EL DISCÍPULO A QUIEN AMABA EL SEÑOR
II. Detalles particulares de predilección por parte del Señor. El encargo de
cuidar de Santa María. Nuestra devoción a la Virgen.
III. La pesca en el lago después de la Resurrección. La fe y el amor le hacen
distinguir a Cristo en la lejanía; nosotros debemos aprender a verle en nuestra
vida ordinaria. Peticiones a San Juan.
“El primer día de la
semana, María Magdalena fue corriendo a Simón Pedro y a donde estaba el otro
discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al
Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y
se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo
corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se
inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro
siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que
cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al
sepulcro; vio y creyó” (Juan 20,2-8).
I. Mientras
contemplamos al Niño de Belén, somos invitados a vivir esta misma fe plena que
vivió el apóstol Juan.
I.
Sabemos de San Juan que desde que conoció al Señor, no le abandonó jamás.
Cuando ya anciano escribe su Evangelio, no deja de anotar la hora en la que se
produjo el primer encuentro con Jesús: Era alrededor de la hora décima (Juan 1,
39), las cuatro de la tarde. No tendría aún veinte años cuando correspondió a
la llamada del señor (Santos Evangelios, EUNSA), y lo hizo con el corazón
entero, con un amor indiviso, exclusivo.
Toda
la vida de Juan estuvo centrada en su Señor y Maestro; en su fidelidad a Jesús
encontró el sentido de su vida. Ninguna resistencia opuso a la llamada, y supo
estar en el Calvario cuando todos los demás habían desaparecido. Así ha de ser
nuestra vida: Jesús espera de cada uno de nosotros una fidelidad alegre y
firme, como fue la del Apóstol Juan. También en los momentos difíciles.
II. Junto con Pedro, San Juan
recibió del Señor particulares muestras de amistad y de confianza. El
Evangelista se cita discretamente a sí mismo como el discípulo a quien Jesús
amaba (Juan 13, 23; 19, 26 etc.). La suprema expresión de confianza en el
discípulo amado tiene lugar cuando, desde la Cruz, el Señor le hace entrega del
amor más grande que tuvo en la tierra: su santísima Madre (Juan 19, 26-27).
Hoy,
en su festividad, miramos a San Juan con una santa envidia por el inmenso don
que le entregó el Señor, y a la vez hemos de agradecer los cuidados que con
Ella tuvo hasta el final de sus días aquí en la tierra. Hemos de aprender de él
a tratar a nuestra Madre con confianza: Juan recibe a María, la introduce en su
casa, en su vida. El Evangelio, al relatarnos la vida de Juan, nos invita a
todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestra vida.
III. Hemos de pedirle a San
Juan que nos enseñe a distinguir el rostro de Jesús en medio de las realidades
en las que nos movemos, porque Él está muy cerca de nosotros y es el único que
puede darle sentido a lo que hacemos. San Juan nos insiste en mantener la
pureza de la fe y la fidelidad del amor fraterno (Santos Evangelios, EUNSA).
Ya
anciano repetía a sus discípulos continuamente: “Hijitos, amaos los unos a los
otros” Le preguntaron por su insistencia en repetir lo mismo, y respondía:
“Este es el mandamiento del Señor y, si se cumple, él solo basta”.
Le
pedimos a San Juan que nos enseñe a tratar a la Virgen y a los que están a
nuestro alrededor, con el mismo amor que él trató a los que estaban cerca de
él.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org