LA VOCACIÓN DE MARIA. NUESTRA VOCACIÓN
II. Nuestra vocación. Correspondencia.
III. Imitar a la Virgen en su espíritu de servicio a los demás.
“Al
sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por
estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
El ángel le
dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios
le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los
siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será
esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso
el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también
Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto
mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible
para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue” (Lucas 1,26–38).
I.
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer
(Gálatas 4, 4). Y esta mujer, elegida y predestinada desde toda la eternidad
para ser la Madre del Salvador, había consagrado a Dios su virginidad,
renunciando al honor de contar entre su descendencia directa al Mesías. María
aparece como la Madre virginal del Mesías, que dará todo su amor a Jesús, con
un corazón indiviso, como prototipo de la entrega que el Señor pedirá a muchos.
En
función de su Maternidad, fue rodeada de todas las gracias y privilegios que la
hicieron digna morada del Altísimo. Dios escogió a su Madre y puso en Ella todo
su Amor y su Poder. No permitió que la rozara el pecado: ni el original, ni el
personal. Fue concebida Inmaculada, sin mancha alguna. Su dignidad es casi
infinita. Como en toda persona, la vocación fue el momento central de su vida:
Ella nació para ser Madre de Dios, escogida por la Trinidad Beatísima desde la
eternidad. No olvidemos que también es Madre nuestra.
II.
La vocación es también en cada uno de nosotros el punto central de nuestra
vida. El eje sobre el que se organiza todo lo demás. Todo o casi todo depende
de conocer, cumplir aquello que Dios nos pide. Pero a pesar de que la vocación
es la llave que abre las puertas de la felicidad verdadera, hay quienes no
quieren conocerla; prefieren hacer su voluntad en vez de la Voluntad de Dios,
sin buscar el camino por el que alcanzarán con seguridad el Cielo y harán
felices a otros muchos.
El
Señor hace llamamientos particulares; también hoy. Nos necesita, porque la mies
es mucha y los operarios pocos (Mateo 9, 37). Hay mieses que se pierden porque
no hay quien los recoja. Hágase en mí según tu palabra, dice la Virgen. Y la
contemplamos radiante de alegría. Hoy podemos preguntarnos: ¿Quiere el Señor
algo más de mí?
III.
Uno de los misterios del Adviento es el que contemplamos como segundo misterio
de gozo del Santo Rosario: la Visitación. Un aspecto concreto del servicio a
los demás que lleva consigo la vocación, es el orden de la caridad. Amor a
todos porque todos son hermanos nuestros. Pero amor, en primer término, a los
que están más cerca, nuestra familia. Este orden ha de manifestarse en afecto y
en obras.
Queremos
vivir estos días de Adviento con el mismo espíritu de servicio con que los
vivió nuestra Madre. Apoyados en la humilde entrega de María, vamos a pedirle
que su Hijo nos encuentre con el corazón dispuesto, dócil a sus mandatos, a sus
consejos y sugerencias.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org
