2 IDEAS EQUIVOCADAS QUE NIÑOS (Y MAYORES) TIENEN SOBRE DIOS

Dios no es ni un mago ni un castigador, ¿cómo podemos ayudar a los pequeños a descubrirlo tal como es: un Padre amoroso?

Los niños pueden tener muchas ideas equivocadas sobre Dios. Ya sea porque nos malinterpretan o porque usamos fórmulas equivocadas o torpes que los confunden. Entre estos errores, señalemos dos que son bastante comunes: “Dios-Mago” y “Dios-Padre-Castigador”.

Dios no es un mago

Los niños piensan de buena fe que, puesto que Dios es todopoderoso, pueden pedirle todo, dirigiéndose a Él como una especie de dispensador automático de milagros y maravillas.


“Si Dios no me da exactamente lo que pido cuando lo pido, está mal. No entiendo: significa que Dios no me ama, o que no es todopoderoso o… que no existe”, se dicen.


Este error proviene de la distorsión de una doble verdad: “Dios es todopoderoso y yo puedo pedirle todo”.


Es verdad: Dios puede hacerlo todo, absolutamente, y no hay ningún área donde este poder no pueda ser ejercido. Dios es más fuerte que el mal, sea lo que sea.


Él es el creador y maestro de todo: en un instante podría reducir todo lo que existe a la nada o transformarlo radicalmente. Él podría perfectamente realizar milagros diarios que serían la primera página de todos los periódicos. “Puedo pedirle todo” también es cierto.


Es importante no censurar las oraciones de los niños. Si quieren hablar con Dios sobre su próximo partido de fútbol o sobre el juguete de sus sueños, no les detengamos.


Pero podemos enseñarles a descubrir que no nos dirigimos a Él como a un distribuidor de soluciones milagrosas porque Dios es mucho más y mucho mejor que eso.


Dios no obedece nuestras órdenes, Él hace mucho más: nos ama. Siempre escucha nuestras oraciones y las responde, pero no siempre como nos imaginamos porque ve más allá de nuestra petición inicial.


A través de lo que le pedimos, Él mira lo que realmente deseamos, es decir, nuestra felicidad. Y puede suceder que la satisfacción inmediata de un deseo no vaya en la dirección de nuestra felicidad.


Cuando Dios parece no responder a nuestras oraciones, siempre es porque quiere darnos más y mejor de lo que le hemos pedido.


Miremos también nuestras vidas: aunque no veamos todos los planes de Dios para nosotros, ya podemos encontrar muchas circunstancias en las que el Señor parecía no respondernos… para respondernos mejor un poco más tarde.


Dios no es un castigador


Dios no es un mago. Tampoco es un dispensador de castigos. Los niños piensan esto cuando escuchan, después de un fracaso o frente a una prueba: “Has sido malo, el Señor te ha castigado”.


Nunca deberías decirle esto a un niño. Decirle esto a un niño es llevarlo a sentirse culpable cada vez que se encuentra con el sufrimiento.


Ciertamente, Dios es justo. No es para nada indiferente si actuamos bien o mal. Ciertamente, es el pecado la causa del sufrimiento, el fracaso y la infelicidad.


Pero, misteriosamente, la infelicidad también afecta a niños inocentes y nuestra cuota de sufrimiento no es proporcional al peso de nuestros pecados.


Miremos a Jesús en la Cruz: Él, la mismísima inocencia, soportando el sufrimiento y la muerte, nos enseña a soportar y ofrecer nuestros sufrimientos por los pecados del mundo.


Es el hombre el que introdujo la desgracia, tentado por Satanás. No es Dios. Dios nos quiere felices, completamente. Por eso nos creó.


Pero Dios se hizo hombre, murió y resucitó para que el sufrimiento pudiera ser usado para luchar contra el pecado, para ganar la victoria sobre el mal.

Dios permite que suframos como Él mismo sufrió para asociarnos a su obra de redención. Pero Él no nos envía un obstáculo para castigarnos, en una especie de intercambio extraño.

A nuestro pecado, Dios responde con el perdón. Dejándonos totalmente libres para aceptar o rechazar ese perdón. Dios no nos impone nada, ni siquiera su amor y su misericordia.

El hombre que rechaza este amor y esta misericordia sólo puede ser infinitamente (y eternamente) infeliz: entonces, es él mismo quien se castiga a sí mismo, dando la espalda a Aquel que es el único que puede hacerlo feliz.

Por Christine Ponsard


Fuente: Aleteia