El Padre Raniero Cantalamessa reflexionó en este
camino “hacia la Navidad, acompañados por la Madre de Dios”
El Papa Francisco asiste a la Primera predicación de Adviento (Vatican Media) |
El Papa Francisco asistió esta mañana en la Capilla
“Redemptoris Mater” del Palacio Apostólico, junto a la familia pontificia, a la
primera predicación de Adviento del Padre Raniero Cantalamessa, quien ofreció
una reflexión a partir de María, de la que el Evangelio afirma: “¡Dichosa tú
que creíste!”
En su primera predicación de Adviento dirigida al
Santo Padre y a los cardenales, arzobispos y obispos; secretarios de las
Congregaciones y prelados de la Curia romana y del Vicariato de Roma, el Padre
Raniero Cantalamessa reflexionó en este camino “hacia la Navidad, acompañados
por la Madre de Dios”, tal como se desprende del tema general de estas
meditaciones del Predicador de la Casa Pontificia. Y lo hizo, como todos los
años, en el espléndido escenario de la Capilla Redemptoris Mater del
Palacio Apostólico a partir de las 9.00 de la mañana.
El profeta, el
precursor y la Madre
El Predicador comenzó recordando que cada año la
liturgia nos prepara a la Navidad con tres guías: Isaías, Juan Bautista y
María, es decir, “el profeta, el precursor y la madre”. A lo que añadió que “el
primero lo anunció desde lejos, el segundo lo señaló presente en el mundo y la
Madre lo llevó en su seno”. Por esta razón – explicó el Padre Cantalamessa –
para el Adviento de este año pensó en confiarse “enteramente a la Madre de
Dios”. Sí, porque “nadie mejor que ella – dijo – puede predisponernos
a celebrar con fruto el nacimiento de Jesús”. Y también porque “Ella no ha
celebrado el Adviento, sino que lo ha vivido en su carne”.
De ahí que haya afirmado que se comienza este camino
contemplando a María en la Anunciación. En efecto, cuando la Virgen llegó a la
casa de Isabel, ésta la acogió con gran alegría y, “llena del Espíritu Santo”,
exclamó: ¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te
anunció. De modo que el “evangelista Lucas se sirve del episodio de la
Visitación como medio para mostrar lo que se había cumplido en el secreto de
Nazaret y que sólo en el diálogo con una interlocutora podía manifestarse y
asumir un carácter objetivo y público”.
María creyó y
se convirtió en Madre del Señor
Y añadió que lo grandioso que había ocurrido en
Nazaret, después del saludo del ángel, es que María creyó y se convirtió en
“Madre del Señor”. Así fue como se produjo el acto de fe más grande y decisivo
en la historia del mundo. A la vez que de las palabras de Isabel: “Dichosa tú
que creíste”, se ve cómo ya en el Evangelio, la maternidad divina de María no
es entendida sólo como maternidad física, sino mucho más como maternidad
espiritual, fundada en la fe.
El riesgo de la
fe
Tras analizar algunos aspectos de lo que significó
para María este acto de fe, el Predicador recordó que “Dios no engaña nunca”,
ni tironea a las criaturas a un determinado consenso escondiéndole las
consecuencias, tal como se ve en todos los grandes llamados del Creador. De
manera que, “a la luz del Espíritu Santo, que acompaña el llamado de Dios, Ella
ciertamente vislumbró que también su camino no sería diferente al de todos los
demás llamados”. Sin embargo – prosiguió – en el plano humano, María se
encuentra en una soledad total. Algo que en la actualidad podría ser “el riesgo
de la fe”, entiendo, por lo general, con el riesgo intelectual y dijo que “para
María se trató de un riesgo real”.
Fe y esperanza
en la estela de María
El Padre Cantalamessa afirmó que además que “como la
estela de un bello barco va ensanchándose hasta desaparecer y perderse en el
horizonte, así es la inmensa estela de los creyentes que forman la Iglesia”. Y
dijo que comienza con “una punta” que es la fe de María, su “fiat”. Sí, porque
la fe, junto con su hermana “la esperanza”, es lo único que no comienza con
Cristo, sino con la Iglesia y por lo tanto, con María, que es el primer
miembro, en orden de tiempo y de importancia.
Además destacó que la vida de la Virgen no sirve sólo
para acrecentar nuestra devoción privada, sino también nuestra comprensión
profunda de la Palabra de Dios y de los problemas de la Iglesia. “María nos
habla primero de la importancia de la fe”, dijo. Y “la fe es la base de todo”;
“tan querida a Dios que hace depender de ella prácticamente todo, en sus
relaciones con el hombre”. A la vez que recordó que “gracia y fe” son los dos
pilares de la salvación.
Y al resaltar diversos aspectos de la fe de María que
pueden ayudar a la Iglesia de hoy a creer más plenamente dijo que la Virgen se
incluye humildemente en el grupo de los creyentes, se convierte en la primera
creyente de la nueva alianza, como Abraham fue el primer creyente de la antigua
alianza. Y que el Magníficat está lleno de esta fe basada en las Escrituras y
de referencias a la historia de su pueblo.
“¡Creamos también nosotros! Contemplar la fe de María
nos mueve a renovar sobre todo nuestro acto de fe personal y de abandono en
Dios”
Ante la pregunta de ¿qué hacer entonces?, el
Predicador respondió que es sencillo: “después de haber orado, para que no sea
una cosa superficial, decir a Dios con las palabras mismas de María: ‘¡Heme
aquí, soy el esclavo, o la esclava, del Señor: hágase en mí según tu
palabra!’”. Es decir, recordar que María dijo su “fiat” en un modo optativo,
con deseo y alegría. Algo que todos deben y pueden imitar y de modo especial
deben hacerlo los sacerdotes y cualquiera que esté llamado, de alguna manera, a
transmitir la fe y la Palabra de Dios a los demás.
Creamos también nosotros – fue la invitación final del
Padre Cantalamessa – para que lo que se actualizó en María se actualice también
en nosotros. Y concluyó diciendo:
“Invoquemos a la Virgen con el dulce título de Virgo
fidelis: ¡Virgen creyente, ruega por nosotros!”
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