Muchos de nuestros
contemporáneos han tenido experiencias muy asombrosas que les han hecho
encontrar a Cristo
San
Pablo fue “fulminado” por una aparición de Cristo en el Camino de Damasco. Esta
experiencia mística transformó a uno de los perseguidores más encarnecidos de
los cristianos en un ardiente e infatigable apóstol de Cristo.
En
el libro de los Hechos de los Apóstoles, quinto libro del Nuevo Testamento,
este episodio de la conversión de Pablo es recogido tres veces, especialmente
en el capítulo 9:
“…Saulo,
que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se
presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a
fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que
encontrara, hombres o mujeres. Y mientras iba caminando, al acercarse a
Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su
resplandor...” (Hch 9, 1s)
Pablo-Saulo era
un judío instruido y a la vez ciudadano romano. Estudió en Jerusalén y escuchó
a unos predicadores hablar de un hombre llamado Jesús, crucificado por los
romanos unos años atrás. Estamos hacia el año 34 de nuestra era, en plena
persecución de la Iglesia primitiva. Saulo obtiene del Sanedrín (el tribunal
judío con sede en el Templo) la misión de perseguir a los cristianos de Siria.
Y es en el camino que conduce a Damasco, donde tendrá lugar su “caída” capital.
(Hch 9, 1s)
“Y
cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?’. Él preguntó: ‘¿Quién eres tú, Señor?’. ‘Yo soy Jesús, a quien tú
persigues’, le respondió la voz. ‘Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí
te dirán qué debes hacer’” (Hch 9, 4s)
Pablo
se levanta pero sale de este encuentro momentáneamente ciego. Tres días más
tarde, en Damasco, es curado por un discípulo, Ananías, se convierte al
cristianismo y se hace bautizar: “Ve a buscarlo, porque es un instrumento
elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al
pueblo de Israel”, había dicho el Señor a Ananías en una visión para vencer su
reticencia a bautizar al gran perseguidor.
Y
esto es lo que hará Pablo de ese momento en adelante, con un celo mayor del que
había tenido para perseguir, suscitando adhesión o rechazo, con peligro de su
vida: comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios. Todos
los que lo oían quedaban sorprendidos y decían: “¿No es este aquel mismo que
perseguía en Jerusalén a los que invocan este Nombre, y que vino aquí para
llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?” (Hch 9, 20).
El
“Camino de Damasco” ciertamente no es el camino más habitual hacia Dios, pero
este tipo de experiencia no es tan raro, incluso hoy en día muchas
personas que dijeron que no creían o que creían muy poco pueden atestiguar experiencias
místicas repentinas que les han transformado profundamente.
La
conversión repentina puede presentarse en todas las situaciones y estados de
vida. Paul Claudel en 1886, André Frossard en 1935, o Bruno
Cornacchiola en 1947, son ejemplos célebres de ello:
André
Frossard (1915-1995), de un entorno sociocultural muy lejano de la fe
católica (su padre es uno de los fundadores históricos del Partido Comunista
francés), franqueó la entrada de la capilla de las Hijas de la Adoración
de París y se convirtió en un instante, no a raíz de una visión sino de una
mirada nueva sobre el mundo y sobre sí mismo…
Escribió
entonces un testimonio que permanece en las memorias: Dios existe, yo me
lo encontré.
La
conversión de Paul Claudel (1868-1995) a finales del siglo XIX tuvo
lugar justo detrás de uno de los pilares de Notre Dame de París, un día de
Navidad. Pero el futuro diplomático y poeta no tenía entonces ninguna
hostilidad hacia el catolicismo; en cierto modo, se había preparado
–humanamente– a semejante conversión.
Totalmente
imprevisible, en cambio, fue la conversión de Bruno Cornacchiola (1913-2001)
un protestante extremista, que verdaderamente odiaba a la Iglesia y al Papa (a
quien había incluso proyectado matar), que vio a la Virgen en las afueras
de la abadía Trapense en un lugar llamado Tre Fontane, en Roma.
Estamos
en abril de 1947. Bruno estaba con sus niños de paseo. Sus niños, mientras él
trataba de escribir un duro artículo dirigido contra la Virgen María, se
alejaron, y los encontró ante la entrada de una cueva, con las manos juntas,
pálidos y en éxtasis, con la mirada dirigida al interior de la cueva. “Bella
Señora… Bella Señora”, llamaban.
Bruno,
primero enfadado y luego afligido, acabó por entrar en la cueva y, puesto de
rodillas, se puso a llamar a su vez: “Bella Señora… Bella Señora”.
Ante
él se dibujó la silueta de una mujer joven, envuelta en el resplandor de una
luz dorada. Fascinado por lo que vio, cayó también él en éxtasis. La Virgen, al
contrario que a sus hijos, se puso a hablar con él, o más bien a ordenarle
dulcemente: “Tú me has perseguido, ¡ya basta! Entra en el redil […] Que cada
uno rece y que recite diariamente el rosario por la conversión de los
pecadores, de los incrédulos y por la unidad de los cristianos”.
“En
esta gruta se me apareció la Madre divina. Ella me invitó amorosamente a
volver a entrar en la Iglesia católica, apostólica y romana…”, grabó Bruno en
la roca de la gruta ese mismo día. Bruno tuvo otras apariciones, una en
presencia de un sacerdote el año siguiente. Desde ese momento, su conversión es
irrefrenable y, entre mil vicisitudes, fue a Roma a pedir perdón a Pío XII por
haber querido matarle.
Unos
treinta años más tarde (en 1978), se encontró con Juan Pablo II, que le dijo: “Tú
has visto a la Madre de Dios, ¡tú ahora tienes que ser santo!”.
Este
tipo de conversiones las viven también judíos que, a menudo, siguen siendo
judíos pero reconocen en Jesús al Salvador que espera Israel, después de
revelaciones especiales.
Hay
hoy en día en Israel judíos que conservan su identidad judía pero reconocen a
Jesucristo como el Mesías de Israel (se les llama “judíos mesiánicos”). Su
conversión llega a menudo de manera carismática, por apariciones, revelaciones
o visiones privadas, a imagen de lo que les sucedió a muchas notables
personalidades judías en el pasado.
Israel
Zoller (1881-1956), por ejemplo, era judío de nacimiento, de origen
polaco, gran rabino de Trieste, y después de Roma durante la Segunda Guerra
Mundial, profesor de exégesis bíblica en la universidad de Padua. Cristo
se le apareció de repente en octubre de 1944, cuando se encontraba en el
interior de la gran sinagoga romana, el día de Yom Kippour.
Israel
se convirtió al catolicismo a los 65 años y tomó como nombre “Eugenio Pío” como
homenaje al papa Pío XII por su obra a favor de los judíos de Roma durante la
Segunda Guerra Mundial.
Otro
convertido, Alfonso Ratisbonne (1814-1884), un joven judío ateo de
mediados del siglo XIX, tuvo una visión de la Virgen María al entrar en
una iglesia de Roma. La Virgen María se le presentó con las manos abiertas
y extendidas, haciéndole el signo de arrodillarse.
“La
Virgen parecía decirme: ¡está bien! Ella no me habló, pero yo lo comprendí
todo”, escribiría más tarde. Inmediatamente después, el joven decidió
convertirse al catolicismo, añadiendo el nombre de “María” a su nombre de
bautismo. Entró en la Compañía de Jesús en junio de 1842 y recibió su
ordenación sacerdotal en 1848. Después se instaló en Palestina, donde consagró
su vida al catecumenado de convertidos de origen judío.
El
americano de origen judío Roy Schoeman nacido en 1951 en una familia
que había huido de la Alemania nazi, es otro caso de conversión repentina. Esto
es lo que explica en su libro testimonio Le salut vient des juifs [La
salvación viene de los judíos, n.d.t].
“Durante
una larga caminata en la naturaleza recibí la gracia más excepcional de mi vida
(···). Me encontré consciente y materialmente en presencia de Dios. Vi mi
vida hasta ese día expuesta ante mí, todo lo que me hacía feliz y todo lo que
lamentaba. Supe en un instante que el objetivo de mi vida era amar y servir a
mi Señor y mi Dios”, escribió.
Y
añade después: “el nombre de ese Dios que se me reveló, sentido y objetivo de
mi vida, no lo concebía como el Dios del Antiguo Testamento que figuraba en mi
imaginación desde la infancia. Pedí conocer su nombre, para saber qué religión
me permitiría servirle y adorarle”.
