Esa realidad escondida, que yo no veo, es todo lo
que hace Dios para cuidar mis pasos
Me falta confiar más en los planes de
Dios. Confiar más en
ese «Dios con nosotros». En ese
Dios que se hace carne y camina a mi lado, me sostiene y hace fecunda mi vida,
desde mi pobreza. Ese Dios que acampa en medio de mis días.
hace un tiempo vi una película: Se armó el Belén. En
ella se cuenta con respeto y delicadeza el nacimiento de Jesús. Me quedé
pensando en una idea que recorre toda la película. José y María se agobian ante
las pequeñas dificultades del camino.
Un burro tozudo que no quiere
tirar del carro, una rueda rota, el cansancio, la incapacidad para cuidar de un
niño que va a nacer y es Dios. José casi se desespera sintiéndose tan pequeño
para dar a María y al hijo de Dios una digna posada.
Esos pensamientos los turban y a
la vez crece en ellos la fuerza interior para seguir adelante. Han dado su sí.
Quieren confiar. Han asumido una misión imposible sobre sus hombros tan
débiles. Él tan solo un carpintero. Ella una niña llena de pureza e inocencia.
Todo parece demasiado grande, demasiado peligroso.
La película muestra dos
realidades. La historia que recorren los hombres, José y María camino a Belén.
Y la de los animales. No se entienden entre ellos al no hablar el mismo
lenguaje.
En la película son los animales
los que salvan a José, a María y al niño de una muerte segura, de un peligro
inminente. Los protegen sin que ellos lleguen a saberlo.
Al mirar lo que hacen los
animales pensaba en Dios actuando en mi vida. Yo digo que sí a sus planes
imposibles. A la misión que supera mis fuerzas y en el camino me agobio por
cosas pequeñas, por obstáculos casi insalvables. Sufro ante las pequeñas y
grandes contrariedades del camino. Me frustro, me quejo, me enfado. Conmigo
mismo, con Dios. Pero sigo adelante. He dado mi sí.
Al mismo tiempo no soy
consciente de lo que hace ese Dios
conmigo. Dios va velando mis pasos, va desbrozando el camino para que
yo avance seguro. Allana los senderos por los que camino con paso dubitativo.
Elimina los peligros de los que no soy consciente. Me abraza sin que vea sus
manos, sintiendo a veces su calor. Y me dice al oído, muy quedo, sin que yo lo
oiga, cuánto me quiere.
Esa
realidad escondida, que yo no veo, es todo lo que hace Dios para cuidar mis
pasos. Es la
misteriosa acción del Espíritu salvando mi vida del peligro. Y yo me quejo de
las pequeñas cosas que quedan a mis pies. ¡Qué alma más pobre tengo! ¡Qué ciego
soy y qué frágil! Me cuesta ver su amor protegiendo mi vida. Me quejo de lo que
no controlo.
Al final de la película, María
le pregunta con inocencia al burro: ¿Dónde
has estado metido toda la noche?. El burro la mira con ternura. Había
estado salvándole la vida y Ella no lo sabía.
Así me pasa a mí. En ocasiones
le pregunto a Dios enfadado o triste: ¿Dónde
has estado metido toda la noche? ¿Dónde has estado cuando más te necesitaba?. Pienso
en la noche de mis penas. En la noche de mi cruz. En la noche de mis pérdidas.
En la noche de mis dolores.
Y me creo que ha estado ausente
y despreocupado. Y yo he estado solo. Cuando todo lo que ha hecho Dios conmigo
en silencio, sin que yo lo vea, es sólo por mí. Por salvar y proteger mis
pasos. Me mira con ternura, porque no entiendo.
Me gusta esa mirada tierna de
Dios. Está conmigo sin que yo lo vea. Me ama sin que yo lo perciba. Me habla
sin que lo escuche. Está conmigo cada momento del camino. Me sostiene y me
abraza. Me ayuda a confiar. ¡Me da tanta paz! Cuando no confío sufro
anticipadamente por cosas que tal vez nunca lleguen a suceder.
Decía el P. Kentenich: ¡Cuántas preocupaciones de día y de noche! Y sin
embargo nuestra preocupación más grande era estar despreocupados, fundados en
una ilimitada confianza en el cuidado paternal de Dios.
La confianza de José y María es
la que me sirve hoy de referencia. La confianza de los pobres que lo poseen
todo en Dios porque no poseen nada seguro en la tierra. Y no dependen de que la
vida les sonría siempre. De que sus planes siempre se hagan realidad.
La confianza ilimitada en un
amor que vela por mí mientras yo duermo y descanso. Y coloca una columna que me
esconde de los peligros. Y acelera o retrasa mis pasos para que pueda llegar a
mi objetivo. Y esconde de mi mirada tantos peligros posibles. Y realiza sin que
yo lo sepa todo lo que necesito para ser fiel a la misión que me encomienda.
Quiero confiar más en ese Dios que me quiere a mí como su hijo más preciado.
Leía el otro día: Muchos se proponen elaborar su pasado.
Reflexionar sobre su futuro. Buscar los dones de Dios y no a Dios mismo. Hay
que buscar a Dios y confiar que Él nos lo dé todo por añadidura. Buscar
a Dios y no querer entenderlo todo. Y agradecer porque mientras duermo me
mantiene seguro en sus brazos.
Guía mis pasos torpes. Me
levanta cuando caigo y temo. A veces siento, como José y María, que mi misión
es imposible. Demasiado pesada para mí. Demasiado difícil. Y dudo y temo. Dejo
de ver a Dios actuando en mi vida. Cuidando mis pasos. Levantando puentes que
me hagan más fácil llegar. Y haciendo que mis semillas den frutos que yo mismo
desconozco.
Por eso decido mirar confiado el
futuro que se abre ante mis ojos. Y agradecer por la misión de vida que me ha
sido confiada. Me cuesta mucho dar gracias cuando veo el vaso medio vacío. O mi
vida medio incompleta. Y me da pena pensar que no puedo llegar más lejos.
Hoy miro a Dios que acampa en
medio de mi vida. Miro su fuerza, su poder y veo que lo puede todo. Tal vez no
realiza las cosas como le pido. No allana mi camino a mi manera. Pero vela para
que llegue a la meta y no desfallezca. Pone ángeles que me guardan en medio de
la cruz. Personas que me quieren con su amor limitado. Protegen mi vida sin que
yo lo sepa. Y hacen más fácil mis pasos
en medio de mi desierto.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia