La Conversión de san Pablo, apóstol nos ayuda a
considerar tres puntos: la unidad de los cristianos, la evangelización, nuestra
conversión
“En aquel tiempo, Jesús se
apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena
Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no
crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en
mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes
en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre
los enfermos y se pondrán bien»” (Marcos 16,15-18).
1. Durante esta Semana de oración hemos pedido al Señor la unidad de los
cristianos, para que se haga realidad que seamos un solo rebaño y un solo
pastor, y podamos vivir la petición de Jesús: “Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. Proclamar
el Evangelio: no sólo en tierras lejanas sino en nuestros territorios
multi-étnicos y plurirreligiosos (cf. Mc 7,31).
En diversas
ocasiones, S. Pablo nos recuerda, también por experiencia propia, que lo
primero es que todos puedan acceder a la predicación. A la escucha divina, a
través de signos. Recuerda aquellas palabras del Maestro: "bienaventurados los que escuchan la palabra de
Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,28); y a Marta, preocupada por
muchas cosas, le dice que "una sola cosa
es necesaria" (Lc 10,42). La escucha de la palabra es importante para
esa unidad con el Señor y con los demás que es la Iglesia, y la base del
ecumenismo, pues “no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de
la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra
creadora que sale de la boca de Dios.
Escuchar
juntos la palabra de Dios; practicar la ‘lectio’ divina de la Biblia, es decir,
la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra
de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para
escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras
opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los
tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar
la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra. Quien se pone a
la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a
los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y
ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf.
Mt 13, 22)” (Benedicto XVI).
Te pedimos, Jesús, ayuda para vivir esta fuerte exigencia de escuchar la
palabra de Dios y de hablar con valentía, para que tu Evangelio ilumine tantas
situaciones humanas, y dé paz a una sociedad llena de conflictos.
“Hablarán en lenguas nuevas, agarrarán
serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las
manos sobre los enfermos y se pondrán bien”: son manifestaciones
extraordinarias del reino de Dios. Quizá a veces nos quedamos mudos, hemos de
hablar. "De este diálogo se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál
es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio,
9). La Virgen María es la gran promotora de la realización del ardiente anhelo
de unidad de su Hijo divino: "Que todos
sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
2. Pablo cuenta
su historia, cómo fue formado entre los fariseos por su maestro Gamaliel, y
–añade- “yo perseguí a muerte este nuevo
camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres”. El
evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte
de Esteban (cf Hch 8,1). Había pactado acabar con los cristianos, y pidió
cartas para detener a los sectarios de Damasco, y mientras allí iba, se
encuentra con Cristo que siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace con Pablo:
“de repente una gran luz del cielo me
envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: ¿quién eres, Señor? Me respondió:
soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues… yo pregunté: ¿Qué debo hacer, Señor?
El Señor me respondió: ‘levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que
tienes que hacer’” A nuestro lado está siempre Jesús que nos acompaña en el
crecimiento de las virtudes, pero vemos que a veces da un empujón a algunas
personas, y las transforma, algo así como un salto y crecen “de golpe”…
Como quedó ciego, Pablo se dejó llevar. Así, continúa el Apóstol, “un cierto Ananías… vino a verme, se puso a mi
lado y me dijo: ‘Saulo, hermano, recobra la vista… el Dios de nuestros padres
te ha elegido para que conozcas su voluntad, porque vas a ser testigo ante
todos los hombres, de lo que has visto y oído… Levántate, recibe el bautismo
que por la invocación del nombre de Jesús lavará tus pecados”.
Con
agradecimiento, Pablo obedece, como escribe él mismo en su Primera Carta a
Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús
nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el
ministerio; aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin
embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi
incredulidad" (1 Tim 1,12-13). Dice que "lo hice por
ignorancia". Muchos que hacen cosas malas, son ignorantes. El mismo Jesús
pide en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”… la misma
ignorancia se convierte en motivo de salvación…
Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos
ir a la luz. Y Cristo ha dicho: “Yo soy la
luz del mundo” (Jn 8,12): “el que me
sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”. A veces, nos
faltan respuestas como un chico que pensando, no encontraba respuesta: “¿es
posible que si Dios me quería rápido, me haya creado lento?, ¿por qué no empezó
por ahí?” En realidad, quizá no quiere el Señor que perdamos la paz, pues si él
quiere ya sabe transformarnos de golpe, como a Pablo.