Roy
Schoeman pide al Señor que le haga conocer su nombre, pero con una
condición: que no sea Cristo y que no tenga que hacerse cristiano. Pero un
año después recibe en un sueño “la segunda mayor gracia” de su vida: “Él, que
decía no saber mucho del cristianismo y no tener especial simpatía por él, se
despierta “perdidamente enamorado de la bienaventurada Virgen María” y sin
desear “nada más que hacerse totalmente cristiano”.
También
hay musulmanes que viven conversiones, pero se ven obligados a menudo a
permanecer en una actitud discreta.
Joseph
Fadelle es el autor de la conmovedora obra Le prix à payer [El
precio a pagar, n.d.t]. Este iraquí convertido del islam al cristianismo está
refugiado en Francia y debe esconderse para evitar que sea ejecutada la fatwa
pronunciada contra él.
Su
verdadero nombre es Mohammed al-Sayyid al-Moussaou, nacido en una de las
mayores familias de la aristocracia chiíta de este país, descendiente del imán
Alí, primo del Profeta. En 1987, durante su servicio militar, se encontró con
Massoud, un cristiano con el que debatió sobre el cristianismo y el islam.
Después,
una noche, explica, tuvo un sueño desestabilizador: un hombre vestido de
blanco, desde el otro lado de un arroyo, le tendía la mano y le decía: “Yo soy
el pan de vida”. Estremecido, abrió la Biblia de Massoud y verdaderamente
impresionado por lo que leyó, la devoró, y se convirtió.
Con
su mujer, también convertida, llegó con dificultad a integrarse en la Iglesia
de Irak y, después de haber sido encarcelado, golpeado, azotado y torturado
por su propia familia, tuvo que huir tras un intento de asesinato por parte de
su hermano.
Otro
caso de conversión imprevisible es la de la egipcia Nahed Mahmoud Metwalli,
que perseguía a los cristianos y a las cristianas desde su cargo de
vicedirectora de la principal Institución de Enseñanza para Niñas de El Cairo
(4.000 alumnas), en el barrio cairota de Zeitoun, no lejos de la basílica
edificada tras las apariciones marianas de 1968-69.
“Yo
las perseguía muy fuertemente y las trataba con una extrema severidad”,
confiesa en un mensaje dirigido, desde su exilio en Holanda, a todos los
musulmanes del país, en el que es reivindicado el derecho a la libertad de
conciencia.
“Creía
mi deber actuar así. Hasta el día en que me encontré con el Señor Jesús. Se
me reveló y Le di mi vida, a causa de la inmensidad de su ternura y de su amor.
Abandoné mi país, mi familia y todo, a causa de Cristo y del testimonio
por el Nombre de Cristo”, añade.
Fue
una nueva secretaria, cristiana, por su comportamiento ejemplar, la que le
abrió los ojos. Un buen día, cuando estaba hablando con ella en su
oficina, ironizando sobre la imagen de María que llevaba en una medalla, las
dos mujeres vieron aparecerse ante ellas a la Santísima Virgen, vestida de azul
con un velo, una visión a la que siguió, otro día, otra visión, la del
mismo Cristo, que dijo a Nahed: “Permanece en paz, tendrás una misión que te
será revelada a su debido momento”.
Nahed
tardó un tiempo en comprender lo que había visto tan cerca suyo, pero su
conversión ya había empezado y su comportamiento de perseguidora cambió
totalmente, hasta su conversión completa, sellada por su bautismo, el 30 de
noviembre de 1988.
La
perseguidora se volvió entonces objeto de persecución en su país, viviendo
varios intentos de secuestro, y acabó por refugiarse en Europa, donde se
consagró a la evangelización… hoy en día en los Países Bajos.
Para
saber más sobre Nahed Mahmoud Metwalli, puede leerse la obra Ma rencontre
avec le Christ [Mi encuentro con Cristo, n.d.t.], traducida del árabe al
francés y publicada por François-Xavier de Guibert.
La
experiencia de Jean-Marc Potdevin forma parte de estos encuentros
sorprendentes que Cristo ofrece a veces a personas que parecen no esperar pero
que están dispuestas a cambiar su vida desde el momento en que la luz de Dios
se manifiesta a ellos.
