Elizabeth y Gabriela se
reunieron en el convento de las Hermanas de Santa Isabel: “Creemos que nuestra
madre obró desde el cielo en pos de nuestra vocación”
Dominika Cicha | ALETEIA |
El 23 de febrero
de 1962, Cecilia dio a luz a dos gemelas. Sin embargo, nunca tuvo la
oportunidad de conocerlas, ya que murió en el parto por complicaciones
derivadas de la cesárea. Ante esta dramática situación, a la familia no le
quedó otra opción que separar a las hermanas.
El padre criaría a una, mientras que la hermana de la difunta
madre adoptaría a la otra. La peculiaridad de la forma en que se gestionó todo
supuso que las dos hermanas quedaron registradas oficialmente como primas. Dado
que Elizabeth y Gabriela vivían en pueblos cercanos, terminaron yendo a la
misma escuela.
A menudo se
sentaban juntas en clase, en primera fila debido a los problemas de visión que
ambas sufrían. Se entendían muy bien, les encantaba jugar juntas y a menudo
escogían hacer las mismas actividades en su tiempo libre. Sus gustos en común
se extendían incluso a la forma de vestir: con frecuencia se encontraban con la
misma elección de zapatos o vestidos.
“Son primas, ¡pero más bien parecen gemelas!”
Las dos hermanas
preferían las clases de religión y los retiros espirituales a ir de excursión
al campo con sus amigos. El Día de Todos los Santos, mostraban la misma
devoción a la tradición de visitar los cementerios. Todos los años, ambas iban
con sus respectivas familias a rezar ante la tumba de una cierta “Tía Cecilia”,
sin saber que ella era en realidad su difunta madre.
A lo largo de su infancia, Elizabeth y Gabriela escuchaban que la
gente decía frecuentemente: “Son primas, ¡pero más bien parecen gemelas!”. Un
día, con 10 años, Gabriela escuchó casualmente una conversación familiar y
descubrió el secreto de su propio nacimiento. Poco tiempo después, Elizabeth se
enteró de la noticia, el día de su primera comunión.
Así describieron lo sucedido: “Vivir en un pueblo en el campo
es precioso, salvo por el hecho de que a la gente le gusta mucho hablar… Sin
duda, fue una conmoción terrible para las dos, aunque entendimos que la
intención de nuestros padres era buena y que nos querían de todo corazón”.
La vocación
De adolescentes,
las gemelas participaban regularmente en grupos de oración dirigidos por
hermanas de la congregación de las Hospitalarias de Santa Isabel. Ambas
sintieron la llamada a la vida religiosa. Las gemelas debatieron mucho el tema
entre las dos. Finalmente, atraídas por la espiritualidad de la congregación,
decidieron entrar juntas en las Hermanas de Santa Isabel. La fecha estaba
fijada. Lo único que quedaba era el delicado momento de anunciar la noticia a
los respectivos padres y madres.
Para Elizabeth, las cosas fueron muy bien. Su padre (el padre
biológico de las gemelas) le dio su bendición. Para Gabriela, sucedió lo
contrario: furioso, su padre le quitó su carnet de identidad y le prohibió
salir de la casa. Año y medio más tarde, Gabriela ideó un plan para reunirse
con su hermana en el convento. Bajo el pretexto de que iba a visitar a
Elizabeth por su cumpleaños, lo preparó todo para mudarse allí permanentemente…
para enorme alegría de Elizabeth, pero al precio de romper toda relación con
sus padres durante unos cuantos años.
La reunión final
Así empezó un
tiempo de gracia para las dos hermanas. Por fin pudieron estar juntas y caminar
hacia Cristo la una al lado de la otra. Cinco años después, ambas estaban
listas para sus votos perpetuos. Los padres de Gabriela aparecieron en compañía
del párroco: por fin habían aceptado la decisión de Gabriela y le daban su bendición.
Todo el mundo estaba abrumado de emoción.
Para Elizabeth y Gabriela, no podría haber sido de otra manera:
“Cuando murió nuestra madre, una de las hermanas de nuestra
comunidad religiosa estaba sosteniendo su mano. Creemos que nuestra madre obró
desde el cielo en pos de nuestra vocación. Esta forma de reunión, este camino
compartido como novicias y postulantes en nuestra vocación, es el regalo más
precioso de nuestra madre, un regalo enviado desde el cielo”.
Fuente: Aleteia