Otra veces estas luces son precisamente cambiar la manera de mirar
nuestra vida, no pretender una realidad distinta sino ver que Jesús ilumina mi
realidad, sólo se trata de mirarla de otro modo. Señalaba uno que pasarse la
vida luchando “contra” los propios defectos, es tiempo perdido. “Cuando deje de
ser egoísta, podré empezar a amar”, así no empezaré a amar nunca. Si me digo:
“voy a empezar a amar…” entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me
corroe. No es que tengamos muchos defectos; en realidad practicamos pocas
virtudes, y así el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto
empieza a multiplicarse la hojarasca.
Pasó Pablo tres días sin ver, sin comer y sin beber… para favorecer esa
conversión de corazón. “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un
clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino
bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es
haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la
misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir,
siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma” (Bernardino
Herrando).
A San Pablo un día Dios le tiró “del caballo” y le explicó que toda esa
violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno,
dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su
amor a la ley judaica se transmutó por unas ansias por la Ley de Cristo.
Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma. Este es el cambio que
Dios espera del hombre: que luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos
peleado por dominar; que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos
que todos nos sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu,
sino que se convierta en vino que conforte y no emborrache.
Si San Pablo, al caer del caballo, no se hubiera enamorado de Cristo, a
los pocos meses, habría acabado siendo un buen burgués mediocre montado en un
burro. La resurrección es, como dice Bessiere, “un fuego que corre por la
sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar”. Salvo
nuestra propia mediocridad y aburrimiento. Los resucitados son los que tienen
un “plus” de vida que les sale por los ojos y se convierte enseguida en algo
contagioso. Algo que demuestra que el espíritu es más fuerte que el cuerpo.
Mucha gente sin ir a médicos especialistas viven resucitados: una ciega
que reparte alegría en un hospital de cancerosos; un pianista ciego que toca
para asilos de ancianos; jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en
despertar minusválidos… Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse
en el río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los
demás.
Tomó Pablo alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los
discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar en las sinagogas que
Jesús era el Hijo de Dios. Todos los que le oían quedaban atónitos y decían: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía
encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el
objeto de llevárselos atados a los sumos sacerdotes?»
¿Qué preparación tenía S. Pablo cuando Cristo lo derriba del caballo, lo
deja ciego y le llama al apostolado? No lo sabemos. Jesucristo
lo escoge para Apóstol. Luego en su humildad, Pablo dirá que es como un abortivo (1 Cor 15,8). «La
vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado»
(A.A. 2).
El día de su conversión Pablo entendió que si perseguía a los seguidores
de Cristo estaba persiguiendo a Cristo, que está en los cristianos, pues le
dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú
persigues". Pablo pasa de perseguidor a convertido. Quizá también
nosotros hacemos de “perseguidores”: como a san Pablo, tenemos que convertirnos
de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san
Pablo llevaste a todos los pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al
celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como
testigos de tu verdad». Tu verdad, Jesús, es prenda de salvación, y si la
misión de propagarla es grande, no nos falta tu ayuda, pues nos has dicho: “yo estaré con vosotros hasta la consumación de
los siglos”.
Con labor de
Pablo y otros, el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Te
pido, Señor, dejarme tocar por tu amor, responder con la generosidad de Pablo,
siendo portador de tu evangelio en mi casa, empresa, escuela… «El verdadero cristiano busca ocasiones para
anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe;
ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor
de vida: “Porque la caridad de Cristo
nos urge» (2 Corintios 5,14). En el corazón de todos deben resonar
aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí
si no evangelizara”(1 Corintios 9,16)» (A.A.-3).
3. Alabemos al Señor con el salmo por todos sus beneficios: “alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo,
todos los pueblos”. Todos estamos llamados a convertirnos en una continua
alabanza de nuestro Dios y Padre, que “firme
es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre”. Nadie
puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se
salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Nuestra vida debe convertirse en
una continua alabanza de su Santo Nombre. Cristo es la clave, el centro y el
fin de la historia humana, porque sólo Él manifiesta plenamente el hombre al
propio hombre, desvelando la grandeza de su dignidad y vocación (cf. GS 22.24).
Llucià Pou
Sabaté
Fuente: Almudi.org