Ofrecemos
a continuación algunos fragmentos del testimonio de Jean-Marc Potdevin, business
angel, ingeniero, millonario, ex CTO de Kelkoo, ex vicepresidente de Yahoo!
Europa, casado con 4 hijos, deportista, aventurero, hiperactivo, y cristiano
tibio y poco convencido hasta vivir un encuentro que cambió su vida:
¿Entonces cómo se ha
reencontrado con Dios?
Es
Él quien vino a mi encuentro. Cara a cara. Y eso es muy impresionante. Ocurrió
un poco por casualidad. Había entrado en Puy-en Velay en una capilla durante la
adoración al Santísimo Sacramento –yo no sabía lo que era- y casi
instantáneamente se apareció frente a mí, muy grande, muy impresionante. Y
yo que nunca he fumado ni tomado psicotrópicos etcétera, puedo deciros que
se hace raro ver lo sobrenatural surgir así.
¿Y su psiquiatra qué dice
de ello?
Los
psiquiatras tienen la noción de delirio místico. Yo sé lo que he visto,
estaba perfectamente consciente en el momento de esta experiencia, de esta
casi-experiencia de Dios, y he encontrado después en los libros criterios
precisos que permiten distinguir un delirio místico de una casi-experiencia de
Dios. Dicho esto, más tarde me he dado cuenta también de que hay que ser
cauteloso con este tipo de aparición.
Evidentemente
la he buscado porque la sensación es tan buena que se busca la consolación
en cuanto tal, pero eso es bastante peligroso. San Juan de la Cruz es claro al
respecto: no hay que buscar este tipo de experiencia.
¿Cómo se hace para ver a
Dios?
Se
le deja hacer. Es Él quien hace todo el trabajo. No es necesariamente sencillo
dejarle hacer. Pero he encontrado un libro que se ha convertido en mi libro de
cabecera, Je veux voir Dieu [Quiero ver a Dios, n.d.t.] del Padre
Marie-Eugène del Niño Jesús y en este libro él explica las buenas disposiciones
que permiten justamente dejarle hacer al Señor para que venga a nosotros, entre
ellas la humildad, el don de sí y el silencio.
Una conversión, ¿qué
cambia exactamente?
Lo
cambia todo. Porque pone el mundo al revés. Al final, eso lo vuelve a
poner a uno en su lugar más precisamente, es una inversión de focal. Es un poco
como en Alicia en el país de las maravillas cuando ella pasa al otro
lado del espejo, en la historia de Lewis Caroll. Al otro lado del espejo, el
mundo está invertido: la izquierda pasa a la derecha, el fuerte se convierte en
débil, mis debilidades son mis fuerzas.
Lo
más impresionante es darse cuenta del impacto, de la manera como la gracia
actúa en el mundo. Yo he tenido que volver a aprender todas las cosas: a andar,
a hablar, a escribir, a comportarme. Porque una vez que las reglas del mundo se
han invertido, se vuelve a empezar en este mundo como un recién nacido.
¿Después ha invitado usted
a Dios a sus encuentros de business angel?
Dios
ya está presente. Él ya está allí. Dicho esto, ahora me pasa que hablo con
los empresarios ya sea de Dios directamente (es un poco más raro) o
indirectamente a través de la doctrina social de la Iglesia.
Los
empresarios se plantean preguntas sobre el sentido del trabajo, de la
responsabilidad, de su compromiso, el sentido de la propiedad, el sentido del
dinero. Y en ningún sitio se les educa. No son formados en las escuelas de
comercio, de ingeniería, de negocios, ni en los MBA. Y sin embargo son
cuestiones fundamentales.
¿Qué le gustaría
transmitir a los lectores de su libro?
Me
he dado cuenta de que yo era un cristiano mal creyente después del encuentro
con el Señor. Y de que hacía muchas cosas al revés. Quizás transmitir eso.
Segundo
aspecto que es importante para mí en este libro: la función del testimonio. Yo
no puedo guardar este tesoro para mí. Es un poco difícil hablar de estas
cosas íntimas, de estas cosas de la fe. Pero no puedo guardar este tesoro: es
necesario que lo dé. La gente no lo sabe. En todo caso, algunas personas no lo
saben y yo no puedo guardarlo.
ALETEIA TEAM