ENCONTRAR A JESÚS
Dominio público |
II. La realidad del pecado y el alejamiento de Cristo. La tibieza.
III. Poner nosotros los medios para no perder a Jesús. Dónde podemos
hallarlo.
“Después que se saciaron
los cinco mil hombres, Jesús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a
la barca e ir por delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente.
Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la
barca en medio del mar y Él, solo, en tierra.
Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso
de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y
quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron
que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y
estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que
soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento,
y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido
lo de los panes, sino que su mente estaba embotada” (Marcos 6,45-52).
I. La Sagrada Familia solía
trasladarse a Jerusalén durante la Pascua para asistir al Templo en
cumplimiento de la ley. Al ser ya el Niño de doce años cumplidos, subió a
Jerusalén, según solían hacer en aquella fiesta (Lucas 2, 42), y terminados los
ritos pascuales, se inicia la vuelta a Nazaret. Cuando terminó la primera
jornada de regreso, sus padres creyeron haber perdido a Jesús, o que Jesús les
había perdido a ellos, y andaba solo.
Desandaron
el camino y le buscaron angustiados durante tres días. Todo inútil. María y
José le perdieron sin culpa suya. Nosotros le perdemos por el pecado, por la
tibieza, por la falta de espíritu de mortificación y sacrificio. Entonces,
nuestra vida sin Jesús se queda a oscuras. Cuando nos encontremos en esa
oscuridad hemos de reaccionar enseguida y buscarle, hemos de saber preguntar a
quien puede y debe saberlo: ¿Dónde está el Señor?
II. María Y José no
perdieron a Jesús, fue Él quien se ausentó de su lado. Con nosotros es
distinto; Jesús jamás nos abandona. Somos nosotros los hombres quienes podemos
echarlo de nuestro lado por el pecado, o al menos alejarlo por la tibieza. En
todo encuentro entre el hombre y Cristo, la iniciativa ha sido de Jesús; por el
contrario, en toda situación de desunión, la iniciativa la llevamos siempre
nosotros.
Él
no nos deja jamás. Cuando el hombre peca gravemente se pierde para sí mismo y
para Cristo. Con la tibieza y el desamor, se valora poco o nada la compañía de
Jesús. María y José amaban a Jesús entrañablemente; por eso le buscaron sin
descanso, por eso sufrieron de una manera que nosotros no podemos comprender,
por eso se alegraron tanto cuando de nuevo le encontraron. Nosotros hemos de
pedirles que sepamos apreciar la compañía de Jesús, y que estemos dispuestos a
todo antes de perderle.
III. Jesús se encontraba
entre los doctores y llamaba su atención por su sabiduría y su ciencia. Sus
padres contemplaron maravillados esta escena: fue un rayo de luz que les va
descubriendo el misterio de la vida de Jesús. Si nosotros alguna vez perdemos a
Jesús, sabemos que le encontramos siempre en el Sagrario, en aquellas personas
que Dios mismo ah puesto para señalarnos el camino, y que nos espera en el
sacramento de la Penitencia.
Hoy
podemos repetir muchas veces en la intimidad de nuestro corazón: “Jesús: que
nunca más te pierda...” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Santo Rosario). María y José
nos ayudarán a no perder de vista a Jesús durante el día y durante toda nuestra
vida.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org