CRECER EN VIDA INTERIOR
II. La
fidelidad en lo pequeño y el espíritu de sacrificio.
III. La
contrición y el crecimiento interior.
“En aquel tiempo, Jesús
decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o
debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto
si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que
venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
I. La vida interior, como
el amor, está destinada a crecer: “Si dices basta, ya has muerto” (SAN AGUSTÍN,
Sermón); exige siempre un progreso, corresponder, estar abierto a nuevas
gracias. Cuando no se avanza, se retrocede. El Señor nos ha prometido que siempre
tendremos las gracias necesarias.
Las
dificultades, las tentaciones, los obstáculos internos o externos son motivo
para crecer; y si éstas fueran muy grandes, más serían las ayudas del señor
para convertir lo que parecía obstáculo, en motivo de progreso espiritual y de
eficacia en el apostolado. Sólo el desamor o la tibieza hace enfermar o morir
el alma. Sólo la mala voluntad, la falta de generosidad con Dios, retrasa o
impide la unión con Él.
II. Todo lo que podemos
ofrecer al Señor son cosas pequeñas; muchas cosas pequeñas hechas con amor y
por amor constituyen nuestro tesoro de ese día, que llevaremos a la eternidad.
La vida interior se alimenta normalmente de lo pequeño realizado con atención,
con amor. Pretender otra cosa sería equivocar el camino, no encontrar nada o
muy poco para ofrecer al Señor.
Como
las gotas de agua sumadas unas a otras fecundan la tierra sedienta, así
nuestras pequeñas obras, como una mirada a la Virgen, o una palabra de aliento
a un amigo, hacen progresar la vida del alma y la conservan. Recordemos las
palabras de Jesús: El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho (Lucas
16, 10)
Otra
causa de retroceso en la vida del alma es “negarse a aceptar los sacrificios
que pide el Señor”. No existe amor ni humano ni divino, sin este sacrificio
gustoso. La gracia de Dios nunca nos faltará, sólo depende de nuestra
correspondencia, de nuestro empeño, del recomenzar una y otra vez, sin
desánimos.
III. Los actos de contrición
son un medio eficaz de progreso espiritual. Pedir perdón es amar, contemplar a
Cristo cada vez más dispuesto a la comprensión y a la misericordia. Y como
somos pecadores (1 Juan 1, 17-18), nuestro camino estará lleno de actos de
dolor, de amor, que invaden el alma de esperanza y de nuevos deseos de
reemprender el camino de la santidad.
“Dios nos espera, como el padre de la
parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra
deuda. La Virgen, que es Madre de gracia, de misericordia y de perdón, avivará
siempre en nosotros la esperanza de alcanzar la santidad; pongamos en sus manos
el fruto de este rato de oración, convencidos de que a quien corresponde a la
gracia, se le dará más gracia todavía.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org