LAS CAMPANAS DE BELÉN

Ojalá esta Navidad tenga para nosotros ecos misioneros a lo largo del año, porque para quienes tienen “pasión por la misión”, siempre es Navidad

Las Obras Misionales Pontificias son como el campanario de una iglesia desde el que se puede contemplar la vida del pueblo, sus vicisitudes y encrucijadas. 

Desde esta perspectiva universal y misionera podemos descubrir y conocer la vida de tantos pueblos, sobre todo la de aquellos cuya existencia parece no tener relieve social, pero que tienen vida aunque sea silenciosa y aparentemente sin relieve. El panorama que contemplamos es una invitación irrenunciable a identificarnos con estos hermanos nuestros, aun que desconocidos. 

Compromiso que nos lleva a asumir el gozoso el rol del campanero para avisar al pueblo ante cualquier circunstancia especial o para convocar a su gente a las celebraciones comunitarias mediante el repique de las campanas. Allá arriba, al lado de las campanas y  asiendo sus badajos están los misioneros, oteando el horizonte para conocer de primera mano la vida de los pueblos para comunicar al mundo entero lo que sucede y para convocar a la humanidad a un compromiso misionero.  A través de ellos la Iglesia se hace misión hasta el último confín del universo.

Obras Misionales Pontificias tiene el gozo de invitar al Pueblo de Dios para participar en esta misión. Lo hace a lo largo del año, pero de manera particular en estos días de Navidad. Basta con acercarnos al portal de Belén para escuchar el sonido de las campanadas que en tres momentos sucesivos nos interpelan para responder positivamente a Dios que nos llama a ser discípulos misioneros. Quienes escuchan sus sonidos y están prontos para ponerse en pié pueden vivir la experiencia gozosa de una navidad misionera, que no se circunscribe a unos días determinados, sino a todo el año. Ojalá esta Navidad tenga para nosotros ecos misioneros a lo largo del año, porque para quienes tienen “pasión por la misión”, siempre es Navidad. 

El primero de los toques campaneros se oyó el día del DOMUND 

Con aquel volteo de repique que repetía una y mil veces “Sal de tu tierra”. En un principio apenas se percibió la más mínima respuesta porque “aún quedaba mucho tiempo”. Pero su persistencia conseguía despertarnos del posible anquilosamiento e instalación en el que vivíamos. Había llegado la hora de dejar muchas cosas y prepararse para salir de casa. Era la primera llamada a tomar parte en la urgencia de la misión que implicaba salir del pequeño círculo egocéntrico que nos encierra en nuestro pequeño mundo. Este primer toque convoca a Belén donde descubrimos al mismo Dios que sale de su misterio escondido para hacerse presente y visible ante los hombres. Dios sale de sí mismo. 

Allí en Belén contemplamos a María y José que responden a los planes de Dios, saliendo de sus propios proyectos que, por muy buenos que fueran, eran distintos a los de Dios.  Incluso tuvieron que salir de su “Nazaret” para caminar hacia un lugar donde ni siquiera había espacio para ellos. Junto a las campanas de esta “aldea global” se pueden ver a tantos misioneros y misioneras que salieron de su tierra, subieron a la altura de la misión y con su testimonio nos despiertan de la tentación de dejar para más tarde la arriesgada decisión de permitir a Dios que rompa nuestros planes. Desde la altura de la misión ellos son un permanente repicar para que nos pongamos en camino, acompañando a María y a José.

Con motivo de la Jornada de Infancia Misionera suena la segunda campanada 

Con la fuerza del que tiene autoridad, aun respetando la libertad: “Sígueme”. Palabra que golpea con fuerza el corazón de quienes han tenido la decisión de salir de sí mismos. El Dios hecho hombre sale al encuentro del hombre, su hermano, y le propone que siga sus huellas. Al visualizar cualquier “belén” se constata la sencillez de unos pastores que, de pronto escuchan un sonido sorprendente –de unas campanas?- que les anima a ponerse en camino e ir al lugar de su origen. Dejan sus cosas, su rebaño, y juntos van acercándose al Portal, donde contemplan a una madre que acaba de alumbrar a un niño. Al ofrecerle lo que tienen descubren el secreto gratificante del seguimiento. Los sonidos de esta segunda campanada siguen resonando en la actualidad con la voz del Papa Francisco al decirnos que es el tiempo de la misericordia, que es el tiempo de ponerse en camino, es el tiempo del seguimiento. 

La mediación próxima y más inmediata de quienes compartimos el carisma de las Obras Misionales Pontificias son los misioneros que al llegar a la misión nos desvelan sus rostros en los que se reflejan la admiración agradecida. Se han dejado sorprender, como les sucedió a los pastores. Las circunstancias narrativas de la cultura de estos pueblos son superadas por la constatación del “algo divino” que descubren en ellos. Surge el deseo de identificarse con su lengua y forma de ser. Deciden quedarse allí con ellos, recibiendo el cariño y la acogida de quien les han abierto las puertas de su hogar y ofreciéndoles lo mejor de su “rebaño”, la fe que han recibido.

Finalmente las Obras Misionales Pontificias, con motivo de la Jornada dedicada a orar y colaborar con las vocaciones nacientes en los Territorios de misión, hacen resonar la tercera campanada. 

Al llegar al Portal de Belén, después de haber recorrido el camino, descubrimos al Niño Dios, en los brazos de María y José. Es un espacio que no tiene fronteras ni puertas. Es la Iglesia sin aduanas. Allí llegan unos Magos de Oriente para dar fe de lo que están viendo y permanecer un tiempo con ellos. Cuando percibieron en su corazón los primeros barruntos de la vocación no sólo se pusieron en camino, sino que de modo inteligente fueron preguntando hasta llegar al destino, hasta encontrar la certeza de su vocación. Se quedaron un tiempo, el indispensable y necesario, para madurar la certeza de la fe y de la vocación. La respuesta, “Aquí estoy, mándame”, será el sonido de esta tercera Jornada misionera. Es la respuesta a la tercera campanada. 

Con el rastro de los Magos podemos entender la necesidad acompañar a las vocaciones locales, al sacerdocio y a la vida consagrada, en todo el proceso de su formación. Después, como sucedió con los Magos, se expanden por el mundo sin necesidad de una nueva estrella porque ellos se han convertido en estrella de la humanidad. Estos son nuestros misioneros, “estrella de la humanidad”. Donde hay un misionero hay un punto de ignición que ilumina, quema y transforma. Es el eco de la comunidad que celebra la fe reconociendo a Dios oculto en el corazón de cada hombre de cada mujer.

De esta manera podemos entender que el Portal de Belén no es una estación de término, sino más bien de partida, es la cátedra del amor de Dios. Desde el interior de aquella cueva brota como una fuerza interior que transforma a quien se ha acercado no por curiosidad, sino por amor, y sale de allí para contar a otros lo que ha visto y experimentado. Así el misionero, sin saberlo ni buscarlo, se convierte en testigo, en discípulo misionero. 

Fuente: OMP