
Sopeña muere en Madrid con fama de santidad.
El día 11 de julio de 1992, Juan Pablo II declara
heroicas sus virtudes y el 23 de abril de 2002 se promulgó el Decreto de
Aprobación del milagro que ha dado paso a su Beatificación.
Actualmente la Familia Sopeña, formada por las tres
instituciones que dejó fundadas, es decir, el Instituto Catequistas Dolores
Sopeña, el Movimiento de la Laicos Sopeña y la Obra Social y Cultural Sopeña,
está presente en España, Italia, Argentina, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador,
México y República Dominicana.
Rasgos de su espiritualidad
La espiritualidad de Dolores Sopeña tiene cuatro
rasgos especialmente relevantes: es una espiritualidad cristocéntrica,
eucarística, mariana e ignaciana.
Su experiencia cristológica destaca en Jesús dos
rasgos fundamentales: Jesús como Dios encarnado y Jesús redentor. Dios ha
asumido la condición humana y sale al encuentro de cada persona en sus penas y
alegrías, necesidades y búsquedas, ofreciéndole de manera gratuita su amor
incondicional y su propia vida. Él es el centro de su vida y de su corazón.
Dialoga con Jesús a lo largo de toda la jornada, pero
reconoce una presencia especial en la forma consagrada. Entre sus prácticas
habituales sobresalen: las visitas al Santísimo, la Hora Santa, el Manifiesto
diario. Llama al Jueves Santo el día del Instituto, porque ese día es la fiesta
del Amor y en él se instituyó la Eucaristía. Ante el sagrario toma las grandes
decisiones; ante él cada mañana al levantarse «arregla los asuntos del día»,
recibe consuelo, fortaleza, inspiración.
Su relación con Dios se expresa en una actitud filial
llena de confianza.
Reconoce la presencia de la Virgen en su camino, en su
corazón, en los grandes acontecimientos personales y del Instituto.
El contacto con la espiritualidad ignaciana desde muy
joven, sea a través de sus directores espirituales como por la práctica anual
de los Ejercicios Espirituales, dan a toda su espiritualidad y a la de la
Familia Sopeña una impronta claramente ignaciana, en la que destaca:
Una fuerte espiritualidad apostólica. Toda su vida
está animada por el deseo de recorrer el mundo entero para dar a conocer a
Dios.
Una síntesis dialéctica entre acción y contemplación,
alcanzando la gracia de ver a Dios presente en todo y en todos, especialmente
en el rostro del hombre y la mujer del trabajo, necesitados de promoción y a
quienes nadie les había hecho descubrir el rostro amable de Dios que los ama
con infinita ternura.
Una búsqueda continua de la voluntad de Dios. Y, una
vez que la conocía, tenía un gran tesón, voluntad y capacidad de entrega y
sacrificio para cumplirla, costase lo que costase.
Su vida es un «hacer constante», pero es un hacer de
quien tiene viva la conciencia de ser un instrumento en manos de Dios. Esta
experiencia desarrolla en ella una confianza tal que la hace ser muy audaz,
capaz de allanar obstáculos y desarrollar un apostolado sumamente arriesgado
para una mujer de su tiempo.
FUENTE: www.vatican.va